Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Entrevista
Angélica Dass
Fotógrafa y activista

«Hablar de migración no es hablar del otro, sino de nosotros mismos»

La fotógrafa y activista Angélica Dass ha trabajado, junto a 196 alumnos de Bilbo, sobre la memoria migratoria de sus familias. El resultado, que presenta en Itsasmuseum, nos hace reflexionar sobre qué es ser migrante. Paralelamente, en París, Dass muestra su famoso ‘Humanae’ sobre el racismo.

Angélica Dass, fotógrafa y activista brasileña.
Angélica Dass, fotógrafa y activista brasileña. (Oskar MATXIN | FOKU)

¿De qué color es el lápiz color carne?, se preguntó hace quince años la fotógrafa Angélica Dass. De ahí surgió un proyecto, ‘Humanae’, con el que lleva retratadas 4.576 personas, de 20 países y 36 ciudades de todo el planeta, y que es un auténtico mosaico global contra el racismo, también el trabajo que le dio la fama. Por cierto, no hay un ‘color carne’, hay tantos como colores tiene la paleta de Pantone.

Mientras ‘Humanae’ sigue su camino –está actualmente en el parisino Mussé de L’Homme, hasta el 7 de junio– Angélica Dass ha regresado a Bilbo, donde lo mostró en 2016, para presentar los resultados de otro proyecto que, hasta el momento, solo se ha hecho en la capital vizcaina. Es ‘Sustrairik gabeko zuhaitzak ez du aurrera egiten - Un árbol sin raíces no prospera’, que se puede ver en Itsasmuseum hasta el 7 de marzo. Este es otro mosaico, compuesto esta vez por las historias de migración que 196 estudiantes de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y Bachillerato de seis centros educativos públicos de Bilbo han investigado en sus propias familias.

El material didáctico utilizado para hacer este proyecto se colgará en euskara y castellano en la página web de Itsasmuseum y en la de Angélica Dass, para que los docentes o quien desee utilizarlo pueda bajárselo. Porque esto va de investigar, reflexionar y activar... nos cuenta, en esta entrevista a saltos, entre abrazos con los chavales participantes, cafés e, incluso, terminando por teléfono, en una parada de su regreso a Madrid.

La lectura de la selección de testimonios recogidos da la imagen de una ciudad multicultural. (Oskar MATXIN / FOKU)

 

 

De su proyecto sale un retrato de Bilbo muy diverso, pero no sé si se podría extrapolar al resto de Euskal Herria, porque esta es la gran metrópolis vasca. ¿Se puede extender al resto del país?

Por eso he elegido este territorio, porque es un territorio que existe por la migración y porque ha venido un montón de gente a trabajar aquí. Esta es una ciudad que creció y se enriqueció porque la gente se movió a ella, con el auge de la industria y la siderurgia. Por eso, es importante reflexionar sobre por qué en aquella época sí eran migraciones válidas y las de ahora, no. La gente se movía por las mismas razones, porque absolutamente todos migramos para buscar una vida mejor.

Somos un país que ha migrado a lo largo de la historia, tanto por razones económicas como por razones políticas, a América, Australia... y, a la vez, un país receptor históricamente de migrantes. Aunque parece que se nos olvida.  

Exactamente, la migración de ida y vuelta. Precisamente, el primer testimonio que he visto escrito en el ‘muro’ [en la exposición, hay una pared donde los visitantes pueden dar su testimonio] es de alguien que tiene primos en Argentina, exiliados en al guerra. En un periódico argentino de 1932, encontré un anuncio en el que una familia ‘vasco española’ recién llegada, con un hijo de 15 años, la mujer se ofrecía como mucama para servicios domésticos. Y mucama es una palabra muy fuerte.

Es impresionante, porque miramos esto como si fuese un pasado muy lejano, cuando está relacionado con la actualidad. Por eso me parecía este un territorio que tenía tantas cosas que contar. Y lo que me parecía esencial era que fueran los adolescentes quienes hicieran esas investigaciones, porque muchas veces no hablamos del pasado. Por ejemplo, un señor que hace el mantenimiento del museo, me decía: ‘‘Yo no voy a contar mi historia, ¡a ver si me expulsan del País Vasco!’’. Son historias que muchas veces las escondemos, porque ese momento migratorio es el momento en el que has sido ilegal, has estado en esa situación de invisibilidad y de no pertenencia a ningún lugar.

La reflexión de uno de estos adolescentes. (Oskar MATXIN)

 

La elección de los colegios tiene también su aquel. Ha ido tanto a los barrios digamos más marginales, como podía ser Otxarkoaga, como a zonas más elitistas. ¿Por qué razón?

