
Con vistas a la ría, con la remozada zona de Zorrotzaurre, el paseo de Abandoibarra y el palacio Euskalduna en su horizonte, al acercarse a la sala La Fundición, una no puede evitar sorprenderse al constatar cómo ha cambiado Bilbo. Hace 39 años, los que tiene La Fundición, montar una sala dedicada a la danza contemporánea desde la iniciativa privada y lejos del centro de la ciudad sonaba a locura. «A ver cuánto duran», debieran de pensar unos cuantos.
Luque Tagua y Laura Etxebarria, unos históricos de la escena vasca experimentados en esto de ir contra corriente, eran aquellos «locos». De su primera sede –un gran loft industrial situado en la calle Ramón y Cajal, antigua sede de Fundiciones Ligeras del Norte–, pasaron a la actual, ubicada también en Deustu, en los bajos de Francesc Macià (1-3). Desde 1986, por La Fundición han pasado, también cuando empezaban, todos los actuales grandes nombres del teatro y la danza contemporáneos –La Ribot, Angélica Liddell, Cesc Gelabert...– y desde allí se han lanzado los veteranos festivales de danza Dantzaldia y Lekuz Leku, siempre creando público.
«La idea de echar la persiana y cerrar un espacio que durante tanto tiempo ha trabajado apoyando a las compañías y que ha acercado todo este planteamiento de trabajo a un público con el que hemos descubierto y compartido tantos procesos artísticos... eso no tenía lugar en nuestro horizonte»
Esta mañana de julio en la que nos acercamos a La Fundición, no están Luque Tagua ni Laura Etxebarria –vendrán días más tarde, para el retrato de familia–, pero sí encontramos reunido el equipo multidisciplinar que les ha tomado el relevo. Alrededor de la mesa, y ultimando los detalles para la nueva programación que arrancará en setiembre –ya se han estrenado, ayudando a confeccionar la que se acaba de cerrar–, están la donostiarra Beatriz Churruca, artista plástica y productora de la Cía Cielo Raso-Igor Calonge; y los bilbainos Germán Castañeda, periodista y gestor de la empresa de publicidad y diseño Hirudika y Borja Ruiz, director, escritor y dramaturgo de la compañía Kabia.
El grupo lo completa Marian Etxebarria, quien sigue encargándose de la administración y coordinación, y también ejerce de bisagra con la anterior etapa.

Hace un año y medio Churruca, Castañeda y Ruiz no eran equipo, incluso algunos de ellos no se conocían entre sí. «La chispa partió de ellos –explica Germán Castañeda–. Marian y Luque empezaron a lanzar la idea en su entorno más cercano de que les había llegado el momento de jubilarse y a ver si alguien tenía interés en continuar».
Al periodista la propuesta le produjo dos reacciones contrapuestas: «Por un lado, ‘joder qué sueño más...’ y por otro, ‘¡en menudo follón te vas a meter!’. Menos mal que ha sido un proceso muy largo, ha habido mucho tiempo para que todas estas piezas que parecen como tan aleatorias hayan ido encajando con mucho sentido», añade.
Borja Ruiz también se sentía ‘de la casa’: «En mi caso, el vínculo es muy cercano: yo empecé cuando La Fundición estaba en la otra ubicación. Y allí empecé a ver un teatro diferente y una escena diferente. Yo creo que es excepcional el relevo, porque es excepcional el proyecto de La Fundación en cuanto al valor histórico que tiene. Estamos hablando de un proyecto de 39 años, que va camino de los 40, que ha sido esencial en lo que es la escena contemporánea y, en particular, en la danza. Los que hemos cogido el testigo estamos acogiendo una historia que entendíamos era muy importante que continuase».
