Laurent Perpigna Iban-Ann Sansaor

Palestinos refugiados en Líbano: «Iremos al frente»

Encerrados en campos insalubres, lejos del frente y en un país que no los quiere, los refugiados palestinos del Líbano quieren creer en el fin del statu quo y cambiar el curso de su historia. Muchos sueñan con unirse a la lucha.

Un joven palestino, delante del campo de Mar Elias, antes de una marcha por Palestina.
Un joven palestino, delante del campo de Mar Elias, antes de una marcha por Palestina. (Laurent PERPiGNA IBAN | AFP)

Desde la ofensiva de Hamas, se respira un ambiente casi insurreccional en los miserables callejones de la docena de campos de refugiados de Líbano. Roza también la esquizofrenia, porque mientras es fácil ver en los rostros de la gente el luto y la preocupación por el drama en Gaza, el optimismo parece haber vuelto al corazón de unos lugares abandonados a su suerte durante demasiado tiempo, y hundidos en el olvido a lo largo de las décadas.

«Por supuesto, la nueva generación palestina  está profundamente conmovida y frustrada por lo que está ocurriendo en Gaza, y está dispuesta a hacer cualquier cosa para enfrentarse a un enemigo que está lejos y es invisible a simple vista. No es solo un nuevo capítulo el que se abre aquí, es mucho más que eso», afirma Nasser, uno de los responsables del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP), del campamento de Chatila.

Con un «kheffieh» blanco y negro colgado del cuello, este hombre de 54 años arenga a sus milicianos cuando salen a las calles de este campo superpoblado, en el que viven unas 20.000 personas. En las diminutas calles, donde la luz a menudo lucha por abrirse paso a través de la tela de araña de cables eléctricos suspendidos en el aire, y entre los retratos de combatientes palestinos muertos en combate, el convoy es saludado por la gente. «Claro que tengo esperanza, ir a Palestina es lo más importante para mí, el único sentido de mi vida» explica Khalil, de 18 años, a la vuelta de un callejón.

Un punto de inflexión

Aunque Chatila ha estado históricamente dominada por fuerzas vinculadas a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), rival de Hamas, la ofensiva liderada por los islamistas palestinos que dirigen la Franja de Gaza desde 2007 parece haber obtenido un apoyo unánime.

Los cerca de 400.000 palestinos registrados en Líbano, sin horizonte colectivo ni personal, parecen querer romper con el síndrome de los sueños rotos y aprovechar esta oportunidad para recuperar su voz.

Hay que decir que los refugiados palestinos lo tienen difícil. Sus condiciones de vida se han deteriorado drásticamente –según la ONU, más del 90% vive en la pobreza– y se enfrentan a una inseguridad total, además de a las múltiples formas de discriminación que sufren en el país de los Cedros. A la imposibilidad legal de adquirir propiedades fuera del campo, se suman un sinfín de restricciones profesionales –tienen prohibidas unas sesenta– que complican drásticamente su existencia, y que les mantienen forzosamente en campos que, con el tiempo, se han convertido en auténticas salas de espera.

«¿Creéis que somos felices aquí? Líbano es un país magnífico, pero no tenemos suficiente agua ni electricidad, y nos han abandonado aquí, en estos vertederos. El Estado libanés no nos ayuda, no nos quiere», se entusiasma Wafa, una mujer de unos cincuenta años.

Bomba de relojería

Hacia el sur, a unos cuarenta kilómetros de Beirut se encuentra la ciudad de Saida. Aunque en apariencia la situación es tranquila, los habitantes no han olvidado el último verano ardiente que vio a las facciones palestinas matarse entre sí dentro del campo de Ain el-Hilweh, en las afueras de la ciudad costera.

Rodeado por un grueso muro de hormigón, este campo, descrito a menudo como «la capital de los refugiados palestinos», con una población de 60.000 habitantes, ha hecho temblar a las autoridades libanesas durante dos décadas. Tanto es así que el acceso al bastión palestino está meticulosamente controlado por el Ejército libanés. En conclusión, Ain el-Hilweh se ha convertido en los últimos años en una auténtica bomba de relojería.

