Lella Lombardi, la única mujer con puntos en la historia de la F1
Ocurrió hace 50 años en un Gran Premio ‘maldito’, el del Montjuic, donde la carrera tuvo que ser parada por un accidente mortal. Sexta, logró medio punto e hizo historia. Pero ¿quién era Lella Lombardi?

No cabe duda de que la Fórmula 1 es una especialidad con tendencia machista. Se trata de la única disciplina sin una real versión femenina, mientras que todas las demás la tienen, desde el atletismo hasta el windsurf. En la F1 solo hay hombres conduciendo estos bólidos, ya sean Ferrari, Red Bull, Williams o McLaren. No hay sitio ni posibilidad para las mujeres.
Sin embargo, en el pasado hubo algunas pioneras, pocas pero inolvidables, que se atrevieron en participar en los Grandes Premios. Eran los tiempos en que por aquí se utilizan expresiones sin fundamento y tan deleznables como ‘Mujer al volante, peligro constante’. Mujeres al volante de un F1, una gota en el mar ciertamente y siempre conduciendo coches mediocres, pero mujeres capaces incluso de lograr algún punto en un campeonato mundial. Así ocurrió, hace 50 años, con la italiana Lella Lombardi.
La hija del carnicero
Lombardi nació en Frugarolo, un minúsculo pueblo de la provincia de Alessandria, en 1941. En primer lugar, hay que matizar que no se llamaba Lella, sino Maria Grazia, y que vino al mundo en el seno de una familia trabajadora, cuarta de cinco hijos.