Bueno, tenían ya la parte teatral y la comunicativa atada... ¿pero la danza, que es una ‘pata’ muy esencial? «Lo mío fue en un Dferia, donde estaba como parte de la compañía Cielo Raso. Yo soy navarrica y llevo veinte años en Donostia, pero antes he pasado por Salamanca y Barcelona, y soy de Bellas Artes. O sea, yo soy híbrida de siempre», explica con humor Churruca. A esta mujer, que aúna artes visuales con escénicas, y en cuyo bagaje están Arteleku, una larga carrera relacionada con el bailarín y coreógrafo Igor Calonge, así como trabajos como los que ha realizado en la Provenza, se le ocurrió decirles a los ahora jubilados: «Si estas personas necesitan a alguien para la danza, diles que me llamen»... y aquí ha terminado. La llamaron, contratada, como parte de un equipo y relevo generacional de la asociación La Fundición. ¿No es complicado gestionar una sala?, le preguntamos. «¡Es que todo es complicado! Yo no he hecho ningún trabajo que no lo sea», responde.
«Yo creo que es excepcional el relevo porque es excepcional el proyecto de La Fundación, en cuanto al valor histórico que tiene», explica el dramaturgo Borja Ruiz.
«Afortunadamente, hay mucha gente arriesgada en el ámbito de la cultura», nos explican por email los fundadores. «Ha sido una suerte, un descubrimiento y un placer encontrarnos a estas personas interesadas en dar seguimiento a esta línea estética y de programación, con tanta pasión como nosotros», añaden. La decisión no ha sido fácil: «Para nosotros, conociendo de cerca las dificultades de arrancar con un proyecto de este tipo, que hace 39 años era no solo singular sino ‘raro’, de nuevas tendencias y nuevas miradas, con relación a las poéticas del cuerpo, la idea de echar la persiana y cerrar un espacio que durante tanto tiempo ha trabajado apoyando a las compañías, creando colaboraciones e internacionalización como oportunidad profesional para sus trayectorias, y que ha acercado todo este planteamiento de trabajo a un público con el que hemos descubierto y compartido tantos procesos artísticos... en fin, esa idea no tenía lugar en nuestro horizonte».
Lo que han hecho desde La Fundición ha sido, en gran medida, enseñar al público. «En todos estos años ha habido muchos cambios a todos los niveles: descubrimientos, novedades, estado de bienestar, derroches , crisis, recortes, precariedad, nuevas tecnologías, ahora IA... –reconocen–. El público también ha evolucionado, claro, y en muchos sentidos... ».
Es verdad, añade Castañeda: «Hay un público fiel que viene cada sábado sin saber a qué. El sábado siguiente al cierre de temporada [en junio pasado], por ejemplo, llamaron: querían reservar dos entradas. Les dije: ‘¡Si la temporada ha acabado!’. Pero era como: ‘Toca, me apetece y sé que lo que me programen me va a interesar’. La gente como que se fía. Tener ese tipo de público vale oro».
«Pero a La Fundición no puede venir cualquiera», suelta Marian Etxebarria y provoca las risas del equipo. Surgen anécdotas, como cuando en febrero pasado estrenaron en Euskal Herria el último espectáculo de la provocadora dramaturga catalana Juana Dolores –la recordarán por una entrevista en TV3, donde acabó «cagándose en todo» y, sobre todo, en el establishment catalán– y Marian Etxebarria vio, en taquilla, a dos espectadoras «que tenían el pelo todavía más blanco que el mío. Y les digo: ‘¡Tranquilidad!’. ¿Cómo les explicas que van a ver algo especial». ¿Y volvieron?, les preguntamos. «Sí, volvieron», responde rotunda.
Estos días ensaya aquí la compañía Impostoras Kolektiboa, no en vano, además de programar, la sala es un centro de recursos para ayudar al sector vasco. Preparan “Quiescentes”, para estrenarlo en el próximo Loraldia. Más noticias: la sala arrancará los días 20 y 21 de setiembre con el ‘Alter Nation’ (teatro-performance) de la donostiarra Idoia Tapia y seguirá con la compañía catalana de Silvia Batet (‘Ercás’, 27 y 28 de setiembre). Y de ahí en adelante, más y, esperemos, por más años.

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