Ibai Azparren
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad
Entrevista
Antonio Aretxabala
Geólogo y autor del libro ‘Geología y Ciudad’

«Iruñea se ha desarrollado así por su amable geología»

Antonio Aretxabala es geólogo, doctor en Ciencias de la Tierra y divulgador. En su nuevo libro recorre la historia de Iruñea desde la Edad del Hierro hasta mediados del siglo XX a través de su geología, mostrando cómo los giros históricos han dejado huella en el terreno e infraestructuras.

Antonio Aretxabala
Antonio Aretxabala (Jagoba MANTEROLA)

En el marco del 2.100 aniversario de la fundación de Pompaelo, Antonio Aretxabala (Vigo, 1963) ha publicado el libro ‘Geología y Ciudad’, editado por el Ayuntamiento de Iruñea con prólogo de su alcalde, Joseba Asiron. En esta entrevista, el geólogo defiende que la historia de una ciudad no solo se escribe sobre el terreno, sino también bajo él: terremotos, pandemias, materiales y decisiones urbanísticas que hoy nos afectan. Así, ofrece una mirada al pasado (y al futuro) desde las entrañas de Iruñea.

En la presentación de su libro, Joseba Asiron señaló que los historiadores se fijan en lo que ocurre encima del terreno, mientras que usted invita a mirar hacia abajo. ¿Qué cambia cuando cambiamos el foco?

No por parte de los historiadores, sino también desde las ciencias, se está reescribiendo un poco la historia en relación al medio que nos sustenta. Muchas de las dinámicas que se producen bajo nuestros pies no mediatizan ni determinan nuestra forma de convivir ni nuestras sociedades, pero sí influyen mucho en la manera en que nos desarrollamos. Se está dando un cambio radical en cómo se interpreta Europa en relación con acontecimientos geológicos, incluidos los cambios en los patrones climáticos o la apertura o cierre de pasos entre continentes que pudieron hacer que el ser humano se moviese. Todo ello influye en que algunas sociedades tuvieran éxito y otras no. Yo lo he querido aplicar a nuestra comunidad y especialmente a esta ciudad.

Justo cuando se conmemoran los 2.100 años de la fundación romana de Pompaelo. ¿Era un buen momento para mirar qué dicen las piedras de ahí abajo?

Claro. Es que muchas de las cosas que tiene Iruñea no hubiesen sido posibles si no fuera por una geología amable para desarrollarse. Compitió con otras localidades, pero, por una causa u otra, referentes al tamaño o por la propia geomorfología que había sido esculpida por los agentes atmosféricos en las dos últimas glaciaciones, se dio un entorno geológico favorable para que creciera una comunidad con unas determinadas circunstancias: recursos, cercanía al agua, suelos útiles para cultivo o construcción… En otras zonas similares, eso no cuajó. Pero aquí sí. Y de ahí salió esta Iruña maravillosa.

Parémonos en Santa Lucía. Afirma que el cerro pudo haber sido la ciudad principal en el siglo I a. C., pero fue Pompaelo quien se impuso. ¿Por qué? ¿Qué papel jugó el terreno en esa decisión?

Bueno, hay un debate, incluso una corriente que afirma que la primera Pompaelo debió ser Santa Lucía, que estaba allí. Y luego esta gente se mudó a lo que hoy es Iruñea. Lo que sí parece claro, según trabajos de Javier Armendáriz y otros que son casi vocacionales, que en el siglo I a. C. rivalizaban. De hecho, parece que había más habitantes en Santa Lucía que en Iruñea. Pero con la llegada de los romanos, en un periodo largo de paz, próspero, la población crece. Mi teoría es que, desde el punto de vista geomorfológico, Santa Lucía se quedó pequeña. Y el sitio con más espacio para expandirse era Iruñea, aunque tuviera peores posibilidades para observar.

Antes de que llegaran los romanos, este ya era territorio vascón. ¿Cree que eligieron asentamientos por razones defensivas? ¿Y diría que los romanos heredaron esa intuición cuando escogieron Pamplona como núcleo principal?

Los romanos no llegaron a un terreno baldío. Ellos mismos hablan de la capital de los vascones. Si lo llamaban así, es porque lo tenían claro: aquí se aglutinaba esa etnia. Pero a mí lo que más me interesa es cómo la geología facilitó todo aquello. Tenías gravas de la era cuaternaria, tufas… materiales que podías excavar, compactar, reconstruir. Maleables y útiles. Permitían levantar murallas Y reconstruirlas si hacía falta. Y así fue: Pamplona vivió en lógica defensiva más de 1.500 años. Durante ese largo periodo la ciudad estuvo orientada a resistir. Hasta que en 1348 llegó la peste negra.

A partir de entonces, ¿la lógica defensiva de la ciudad se transforma?

Sí, completamente. La defensa pasa a segundo plano porque el enemigo ya no viene del exterior, sino que viene en forma de castigo divino. No se sabía aún lo que era una pandemia, así que la peste se interpretaba como castigo divino. La idea era que algo malo habrían hecho: demasiado vicio, mal comportamiento, lo que fuera. Vamos, que Dios estaba muy cabreado y les castigaba.

Afirma de hecho que Iruñea, e incluso Nafarroa, fueron de los territorios más afectados por la Europa de las pandemias. ¿Esto influyó en que la ciudad comenzase a expandirse y saliese fuera de las murallas?

