
Horas antes de que la alfombra roja del Palais se extendiera para acoger el mayor festival de cine del mundo, Gérard Depardieu era oficialmente condenado a 18 meses de prisión por una doble agresión sexual que, visto cómo el cine francés ha ido justificándose y postergando su #MeToo, se sienten solo como la punta del iceberg.
Juliette Binoche, cara femenina fundamental en el cine europeo y con quien Depardieu compartió hasta tres repartos, tiene un historial complejo con el actor, quien la denigró hará quince años solo para llegar a una reconciliación algo extraña. «Una estrella de cine es un hombre, un rey es un hombre, un presidente es un hombre», ha profetizado en la rueda de prensa, tranquila. «Cuando les desacralizamos, como ha pasado ahora, eso nos obliga a pensar en el poder de alguien que toma el poder. Pero el poder está en otra parte».
Aquí pueden insertar un emoticono pensante. Porque era el vago concepto del ‘arte’, susodicha otra-parte a la que Juliette Binoche se ha ido refiriendo con insistencia, desviando hacer comentarios concretos sobre: uno, los aranceles de Trump al cine internacional –«La verdad es que no sé qué decir sobre eso», mostraba la osadía de responder la que es Presidenta de la Academia del Cine Europeo–; y dos, el genocidio en Gaza. «No puedo decir nada. Después lo entenderéis», sugería condescendiente a la prensa, en la rueda de presentación del Jurado Oficial, que conforma junto a la actriz, directora y productora Halle Berry, la directora Payal Kapadia (‘La luz que imaginamos’), la actriz Alba Rochrwacher (‘La quimera’), la periodista y escritora Leïla Slimani, el documentalista Dieudo Hamadi, los cineastas Hong Sangsoo y Carlos Reygadas y el actor Jeremy Strong (‘The Apprentice’).
La sorpresa que Binoche nos tenía reservada ha sido aparecer en la gala de apertura vestida con unas telas blancas y etéreas, recordar los deberes de unión fraternal del arte en un discurso sonrojante, y emplear el asesinato de la documentalista palestina Fatima Hassouna como ejemplo para su lección moral sin nombres ni apellidos. El silencio con que se le ha negado el aplauso entre la prensa ha resultado, como mínimo, consecuente. Poco antes, el presentador Laurent Lafitte desmenuzaba con gracia un monólogo introductorio sobre la necesidad del cine de implicarse en política, ilustrando las incorruptibilidad activa de James Stewart, Jean Gabin o Adèle Haenel, y leyéndose esta última cual disculpa tácita (y tardía) de la industria para con quien dijo no a la convivencia con Roman Polanski.
Poco después, el propio Robert de Niro, en su discurso de aceptación de la Palma de Honor, volvía a referirse a la lucha activa y concreta contra ‘autócratas y fascistas’, atacando los aranceles del ‘filisteo’ Donald Trump: «Todos estos ataques son inaceptables. Y este no es solo un problema estadounidense, es mundial. No podemos quedarnos de brazos cruzados como viendo una película. Tenemos que actuar, y tenemos que actuar ya».
No ha pasado desapercibido que quien debía ser protagonista esta velada se haya mojado en temas de más importancia, y que su anfitriona francesa no. Sin embargo, han puesto el lazo entretenido a la velada Leonado Di Caprio, con un discurso sobre su maestro De Niro lo suficientemente cinéfilo para arrancar las lágrimas de la platea, y Quentin Tarantino, aparición sorpresa cuya propaganda sionista ha sido olvidada por completo cuando pronunciado la tradicional bienvenida al festival a vozarrones, gesticulando simiesco y cerrando la gala con una memética caída de micro (mic drop). El encanto lubrica las contradicciones.
En una breve nota: el entusiasmo por la frescura de la película de inauguración (el primer debut que abre el festival) ha ido diluyéndose a lo largo del día. ‘Partir un jour’ de Amélie Bonnin quiere celebrar y ahondar en las fórmulas resabidas de la película de tarde y de la comedia romántica musical como quien echa kétchup en sus patatas. El amarillo se enmascara, pero la forma, el sabor y la indigestión del tubérculo frito nunca desaparecen. El film no amplía las bondades de sus ascendencias pop, ni se sumerge en los ecos dramáticos de su espíritu indie. Lo olvidaremos pronto.

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