«Más de la mitad del tiempo de mi estancia en Nueva York fue sobre el alambre»
Del otoño de 2009 a febrero de 2012, el periodista vizcaino Gonzalo Vázquez (Barakaldo, 1973) vivió la aventura de su vida: cubrir la NBA en Nueva York, buscando «vivir de colaboraciones». De ahí nace el libro «Viaje al centro de la NBA», de JC Ediciones, 700 páginas de un tiempo vivido en el filo.
Como si de Ismael a bordo del «Pequod» se tratase, en busca de la ballena blanca, Gonzalo Vázquez llegó a Manhattan a vivir un sueño que tuvo desde pequeño y que, después de soplar 36 velas cumplió, aun a costa de su salud y su economía. Un sueño cumplido, en suma, intensa y plenamente, a pesar del doloroso despertar. Porque durante el camino de esos dos años y medio, «Gonza» vivió de todo: el privilegio de unos vestuarios abiertos de par en par, el espectáculo de la mejor liga de basket del mundo, los contrastes de Nueva York y Nueva Jersey, pasando del lujo a la miseria en 200 metros de lapso, el caminar sobre el alambre sin un seguro médico en un país en el que la sanidad pública ni está ni se le espera, una tuberculosis que, por el pánico a ser hospitalizado los Estados Unidos, y sus posteriores facturas, casi acaba con él y al final, el hambre y la miseria propia que lo trajeron de vuelta a Madrid, su nido desde hace años.
Doce años después, Gonzalo Vázquez revive todo aquel tiempo con las alegrías y miserias que le tocó vivir con «Viaje al centro de la NBA», el cuarto libro en su haber, después de «101 historias NBA : relatos de gloria y tragedia», «Secretos a contraluz. Claros y sombras de la NBA» e «Invasión o victoria: los extranjeros en la NBA», este último escrito mano a mano con Máximo José Tobías.
Como dice Rosanna Arquette en la escena de la inyección de adrenalina en «Pulp Fiction»: ¡Este sí que ha sido un auténtico viaje!
(Sonríe) Todos realizamos viajes a lo largo de la vida y, de hecho, la vida es un gran viaje, pero tengo que decir que esta es la experiencia de mi vida. Si hubiese sido destinado como misionero a un país de América Latina, por ejemplo, tendría que estar diciendo lo mismo, pero en este casi hay un sentido aún mayor: yo tenía un sueño desde muy pequeño y ese sueño no se fue atenuando con el paso de los años; al contrario.
Podría haber mantenido esa relación con el mundo NBA a distancia: desde mi casa y sin ningún problema. Pero en un momento determinado una fuerza se apoderó de mí, para levantar el culo de mi asiento y decirme «Gonzalo, tienes que ir; tienes que agarrar; tienes que tocar aquel sueño con tus manos. Tienes que hacerlo». No porque tuviese alguna duda de decepción o algo parecido, sino porque necesitaba verlo con mis propios ojos. Y eso fue lo que hice al precio que fuese. Porque para emprender ese viaje, tuve que cortar con absolutamente todo.
De ahí el tono del libro: muy naturalista, de contar las cosas como las viviste, con un estilo narrativo y descriptivo marcado y casi inevitable.
Yo lo llamaría realista y, en ocasiones desgarradamente realista. Pero no porque haya una intención previa de «peliculear» nada de lo que ocurrió, sino todo loo contrario: ser muy fiel a lo ocurrido, fuera bueno, medio o regular, teniendo en cuenta que a veces, el protagonista de la propia narración pueda salir no demasiado bien parado.
No me ha importado en absoluto. Yo solo he tratado de poner voz a lo que viví y, al mismo tiempo, hacer de narrador de un mundo que mucha gente pueda probablemente no ver nunca cerca. ¿Y que ha salido hervido de realismo? Me parece estupendo. Creo que es ser justo con lo que uno vivió.
¿Tardaste más en gestar el viaje a Nueva York que la estancia allá? No en el sentido burocrático, sino, como subraya el teólogo y experto en medicina paliativa Xabier Azkoitia, «necesidad de ser»?
No. La gestación del viaje fue un «picor interior» previo a montar el proceso de salir, a una edad, con «36 palos», que no es tan joven. Y aquello fue una especia de contrarreloj, de cuenta atrás de decir «o lo hago ahora, o no lo haré nunca».
Toda la fase anterior de los años disfrutando de algo tanto que me entregaba en cuerpo y alma a ello, no fue la gestación de ningún viaje, quede claro. La gestación del viaje fue en un momento determinado de decir «esto no me satisface. Tengo que largarme; tengo que hacerlo. Aquí y ahora».
Y aun así tengo que agradecer que mi viaje fuese a esa edad un tanto más madura. Porque de haber sido antes, hubiera cometido tantos errores, que no hubiera durado tanto allí. Esos años que uno ya tenía, me obligaron a moderar determinadas cosas; de haber dio mucho más joven, con veintitantos, habría hecho como cuando no sabíamos beber de críos: todo adentro de golpe y luego Dios dirá. La edad me ayudó a moderar aunque solo fuera las cuatro perras que tenía en el bolsillo.