Aquella aldea tiene algo especial. Zona de viñedos de alta calidad y valles escondidos, es donde también nacieron los ciclistas Costante Girardengo y Fausto Coppi, por ejemplo, o el futbolista Gianni Rivera (primer Balón de Oro italiano en la historia). La capital, Alessandria, con su parte vieja medieval, una fortaleza para la familia de los Saboya cuando gobernaban, se encuentra prácticamente a mitad de camino entre Milán y Turín, en el sur de la región del Piemonte, aunque de todas formas mira más, o se siente más cercana, a Génova y al mar.
Y a la costa de Liguria tenía que ir muchas veces el padre de Lella Lombardi, afamado carnicero que a veces se veía necesitado de llevarse a sus hijos como ayudantes. Mientras iba creciendo, a la chica empezó a gustarle aquel trabajo, aquella manera de conducir la furgoneta de curva en curva, cruzando los Apeninos y llegando a la ribera ligure. Así que, una vez obtenido el carné de conducir, la joven Lombardi ya casi había sustituido al padre.
El padre de Lella tenía que acudir a menudo a la costa de Liguria y en esa carretera, de curva en curva con la furgoneta, se curtió la joven piloto
La joven se enamoró enseguida de aquel mundo de los motores. Aunque no era nada frecuente en la época, si alguien en su cuadrilla tenía que coger el coche para ir a bailar, ella se brindaba siempre como candidata. Y soñaba con ser piloto, imitando quizás a Maria Teresa de Filippis, primera mujer en participar en el campeonato de Fórmula Uno, allá por 1958: fueron cinco carreras, cero puntos, una presencia superficial.
No es que Lella fuese una rebelde, sino que más bien lo sentía como una vocación, algo que la llevaba a intentar realizar algo imposible para una chica: competir en un deporte exclusivo para hombres. Se necesitaba mucho dinero, en primer lugar, «hacerse los huesos» como se dice en italiano, acumular experiencias empezando por las categorías más bajas, las diferentes ‘Formula’ que caracterizan todavía hoy el panorama de los pilotos de automovilismo profesionales.
¿Cuál era el sitio más cercano donde empezar? Milán, con su tradición no solamente obrera, sino que además tenía al lado Monza, un circuito que representaba lo mejor de lo mejor. Después de haber ahorrado un poco de dinero, Lella Lombardi compró a plazos un coche de carreras, un Fiat 850, sin avisar a su familia. Como colaboradores llamó a unos amigos del pueblo. Y así, en 1965 empezó su vida como piloto, algo muy artesanal y emprendido con total autonomía, sin patrocinadores ni nada por el estilo.
El desastre de Montjuic
La escalada de Lombardi por las distintas categorías menores fue muy directa. Los buenos resultados metieron dinero en el bolsillo, en un continuo crescendo hasta que las varias escuderías se dieron cuenta de que aquella ‘chavala’ iba realmente fuerte. Llegaron entonces las invitaciones a carreras en Inglaterra e incluso en Australia, y Lella iba allá donde se la llamaba, sin problemas. «Me gustan tanto las carreras que prefiero tener un accidente que enamorarme», comentaba en confianza con sus amigos cuando se le planteaba lo inhabitual de su pasión.
Los pilotos ‘machos’ la desafiaban pero al mismo tiempo se sentían humillados cuando llegaban a la meta detrás
En la década de los 70, la de la minifalda y de la ‘Swinging London’, una chica así representaba una imagen revolucionaria. Por un lado, los pilotos ‘machos’ la provocaban, y por otro se sentían humillados cuando llegaban a la meta detrás de ella. Además Maria Grazia tenía otro factor ‘rebelde’ en su vida privada: era lesbiana y no lo escondía pese a la presión conservadora de la época.
Su familia, que al principio miraba de reojo a Lella, ahora se sentía orgullosa de aquella hija que simplemente participando en Grandes Premios en Estados Unidos, en la Formula Indy, ganaba tanto dinero como para comprarse un piso en los Alpes.
Faltaba solamente el último paso, llegar a la élite del automovilismo, la Fórmula 1. Y eso ocurrió con la escudería Brabham, en 1974. Fue inicialmente un desastre, no pudo calificarse casi en ninguna carrera, pero Lombardi no se dio por vencida, y en 1975 gracias a un gran patrocinador (una conocida marca de café italiano) se fue a la March, donde tenía como compañero al experto Vittorio Brambilla.
Ese coche iba mejor, sin duda. No obstante, la competencia en el ‘circus’ era enorme: mandaban los pesos pesados y para los equipos pequeños quedaban solamente las migajas. Además se trataba un mundo lleno de peligros, los coches no eran tan seguros como hoy día, el accidente fatal o la propia muerte estaba a la vuelta de la esquina.
La ocasión para los ‘peones’ del circuito llegó en un premio marcado por la falta de seguridad y que acabó con la muerte de cuatro espectadores
La ocasión para muchos ‘peones’ del circuito llegó en el llamado Gran Premio de España, el 27 de abril de 1975, en el circuito ciudadano del Montjuic. Las medidas de seguridad eran tan escasas que hasta varios pilotos, acostumbrados a jugarse la vida, dijeron que no merecía la pena correr. Quedaban, sin embargo, unos 20 participantes.
En la vuelta 26 el alerón trasero del alemán Rolf Stommelen se partió en una recta, llegando a las gradas y matando a cuatro personas. Supuso de las peores tragedias en la historia de la Fórmula 1. La carrera continuaría durante otras cuatro vueltas, hasta que se decidió parar. Y el circo de la F1 nunca más volvió a la montaña sagrada de Barcelona.
Lella Lombardi se encontraba en aquel momento sexta entre los nueve pilotos que quedaban en carrera, justo en la última posición de la zona de puntos. Como quiera que no se habían llegado a completar tres cuartos de la carrera, en vez de uno se le dio la mitad: 0,5. Resultó suficiente, en cualquier caso, para entrar en la historia de la F1 como primera y a día de hoy única mujer capaz de lograr puntos en una carrera de la máxima categoría del automovilismo mundial.
La italiana continuaría su carrera hasta 1988 compitiendo en diferentes campeonatos, fundando su propia escudería, la Lella Lombardi Racing. Fallecería por un cáncer de mama en 1992, dejando huellas inolvidables y un ejemplo para otras que se acercarían a este mundo, todo menos acogedor para las mujeres, de la F1.

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