En las últimas semanas, el punto de ruptura ha estado muy cerca: los enfrentamientos entre las facciones de Fatah, que dominan el campo, y grupos islamistas como Jund el-Cham y al-Chabab al-Moslem, han causado una treintena de muertos, por no hablar de los centenares de desplazados y una destrucción material masiva.

Youssef, de 32 años, explica: «Aquí no tenemos al enemigo enfrente como los grupos de Cisjordania. Por eso, las facciones están más preocupadas por el control y el poder que por luchar como una sola». Y porque también hay no palestinos que, bajo orden de detención en Líbano, encuentran refugio en el campo y se unen a estos grupos. Afortunadamente, hoy todo el mundo ha vuelto a centrarse en lo único que debería importarnos, la cuestión palestina».

El Estado libanés, por su parte, permanece totalmente impotente ante esta creciente inseguridad. De conformidad con los acuerdos de El Cairo firmados en 1969, las fuerzas de seguridad nacionales no tienen ningún mandato para entrar en los campos palestinos. Son los órganos de las distintas facciones, agrupados en comités, los que intentan como pueden mantener una apariencia de orden. Una misión que a menudo se convierte en un quebradero de cabeza.

«El conflicto de Ain el-Hilweh se ha vuelto tan violento este verano que ha adquirido una dimensión regional», explica un especialista que habla bajo condición de anonimato. «Es paradójico, pero los acontecimientos del 7 de octubre han sido lo mejor que le podía haber pasado al campo».

Youssef prosigue: «Lo que nos faltó durante mucho tiempo fue la falta de unidad en el movimiento palestino. Se ha perdido tanto tiempo... Aunque tengo muchos desacuerdos con Hamas, está claro que hoy ha desempeñado un papel impulsor y está moviendo las líneas».

Pero más allá de las luchas de poder intra-palestinas, también hay cuestiones más amplias en juego: el apoyo incondicional de Hamas a Hizbulah e Irán ha puesto patas arriba el equilibrio de poder.

Khaldoun el-Charif, analista libanés especializado en los campos palestinos, explica: «Saida está situada geográficamente en una encrucijada estratégica. De los cuatro campos palestinos del sur de Líbano, Ain el-Hilweh es el único que no se ha unido al eje proiraní, ya que sigue estrechamente vinculado a Fatah. Creo que Hamas espera aprovechar la difícil situación de este verano, así como los acontecimientos actuales, al igual que Hizbulah, para aumentar su presencia en el interior del país".

¿Qué papel para Hizbulah?

En Beirut, el pasado 13 de octubre, una gran manifestación reunió a partidarios de Hizbulah y a miles de palestinos en los suburbios del sur de la capital.

Fue una demostración de fuerza para el Partido de Dios, que pretende aprovechar el acontecimiento para expresar claramente su apoyo simbólico al pueblo palestino, una causa tan popular en el mundo árabe-musulmán como desatendida por los Estados árabes. También es una forma indirecta de que el padrino iraní atraiga un importante apoyo popular, en un momento en que la República Islámica atraviesa una fase complicada.

En los campos palestinos, es obvio: Hamas no solo ha dejado huella, sino que también ha ganado puntos. Al igual que Hizbulah, cuya popularidad parece estar en su punto más alto. Una situación paradójica para Khaldoun el-Charif: «En la cuestión palestina en Líbano, Hizbulah juega con el statu quo. Si los partidos cristianos, por ejemplo, se oponen a una ampliación de los derechos palestinos, Hizbulah permanecerá en silencio, porque acepta la difícil ecuación intra-libanesa. En términos políticos y sociales, por tanto, no actuará; su apoyo es únicamente militar, dentro del eje proiraní».

Para Nasser, eso no importa: «Las relaciones con Hizbulah son excelentes. Créeme, si tiene que ocurrir algo en el sur de Líbano, todo el mundo está preparado. Llevamos demasiado tiempo esperando esta batalla. Iremos al frente. La guerra es inevitable».