Muchas veces los proyectos que se enfocan en la inmigración van al gueto y quieren hablar solo de los migrantes. Este es uno de los puntos que, para mí, es fundamental: no es algo sobre el otro, es siempre sobre nosotros. Por eso, hay colegios con un perfil más diverso, como el Centro Formativo Otxarkoaga o el IES Artabe, que no solo tienen una alta población de inmigrante: también tiene población gitana, porque era importante en este proyecto.

Hay otros que son como intermedios; por ejemplo, Txurdinaga, un barrio donde hay una migración con un poder adquisitivo más alto; o sea, están un poco más asentados en el centro de la ciudad. He elegido dos centros, pegaditos el uno al otro, que son Bertendona y Unamuno. IES Miguel de Unamuno es un colegio de élite, es como lo mejor de lo mejor de la educación pública en la ciudad de Bilbo, y, el otro lado, esta IES Martín Bertendona BHI, que  también está en el centro y en el barrio, pero es a donde van los migrantes. Los alumnos solo se encuentran en el parque, porque comparten el mismo patio, pero uno es un colegio que tiene un porcentaje alto de migración y el otro es bajísimo.

Y el otro ejemplo, que también es como un colegio de referencia, es IES Ibarrekolanda, es único con bachillerato artístico de la ciudad. Muchos de los alumnos a están ahora estudiando Bellas Artes en la UPV-EHU y fue muy bonito todo el proceso para ellos, porque, aunque estoy haciendo lo mismo que en las otras escuelas, aquí voy un poco más allá.

¿Cuál ha sido la reacción de los chavales? Supongo que habrá habido mucho de autodescubrimiento.

Lo primero, sorpresa, porque ellos ni siquiera lo pensaban que era migrantes. El hecho de hacer este ejercicio de meoria fue algo muy potente. Además, ninguno pensaba que el otro tenía esta historia migratoria: ‘Yo soy afrodescendiente y sé que soy migrante, ¿pero tú? Yo no pensé que en tu familia también había una historia migratoria’. Creo que fue incluso poderoso para la propia autoestima de los que se reconocen como migrados descubrir que los otros también lo eran.

Los motivos para emigrar pueden ser de todas clases: económicos, políticos... o amorosos. (Oskar MATXIN / FOKU)


¿Somos un país de emigrantes, una cultura de migrantes? ¿Somos un país racista?

Definitivamente, sí que este es un país de migrantes. Una de las cosas más importantes era entender que venir del pueblo a la ciudad buscando una mejora en la vida es migrar. Y hay historias superpotentes, por ejemplo, la de unos estudiantes de Ibarrekolanda, cuya su abuela tuvo que migrar a otro pueblo para que su tío abuelo pudiera ser atendido en un hospital, o la cantidad de historias de mujeres que han venido de pueblos a trabajar como servicio... todas esas historias son como invisibles, porque es un pasado que la gente esconde. Es pasado es feo, difícil, y nunca queremos enseñar a esa parte vulnerable.

Aquí hubo una primera oleada de migración como en los años 60, en el franquismo. Migrantes del Estado, sobre todo de Galicia y Castilla, que vivían en lo que hoy llamaríamos pisos-patera. Eso lo he conocido de niña, en Eibar.

Los niños me presentaron historias de ese estilo [nos enseña las historias familiares reconstruidas por estos alumnos, verdaderas biografías con texto, fotografías o dibujos, en los que se cuentan historias de campesinos que tuvieron que dejar su tierra para venir a las fábricas de Euskal Herria o a las de Alemania... historias de hambre, guerra y necesidades]. El propio hecho de que estos niños hayan tenido que investigar sobre su familia, para mí ya es un cambio en la sociedad, porque es una reflexión no sobre los otros, sino sobre nosotros.

Bilbo y Euskal Herria también son zona de paso de la migración que viene desde la puerta sur de Europa camino hacia el norte. ¿Se ha visto reflejado? Porque hay como unastreinta y pico nacionalidades que conviven en la ciudad.

Sí que hay algunos estudiantes que llegaron siendo menores al Estado y que hablan de una gran viaje. Otro adolescente, por ejemplo, ha estado en Holanda y Bélgica y después vino para aquí. Porque sí que pasa que algunos vuelven donde estaban mejor.

«El propio hecho de que estos 196 adolescentes de Bilbo hayan tenido que investigar sobre su familia, para mí ya es un cambio en la sociedad»

Tenemos la sensación de que ha cambiado mucho la sociedad vasca en los últimos años, pero echas la mirada de atrás y te das cuenta que, en realidad, hay un flujo continuo de migración, ¿verdad?

