«Lo que tenemos en los territorios en Colombia es un desangramiento total»
Exguerrillera de las FARC-EP, firmante de los acuerdos de paz de La Habana y ahora exiliada, Lida Rosa Ortiz fue una de las ponentes en el segundo Seminario Internacional sobre Colombia, víctimas del Estado y paramilitarismo organizado en Bilbo por la Asociación Jorge Adolfo Freytter Romero.

Exguerrillera de las FARC-EP y firmante de paz, Lida Rosa Ortiz nunca pensó que tendría que exiliarse y menos por amenazas del Estado Mayor Central comandando por Iván Mordisco.
En entrevista con NAIZ, denuncia «el desangramiento total» en los territorios con «muertos cada día» y el surgimiento, tras los acuerdos de La Habana, de grupos que «están pisoteando la memoria de las FARC-EP».
Desde el exilio participó en el segundo seminario internacional sobre Colombia organizado en Bilbo por la Asociación Jorge Adolfo Freytter Romero – ‘Víctimas de Estado, Experiencias Jurídicas y Desmonte del Paramilitarismo’–.
«Como insurgente conocí lo que significa una guerra; víctimas de todos lados. A pesar de todo el componente político e ideológico,nunca deja de ser cruel. Seguimos esperando una paz que ni siquiera se ve cercana», resalta.
¿Cómo llegó a las FARC-EP?
Estaba estudiando en la Universidad del Valle cuando decidí ingresar en las filas de las FARC-EP en medio de la persecución política contra el movimiento estudiantil en la época de Álvaro Uribe Vélez, un presidente de carácter paramilitar.
Como guerrillera participé activamente en temas educativos, políticos y organizativos, y tras la firma de los acuerdos de paz en 2016, en labores de pedagogía de paz y de implementación.
Lamentablemente, a pesar de que el acuerdo original de La Habana fue un buen documento, no fue concebido para cumplirlo efectivamente, sino para desmovilizar a las FARC.
¿Cómo vivió el proceso de diálogo de La Habana?
En la etapa inicial realmente no conocíamos mucho su contenido. Sabíamos que había unos acercamientos. Las FARC-EP siempre tuvieron dentro de su programa como primer punto la paz y la solución política al conflicto social y armado del país.
Cuando la firma me encontraba en el espacio territorial de capacitación y reincorporación de Buenos Aires, en el departamento del Cauca. Estaba concentrada junto a un número importante de guerrilleros del Bloque Suroccidental.
«Aunque estamos en el exilio para proteger nuestra vida, es una realidad muy dolorosa; si se muere un familiar, no podemos ir»
Los recibimos con mucha esperanza y anhelo. Nos parecía muy importante el acuerdo en su conjunto, a pesar de que existía mucho temor en las comunidades, que, conocedoras de experiencias anteriores, nos decían que no firmásemos porque nos iban a matar a todos.
Lamentablemente, en Colombia, tras la firma de cualquier acuerdo de paz, ha venido el exterminio. ‘Esta vez no va a pasar lo mismo’, les decíamos, pero, al final, tuvieron razón porque hay un plan sistemático de exterminio de firmantes de paz.
¿Qué balance hace de estos ocho años y medio de la firma de los acuerdos?
El balance es muy complejo. Hay ciertas realidades que no las avizoramos en el momento del acuerdo y que tienen que ver con la reconfiguración del conflicto.
Como el acuerdo no se implementó y, de hecho, como te comentaba no fue concebido para cumplirse, fueron surgiendo otra serie de grupos.
Algunos corresponden a grupos paramilitares que ya existían bajo otros nombres, como el Clan del Golfo, los Urabeños, los Rastrojos o las Águilas Negras, pero han surgido otros grupos que han tomado el nombre y parte del discurso histórico de las FARC, pero cuya práctica se distancia mucho de lo que es una insurgencia de carácter revolucionario. Lo que tenemos en los territorios es un desangramiento total, son muertos día a día.
Yo vengo del Departamento del Cauca, donde la población indígena ha sido objetivo militar de esos grupos armados y donde un número indeterminado de firmantes de paz han sido asesinados bajo el argumento de que es una guerra entre grupos, pero lo que subyace es un cobro político por lo que ha sido la lucha insurgente.
«Las antiguas FARC ya no existen. Este grupo que se hace llamar Estado Mayor Central FARC tiene el control territorial de buena parte del país y está vinculado al narcotráfico y al control social»
Colombia es un país que aprendió a vivir en la guerra y esta es el negocio más rentable para muchísimas personas; para quienes trafican con armas, para toda una élite política que está involucrada en ese tráfico, para quienes están involucrados en el narcotráfico…
La guerra es el discurso político de la ultraderecha para seguir en el poder y justificar su programa de terror.
En este momento se encuentra exiliada. ¿Cómo lo lleva?
La vida en el exilio es muy dura. Una cosa es cuando alguien decide emigrar voluntariamente a un país y lo puede programar, y otra cuando tienes que salir inmediatamente para salvar tu vida, la de tu hijo y la de tu compañero.
De repente te ves en un centro para refugiados, con unas normas que se asemejan a un régimen penitenciario, a lo que se añade la dificultad para integrarte cuando no manejas el idioma.
Llegas a un país que está al otro lado del charco, como decimos en Colombia, totalmente diferente no solo en lo que respecta al idioma, sino también a sus lógicas internas. El choque es muy grande.