Sí, de hecho Navarra fue el territorio más afectado por la peste negra de toda Europa. Se suele hablar de una mortalidad media del 30% en Europa, pero aquí se cree que fue la mitad. Lo que pasó en Navarra fue brutal y cambió completamente su filosofía. En Pamplona, según distintas fuentes, se perdió entre un tercio y la mitad de la población. Desapareció mucha gente, muchos pueblos, y ese urbanismo que había empezado se abortó. Navarra se volvió salvaje. Hubo revegetación, animales, bosques… y Navarra pasó a ser otra comunidad completamente distinta. Eso también cambió la ciudad: se empezó a salir de las murallas para hacer construcciones más aisladas, de carácter terapéutico. La gente se dio cuenta de que estar aglutinados era peligroso, que era más fácil contagiarse. Empezaron a hacerse hospitales, pero también nuevas iglesias. Y ahí comenzó la lucha entre las visiones científicas de medicina contra los prejuicios divinos. En esa expansión aparecen barrios como San Juan o incluso más allá.

Aparte de esas salidas forzadas por las pestes, ¿qué nos dice la geología sobre las expansiones hacia el exterior?

Con esta primera salida Iruñea que se encuentra con nuevos terrenos. El constructor ancestral de Iruñea manejaba muy bien los cascajos, las gravas cuaternarias que había dejado el río Arga en la penúltima glaciación. Pero al salir de allí se encuentra con otras gravas más recientes, parecidas pero distintas. Y si te alejas un poco más ya te encuentras con que no hay cascajo sino tufas, hoy denominadas margas de Pamplona... Esa fue la primera salida.

La segunda llegó en el siglo XIX. Entonces, la ciudad medieval crecía hacia arriba porque no la dejaban salir de las murallas por varias causas. Una de ellas era que los reyes castellanos no se fiaban de los navarros. Preferían tenerlos todos juntitos para tenerlos bien vigilados. No fue hasta una visita del rey en el siglo XIX cuando este, a cambio de que las construcciones del exterior fueran cuarteles militares y aparte la ciudad le pagase la electricidad, permitió expandirse de nuevo. Al final, Pamplona accede a ello y empieza a salir tímidamente con el primer ensanche.

Pero luego vino otra revolución… quizá la más importante de todas.

Tenemos tres factores comunes en la última expansión de la ciudad: la entrada de los combustibles fósiles con la revolución industrial, el motor de combustión interna y, por primera vez, el automóvil como objeto central del urbanismo. Se empieza a pensar la ciudad para el automóvil y el peatón queda en segundo plano. Pero claro, hay que meter los coches en algún lado. ¿Qué encontramos? Que la ciudad sigue creciendo en vertical, pero esta vez hacia abajo:parkings, garajes.. y nos volvemos a encontrar las margas de Pamplona.

¿Y qué pasa ahora? Pues que las ciudades están expulsando al coche de la ciudad, pero no porque seamos guays, por conciencia ecológica, no porque seamos más sostenibles. Si tuviésemos petróleo infinitamente, seguiríamos igual. Bueno, el caso es que, además, se generaliza el uso del hormigón armado, el producto tecnológico más extendido del planeta, que sin los combustibles fósiles no habría sido posible. El hormigón armado de Iruñea no tiene ni cien años, y era un material pensado para usar y tirar, como una cuchilla de afeitar. Eso, comparado con 2.100 años de historia, no es nada.

No podía faltar en el libro hablar sobre los terremotos históricos. ¿Nafarroa es una de las zonas con mayor actividad sísmica de Euskal Herria? ¿Y por qué se ha hablado tan poco de eso?

Navarra, especialmente la cuenca de Pamplona y el norte, es de las zonas más propensas a la sismicidad en Euskal Herria. Y en el Estado español estamos entre los tres primeros, si contamos la zona atlántica de Portugal y el sureste mediterráneo. Aquí ha habido terremotos destructivos importantes, aunque el último fue hace más de 250 años, cuando no existía la urbanización actual. Pero el problema era de mentalidad: como con las pandemias, se creía que los terremotos eran castigos divinos. Hasta bien entrado el siglo XVIII se ocultaban, incluso se tachaban de los registros parroquiales. Era una vergüenza que lo supieran los reinos cercanos, que dijeran: «Mira a los navarros, pecadores, por eso les castigan». Y eso llega hasta hoy. Con los terremotos de Itoiz, en 2004, hubo debate político y se negó que fuera sismicidad inducida. Pero lo fue. Hoy no lo ocultan jerarquías religiosas, sino intereses políticos y empresariales. Por otro lado, Navarra apenas tiene dos lugares de interés geológico reconocidos. La geología aquí sigue viéndose como una ciencia de mal agüero. No hay cultura geológica, y eso permite ignorar y destruir un patrimonio que en otras regiones está protegido.

¿Qué enseñanzas ofrece la geología para planificar ciudades más justas, sostenibles y resilientes?

La geología está en todo. No solo en los cimientos de nuestras casas o barrios, sino en cada material que usamos, cada recurso que mueve nuestra vida. En esta misma conexión hay energía, dispositivos... todo viene de procesos geológicos. Por eso hay que entender de qué está hecho el suelo, qué recursos hay y qué futuro se plantea. La ciudad del futuro tiene que adaptarse al cambio climático, a un mundo sin tanto petróleo, sin coche. Y ahí la geología tiene muchísimo que decir. Hay que dejar de verla como una ciencia oscura: somos traductores de un lenguaje que hablan las piedras, las grietas, los suelos. Y si los entendemos, haremos ciudades más fuertes y sostenibles.