¿De la resultante del viaje, experiencia, retorno más libro, has acabado satisfecho o escarmentado?
(Sonríe) ¡Satisfecho, que quede muy claro! Hubiera hecho lo mismo, volviendo atrás; habría sufrido lo mismo, volviendo atrás; dificultades, miserias… En el libro se cuenta casi todo, pero no todo, porque hay muchas cosas que leer entre líneas. Lo volvería a hacer y el recuerdo que tengo, sin idealizar absolutamente nada, es maravilloso; cada vez mejor por haber podido vivir lo que viví.
Y déjame añadir que, por lo que sé de algunos compañeros que quedaron allí, me refiero a los estadounidenses, me han llegado a decir que «¡cuánto ha cambiado la película!», en el sentido de acceso, libertad para llegar adonde llegaba uno. A peor.
¿Si las cosas te hubieran ido bien, hoy hubieras seguido en Nueva York?
Probablemente, sí. Pero claro, este libro no hubiera tenido lugar. Por eso cuando me preguntan si volvería, aclaro que con las condiciones en la que fui, a la aventura, claro que no. Pero si hubiese ido para quedarme allí del todo, sería porque habría podido quedarme, con lo cual, la relación laboral que yo habría tenido desde allí con mi país habría sido algo normal, profesionalmente digno… todo aquello no sucedió, con lo cual más de la mitad de mi estancia allí fue sobre el alambre.
Has dicho que tuviste que «cortar con todo» para poder ir a Nueva York. Pero en el libro muestras a otros periodistas españoles que van acreditados y cubiertos por sus medios. ¿Por qué tuviste que cortar con todo?
No, un matiz. Cuando llego, estoy solo. Luego se acerca un gran compañero que conocí allí, Emilio Escudero, que llegó con una tarea unidireccional del diario «ABC». Si tienes una base en ese sentido, tiene sentido llamarte «enviado» o «corresponsal»; lo mismo por parte de Antonio Gil por parte de la revista «Gigantes».
El destino favoreció un poco la cosa cuando Sergio –Rodríguez– llegó a los Knicks, siendo además Nueva York un centro muy neurálgico de la NBA, por la parte noreste, donde están ahí pegados Washington, Philadelphia, Boston, Nueva York, Nueva Jersey, Brooklyn…
Pero en mi caso, yo no era un enviado. Yo era un «redactor oculto», absolutamente invisible en un gran medio de comunicación –Eurosport–, y luego tenía mi «doble vida», que era la de «Gonzalo Vázquez, autor de NBA», con las colaboraciones que he tenido en diversos medios.
Lo que hice fue cortar mi hilo económico de mi trabajo medular, que era el de redactor, y tratar de vivir colaboraciones, la cosa más difícil del mundo hacerlo aquí. ¡Así que imagínate en Nueva York! Con lo cual, lo que hice fue alquilar el piso que no era mío, sino del banco, para tratar de cubrir una parte del alquiler allí, y multiplicar mis colaboraciones estando allí, que durante un tiempo sí rentó, porque se requería entrevistas propiamente a no solo los jugadores españoles, sino a los Scola, Nocioni, Splitter… jugadores muy pasados por el baloncesto europeo.
¿Por qué no existió para Eurosport la opción de dar bola al baloncesto?
Porque, aunque se lo trasladara a mi empresa, no había nada que hacer. No se daban las circunstancias adecuadas; una parte de esa empresa me podía avalar ¡con su nombre!, pero a nivel económico, no. Porque yo no era un asunto rentable. Que un redactor se saliera del «cascarón» de la mesa para, con sus santos huevos, ir a la NBA. La NBA no es tan importante digamos como para mandar a un corresponsal. La delegación francesa enviaba un redactor allí, puntualmente y de vez en cuando, pero nunca se dio la posibilidad de tener a alguien «full time» allí.
No quisiera incidir mucho más, porque Eurosport, que fue mi casa durante 15 años, se portó bastante bien conmigo, hasta que llegó un nuevo gerente, como se menciona al final del libro. Por ahí no fue posible y ya está, y a partir de ahí, yo hice las cosas por mi cuenta. Punto.
Unas líneas de «Jules et Jim» de Truffaut: Jim –Henri Serre– recuerda una conversación. «-¿Que quisiera ser? –Yo, curioso. –Pero esa no es una profesión. –¿Cómo podría serlo? –Bueno. Viaje, lea, traduzca y escriba. Siempre habrá algún periódico interesado en ello». ¿Eso se acabó para siempre?
En mi caso en ese sentido no me puedo quejar. Afortunadamente, es cierto que tengo medios en los que poder seguir colaborando, pero esto puedes decirlo cuando ya has superado el medio siglo de vida y has tenido que currarte absolutamente una firma durante tantos y tantos años. Y aun así, tengo que decir que eso de «escriba, lea, viaje, cuéntelo» no sería suficiente casi con seguridad ni para sobrevivir.