El exilio también te pone ante el gran reto de cómo seguir acompañando desde fuera a los movimientos y organizaciones sociales, y denunciando las violaciones de derechos humanos en Colombia y la existencia, aún a día de hoy, del paramilitarismo.
¿En algún momento pensó que tendría que exiliarse tras firmar la paz?
No, nunca lo pensé. En Colombia hay una mentalidad muy reducida de lo que es el exilio, no se comprende porque existe la mentalidad de que hay que morir en la raya –hacer hasta el último esfuerzo por cumplir con lo prometido–.
Ya son muchos muertos como para seguir poniendo más. Yo soy objetivo militar del grupo armado de Iván Mordisco. Pensé que no había nada que hacer porque es un grupo que asombrosamente, no sabemos cómo, surgió rápidamente y ha logrado consolidar una influencia territorial en gran parte del país. Realmente, son pocos los golpes que les han dado.
Ese grupo tiene a su cargo buena parte de los asesinatos de liderazgos sociales, indígenas, campesinos y de los firmantes del acuerdo de paz.
¿Cómo se siente como exguerrillera de las FARC-EP cuando otros grupos se apropian del nombre de la guerrilla?
Es una pregunta muy propicia, porque muchas personas, incluso en el exterior, se confunden y los siguen mirando como si se tratara de grupos insurgentes. Creen que siguen en la lucha armada porque el Estado colombiano no cumplió los acuerdos de La Habana.
Estos grupos están siendo funcionales a un plan de exterminio de excombatientes de las FARC que firmaron los acuerdos de paz y de las semillas de resistencia, entre ellas, el movimiento indígena, que ha protagonizado acciones supremamente contundentes en el país y, cuando se lo ha propuesto, ha logrado paralizar las principales vías del país. Han conseguido silenciar y aterrorizar a buena parte del movimiento campesino.
«Una parte reducida de excombatientes de las FARC se ha vandalizado y está amenazando vastos territorios en el país. Pero, hay que poner en valor que un grupo muy importante de firmantes siguen creyendo que la paz es posible»
Estamos ante un panorama terrible, están pisoteando la memoria histórica de lo que fueron las FARC. La gente que no tenga memoria va a decir ahí están las FARC, ‘unos bandidos, narcotraficantes y asesinos’. Esta es una oportunidad formidable para decirle a la gente que las antiguas FARC ya no existen.
Este grupo que se hace llamar Estado Mayor Central tiene el control territorial de buena parte del país y está vinculado al narcotráfico y al control social. Quienes no se someten a ellos, son asesinados.
Además de todo esto, en Colombia existe una gran cantidad de grupos de sicarios. Los altos políticos inmersos en el paramilitarismo de tiempo atrás, hoy día han encontrado la vía de camuflarse en toda esta cantidad de grupos armados que existen en los territorios con diferentes nombres.
Usted está bajo la amenaza de Iván Mordisco. ¿Se imaginó alguna vez que sería perseguida por quienes un día integraron las FARC?
Jamás en la vida pensé que me fuera a perseguir un grupo armado que utiliza el nombre de las FARC, es un golpe duro. Ha sido algo inesperado totalmente, pero hace parte de las mismas realidades del país e incluso de los procesos de paz que se han llevado a cabo en otras partes del mundo y Centroamérica.
Una parte reducida de excombatientes de las FARC se ha vandalizado y está amenazando vastos territorios en el país.
Pero, hay que poner en valor que un grupo muy importante de firmantes del acuerdo de paz siguen trabajando en cooperativas, en proyectos productivos y creen que la paz es posible.
La Comisión de la Verdad de Colombia dedicó un capítulo al exilio. ¿Considera que está suficientemente reconocido?
Realmente yo no llevo mucho tiempo como exiliada, por lo que mi experiencia es breve frente a quienes llevan buena parte de su vida en el exilio. Hay realidades complejas.
Recientemente hubo en Colombia un encuentro sobre exiliados cuando, precisamente, quienes somos refugiados políticos no podemos ir a nuestro país y, por tanto, no pudimos participar.
«Hay ciertas realidades que no las avizoramos en el momento del acuerdo y que tienen que ver con la reconfiguración del conflicto»
Aunque estamos en el exilio para proteger nuestra vida, es una realidad muy dolorosa, si, por ejemplo, se muere un familiar, hay que llorarlo desde el exilio, no podemos ir a Colombia.
Todavía hay grandes limitantes para abordar los temas de exilio. Tenemos que trabajar conjuntamente para diseñar proyectos comunes por encima de los intereses personalistas que todavía subsisten.
Y cómo ponemos el foco en los temas más esenciales que puedan garantizar los derechos de los refugiados evitando revictimizaciones.
¿Cómo explicaría su vida como guerrillera, firmante de paz y ahora exiliada?
Son como tres vidas. He tenido lecciones de vida muy fuertes. Como insurgente conocí lo que significa una guerra; víctimas de todos lados. A pesar de todo el componente político e ideológico, la guerra nunca deja de ser cruel.
Seguimos esperando una paz que ni siquiera se ve cercana. Una gran forma de resistir es hacerlo desde la paz. La guerra es el negocio de una élite que se aprovecha de la venta de armas, del narcotráfico y sustenta todo su argumento político en la guerra. En cuanto al exilio, pienso que hay que seguir luchando por la paz desde cualquier lugar del mundo.

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