Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Tregua ansiada, puesta en sordina por Israel y que ni así apagará el fuego

Frágil era el acuerdo, como frágil está el eje de resistencia, incluida Hamas. Débil pero no hundida, como Israel, que da síntomas de agotamiento. Ha hecho falta el concurso de dos administraciones del «imperio» de EEUU y Netanyahu sigue haciéndose el remolón. Israel, antónimo de paz.

Joe Biden y Benjamin Netanyahu.
Joe Biden y Benjamin Netanyahu. (AFP)

El del alto el fuego era el anuncio por el que suplicaba el pueblo palestino y que esperábamos todos los que llevábamos 467 días horrorizados e impotentes ante el genocidio de Gaza.

Utilizo el pretérrito porque la negativa del primer ministro israelí a ratificarlo arroja las primeras dudas sobre la virtualidad de una tregua que ya nacía muy frágil.

Netanyahu aduce, ora que Hamas «reclama dictar» los nombres de los prisioneros que serán liberados, ora que no se retirará del corredor Filadelfia (frontera entre Gaza y Egipto), tal y como establece el borrador filtrado del acuerdo, y acusa a los islamistas palestinos de «retractarse de entendimientos explícitos», todo un oxímoron, cuando se supone que todo entendimiento se supone que es implícito.

En espera de que aclare o no ese galimatías, el centenar de muertos en bombardeos desde el anuncio presagia que a los gazatíes les espera un infierno hasta su entrada en vigor en su caso el domingo. Que se lo pregunten si no a los libaneses, que vieron cómo Israel lanzaba sucesivas y criminales tracas finales antes de la entrada en vigor del alto el fuego de dos meses el pasado 26-27 de noviembre.

Quiero creer que Bibi, todo un superviviente político que no ha dudado en arrasar Gaza para no ser investigado por las fallas de seguridad que permitieron el 17-O y encarcelado por corrupción, está tratando de ganar tiempo para negociar un acuerdo con sus aliados ultrasionistas prometiéndoles que no abandonará el objetivo de seguir ocupando Gaza o, en su caso, para blindar el apoyo que ya le ha prometido la oposición de centro, incluido su principal líder Yair Lapid, en una moción de confianza para salvar el alto el fuego.

Porque lo que no le interesa en ningún caso es desairar a Donald Trump, quien no ha dudado en arrogarse todo el mérito del acuerdo (como buen negociante, que no buen empresario, ha reivindicado también la liberación de prisioneros por parte de Cuba, la misma Cuba a la que incluyó en la lista de «patrocinadores del terrorismo» y a la que volverá a incluir cuando vuelva a la Casa Blanca, después de que Joe Biden la retirara antes de dejar la llave).

Más allá de bravuconadas, es evidente que el hecho de que su Administración haya tenido que compartir con la entrante de Trump este impulso a las últimas negociaciones y el que entre, en su caso, en vigor la víspera del discurso de investidura del magnate, el 20 de enero, deja en mal lugar a un Biden incapaz en un año de forzar a un alto el fuego a Nentanyahu para lograr al final un acuerdo similar al que los suyos propusieron tres veces.

Lo que da la medida de la debilidad estratégica para imponer su agenda, también a Israel, de los que se presentan como defensores del orden democrático liberal. Y luego se extrañan de que la extrema derecha sea un valor al alza.

Resulta sonrojante escuchar a Biden tildando de «broma» que Trump, quien ha amenazado a Hamas con el infierno, ¿más?, si no accedía a liberar a los rehenes antes de su llegada a la Casa Blanca y que ha advertido a Netanyahu que no quiere heredar bombardeos diarios sobre Gaza mientras reestrena Despacho Oval, haya forzado el acuerdo de principio.

Pero resulta, asimismo, descorazonador que haya grupos como organizaciones islámicas y de derechos humanos estadounidenses, y algunas voces desde la izquierda antiimperialista europea que saluden la iniciativa de Trump obviando que, con su impulso a que los regímenes sátrapas árabes asestaran la puñalada en el corazón al pueblo palestino, él es el gran corresponsable de la brutal incursión de Hamas en Israel que sirvió como excusa a este para su genocidio.

Olvidan, no sé si porque han perdido alguna brújula ideológica, que Trump y Netanyahu comparten la misma visión para Oriente Medio. Arabia Saudí espera como agua de mayo desbloquear el acuerdo de normalización de relaciones con Israel, que Emiratos, Bahrein y Marruecos (pobres saharauis) no han retirado.

No sé si será el domingo, pero algún día tendrá que parar el bombardeo diario contra Gaza. Sobre todo por el agotamiento militar y económico (economía de guerra) de Israel. Y porque, no se olvide, Hamas está muy debilitada, pero no hundida, y algunas fuentes aseguran que cuenta con 20.000 combatientes, muchos relevos llenos de odio, aunque faltos de experiencia para suplir a los caídos.

Israel calculaba en octubre de 2023 que se podía permitir hasta 70.000 muertos palestinos. Los que la revista científica ‘The Lancet’ cifra entre muertos por bombardeos, desaparecidos bajo los escombros y víctimas de inasistencia médica, hambre y frío.

Nada asegura que sean suficientes. Israel insiste en que se le devuelvan los rehenes, vivos y muertos, sin comprometerse a más. Cuenta para ello con el golpe a Irán, nudo gordiano del «eje de la resistencia», en Líbano, Siria y en la propia Teherán. Al punto de que Hamas, seamos honestos, aunque nos duela, accede a un primer intercambio antes de negociar hipotéticas retiradas. Ni eso es suficiente para Israel.

¿Alto el fuego? Paz, lejos.