Pero para 2009, la firma de Gonzalo Vázquez ya pesaba. ¿Cómo es que tantos fervientes admiradores pagan tan poco?
No había relación tan directa como pudiera ser Patreon hoy; cosa que muchos me dijeron que debiera seguir haciendo, sobre todo hoy. No. Yo vivía de las colaboraciones y las colaboraciones, en el mundo del periodismo, y más en el «suicida deportivo» que se larga a un sitio a cubrir algo igual que los reporteros de guerra, están pagadas como están pagadas.
Por eso decías que «vivir un sueño es vivir en el alambre».
¡Claro! Cuando me fui allí tenía un remanente, unos ahorrillos. Aquello voló cuando voló y luego traté de estirar el chicle todo lo que pude con un período más o menos digno en el que las colaboraciones regulares existían, eran y se mantenían, pero ya está. ¡Nunca en mi vida he llegado a imaginar que se pudiera vivir con tan poco!
Conviviste con otros periodistas italianos, franceses, japoneses… Aquellos no «vivían un sueño», sino que iban respaldados por sus medios.
Sí. Hay de todo, ¿eh? Esos compañeros míos, en el libro adquieren el perfil un poco de novela. Como el caso de Mitja –el huraño periodista italo-esloveno, siempre embozado en su abrigo–, que creo que lo defino bastante bien. «Dais» –Daisuke, el periodista japonés–, que hacía boxeo y una revista que tienen allí en Japón, y aparte, las colaboraciones en Japón probablemente sean las mejor pagadas el mundo. El caso de Adriano, el dominicano «niuyórican», que colabora con ESPN muy regularmente… Todos tenían un respaldo y mi caso era completamente distinto. No tenía más respaldo que la recopilación de lo que pudiera ir sacando mensualmente.
¿Buscaste ese respaldo?
Bueno (sonríe)… Estando allí, llegué a mandar algunos trabajos que algún medio o algún diario de tirada estatal llegó a fusilar, directamente. Tratar de buscar el respaldo de grandes medios que ves lo que están haciendo con tu trabajo, es algo completamente inútil. Antes está mi dignidad que llamar a la puerta de quien me está robando.
Además, uno consideraba que, estando yo allí, «a alguien de mi país le interesara el hecho de que una persona está aquí, tratando directamente con algunas estrellas diariamente». Pues eso nunca se produjo. Y no digamos ya con la cadena propietaria de los derechos en mi país. Ahí no había nada que hacer.
Eres un autor objetiva y merecidamente admirado, pero también exprimido, ignorado y castigado. ¿Te han convertido en un «autor maldito»?
Algunos colegas de profesión, muy calladamente, me dicen que sí. Que el periodismo deportivo tiene a su figura maldita. Yo no lo sé ni voy afirmar ni voy a desmentir, pero no me disgusta para nada esa etiqueta. Porque si esa etiqueta lo que indica es una brecha insalvable con la primera línea mediática de lo que se llama en España «periodismo deportivo», sí, estoy contento; cuanto más maldito, mejor.
¿Hasta qué punto te ha desengañado el periodismo en esta experiencia?
Sigo amando y amaré siempre el periodismo. Pero lo amo y lo amaré de la forma en la que lo he interpretado antes, durante y después de salir de la facultad. El Gonzalo que más se conoce, el de los artículos, el de las historias y los libros, es el que considera que el periodismo merecía la pena como causa. Pero la realidad que me he ido encontrando del periodismo es otra.
Cuando estuve aislado en Infecciosas –del Hospital Clínico San Carlos de Madrid–, me preguntaba mirando al techo cómo y por qué había llegado a esa situación, de haber tocado más que fondo, entre tanta dignidad y prestigio de firma. En ese momento consideré que procedía una especie de autobiografía, no en términos propiamente personales, sino para explicar al lector cómo alguien que creía tanto en la devoción de un oficio, podía haberse dado así de bruces con la realidad.
Esas cerca de 200 páginas fueron extirpadas a la obra –que ya cuenta con 700– porque la editorial, con buen criterio, me dijo «Gonzalo, esto está muy bien, pero esto es otro libro».
¿Habrá, pues, otro libro?
Tal vez sí tenga que darle una vuelta, porque creo que merece la pena explicar la relación profesional con el periodismo; incluso un «spin-off» de todo lo que había; el reverso de todo aquello, y por qué uno acabó largándose de allí y por qué uno, al volver, las pasó canutas –aquel nuevo editor jefe de Eurosport intentó despedirlo, y aunque no lo logró, sí que estuvo relegado– como si tuviera que pagar una penitencia por aquella especie de «fiesta» en Nueva York de aquellos años.
No soy una persona que se martirice demasiado por lo que no pudo ser, porque conseguí finalmente moderar mucho mis expectativas, que es donde reside mucho error en la vida: esperamos grandes cosas, y no. Pero si uno espera grandes cosas de la vida, tienes que jugar con ella, no esperar a que la vida juegue contigo cuando estás en casa esperando, como esperaba yo, una llamada durante tantos años.

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