¿Sabes lo que ha cambiado? Y ahí conecto con lo que me has preguntado antes: lo que ha cambiado es que son personas racializadas. Son personas que tienen más melanina, algunas practican otra religión, tienen otros acentos, que no son los acentos a los que estaban acostumbrados y que venían del sur de España... lo que parece que es la  diferencia, y aquí vamos a hablar de lo que es el racismo estructural. Porque la gente me pregunta: ¿España es racista? ¡El planeta es racista! Muchas de las dinámicas que hemos aprendido de temor al otro las hemos aprendido así, también las del racismo, del machismo... Todo esto es estructural, es cómo aprendemos a relacionarnos con el otro, aunque muchas veces este está mucho más cerca de lo que pensamos.

Ser siempre extranjero, hasta en tu propio país. (Oskar MATXIN / FOKU)

 

¿Este trabajo entronca con su exposición más conocida, ‘Humanae’ o es parte de él?

No es parte, pero sí que uso la misma metodología. En ‘Humanae’ estoy hablando de una temática más específica, del propio racismo, pero es verdad que yo creo en el arte como una herramienta educativa, que va desde la contemplación hasta la activación, y ‘Humanae‘ es precisamente esto: son convocatorias públicas, con un programa educativo asociado.

«En el pasado, muchos de los directores del Musée de L'Homme de París construyeron el concepto de raza y decían que yo era inferior, porque pertenecía a la supuesta raza negra. Ahora esa persona inferior tiene una exposición allí»

¿Lo ha cerrado ya o sigue con él?

Es un working progress, algo que, para mí, es importante. Yo siempre digo, a la gente que me cuestiona y me pregunta sobre cuándo va a terminar ‘Humane’ o si no estoy cansada de seguir con el mismo proyecto todos estos años, que yo de lo que estoy cansada es de ser de deshumanizada por el color de mi piel.

A mí me encantaría dejar de hacer un trabajo como ese, porque ya no haya más necesidad en el mundo que hicimos, pero sinceramente no creo porque hay que dejar de hacer más fotos y seguir exponiendo. Ahora mismo, si vas al Musée de L'Homme [Museo del Hombre] de París, verás que tengo a una exposición sobre migración, he traído el catálogo a Itsasmuseum, que habla de migración como una odisea humana [se titula ‘Migrations, une odyssée humaine’ y está expuesta hasta el 8 de junio]. Tal vez, para mí, uno de los mensajes claves de estar en ese museo es que muchos de los directores del Musée de L'Homme en el pasado fueron quienes construyeron el concepto de raza, fueron quienes decían que yo era inferior, incluso intelectualmente, porque pertenecía a la supuesta raza negra.

Y ahora, en 2024 y 2025, este mismo cuerpo, esta misma obra, esta persona que, en teoría, era inferior, vuelve a este museo y tiene una exposición allí. Si yo hubiese dejado de hacer ‘Humanae’ no habría inaugurado en el Musée de L'Homme y es fundamental seguir insistiendo en esta temática y en ese trabajo. Yo sigo haciendo fotos, sigo exponiendo y sigo con un programa educativo potente con gente de todo el mundo que utiliza ‘Humanae’ como una herramienta en la escuela.

¿Cuántos retratos lleva hasta el momento y de cuántos paises?

En ‘Humanae’, hay 4.576 retratos hechos en 20 países y 36 ciudades por todo el planeta.

Le he oído hablar de ‘artivismo’, del uso de la fotografía como herramienta de cambio social. ¿Me lo explica?

Mucha gente me define como artista, pero yo creo que el artista es un engranaje más en la sociedad, como el que pone los clavos en una obra o el que pinta una pared. Muchas veces la gente me llama ‘artivista’ y yo siempre digo que lo que soy es activadora de conversaciones. Somos todos nosotros quienes podemos construir el mundo que queremos vivir y yo uso para ello mi profesión, mi práctica, que es la fotografía, pero algunas veces suelo decir bromeando que soy mucho más activista y antirracista cuando voy a comprar el pan, sencillamente por la conversación que tengo con la panadera. Yo estoy utilizando mi oficio para proponer los diálogos y las conversaciones con las que construir el mundo que yo quiero vivir,  pero todos podemos hacer esto mismo desde todos nuestros oficios y desde ese lugar que tenemos en el mundo. Yo utilizado este privilegio, porque hay un montón de gente que quiere oirme y que se interesa por mi obra, para hablar de estos temas. Soy una mujer afrodescendiente y migrante y ¡mira la cantidad de gente quiere verme!, tengo que aprovechar ese privilegio.