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Israel necesita más soldados, y ahora los busca en internet

Tras casi dos años de ofensiva genocida en Gaza, la escasez de efectivos y el desgaste moral afectan al Ejército israelí. Encuestas muestran que el 40% de los reservistas está desmotivado y los reclutamientos se adaptan a métodos extraordinarios ante la negativa de muchos al servicio militar.

Soldados israelíes descansan en un columpio entre sesiones de entrenamiento en Mevo Hama, al sur de los Altos del Golán, Israel, el 25 de junio de 2025.
Soldados israelíes descansan en un columpio entre sesiones de entrenamiento en Mevo Hama, al sur de los Altos del Golán, Israel, el 25 de junio de 2025. (Michael GILADI | AFP)

Un país vertebrado por la religión y el sionismo difícilmente podría imaginar que, tras casi dos años de guerra, algunas de sus huestes rechazarían luchar por él y su misión mesiánica. La dificultad de llenar las filas del Ejército israelí ha llevado a sus mandatarios a buscar reclutas no solo en la diáspora, sino también dentro de la comunidad ortodoxa del país, los jaredíes. Ahora, impacientes por añadir 60.000 reclutas más a sus filas para terminar de invadir la Ciudad de Gaza, los dirigentes israelíes tratan de esquivar la desmovilización que progresivamente sufre su Ejército (Tsahal) .

Lejos del efecto de «rally round the flag» (unirse en torno a la bandera), basado en el aumento repentino y temporal en el apoyo popular hacia el Gobierno frente a una amenaza externa, provocado por el 7-O y experimentado durante los primeros 18 meses de la guerra, la situación en el «ejército más moral del mundo» ha cambiado sustancialmente. Tras la incursión de Hamas, alrededor de 360.000 soldados acudieron al auxilio de la «seguridad nacional»; ahora, en cambio, más del 85% de los batallones tiene algún problema de efectivos, y un déficit de 12.000 soldados preocupa a los dirigentes castrenses.

Más allá de las declaraciones del Gobierno, que ha tratado de quitar peso al asunto, varios cargos militares denunciaron el pasado julio ante el diario hebreo “Maariv” la falta de efectivos del Ejército. El conocido medio +972 relaciona este cambio de tendencia con la ruptura del alto el fuego que Israel llevó a cabo en marzo; aun así, las razones son diversas: desde el clásico «burnout militar», una forma de síndrome de desgaste profesional adaptada al contexto castrense, hasta circunstancias personales que no permiten a los soldados ausentarse de sus trabajos o vidas durante largas temporadas.

No obstante, la moral es un problema cada vez mayor en las filas israelíes. Una encuesta reciente de la Universidad Hebrea de Jerusalén, publicada en “The Times of Israel”, reveló que cerca del 40% de los reservistas en servicio se sentían ligeramente o significativamente menos motivados que al comienzo del conflicto. Casi la mitad dijo que desaprobaba la gestión de la guerra por parte del Gobierno. Además, otro artículo publicado por “Haaretz” concluía que, incluso antes del 7 de octubre de 2023, el principal perfil reclutado por el Ejército lo conformaban ciudadanos con una situación económica precaria que hacían de su servicio militar un sustento económico.

Así, los cargos militares y políticos se han visto envueltos en una tesitura en la que la comunidad jaredí, que dentro de 40 años supondrá la mitad de todos los niños israelíes, no pretende servir en el Ejército, mientras que los que están llamados a ello por ley rechazan en masa el mandato militar.

DE TÚ A TÚ

En este contexto, “Haaretz” informó de vías alternativas que el Ejército israelí está utilizando para reclutar a soldados más «directa y efectivamente». Junto a las redes sociales, los chats privados se convirtieron en una herramienta más de reclutamiento. Aplicaciones como WhatsApp o Telegram fueron refugio para jefes de batallón en busca de conductores de tanques, sanitarios, soldados rasos… Ante la escasez y la necesidad, cualquier vía de reclutamiento parece legítima.

Testimonios directos y anuncios publicados en chats privados revelaban la situación real del Ejército, y no lo que el Gobierno trata de mostrar. Uno de los tenientes coroneles entrevistados explicaba que las razones para no alistarse podían ser muchas: «Uno se niega a presentarse debido a la situación con los rehenes, otro porque su negocio está en quiebra. Algunos estudiantes no están dispuestos a faltar a más clases, mientras que otros están lidiando con problemas personales en casa. La gente simplemente no puede permitirse desaparecer durante otro largo periodo de tiempo».

Empujados por la necesidad, pero sin garantías institucionales que avalen dichas prácticas, los reclutadores han llegado incluso a saltarse fases del procedimiento obligatorio con el fin de agilizar el reclutamiento. Así, y haciéndose pasar por una persona interesada en el puesto, el periodista de “Haaretz” expone que «a lo largo de estas conversaciones, ninguna de las diferentes unidades planteó preguntas sobre los antecedentes penales del solicitante ni sobre cualquier otro asunto que pudiera indicar un problema para alistarse en la unidad».

Los reclutadores se aventuran incluso a negociar individualmente las condiciones de los soldados, tratando así de eludir obligaciones inherentes al cargo en aras de hacerlo más atractivo: «Simplemente lo registramos en el sistema como si estuvieras en la base, sin que nadie lo sepa. No te preocupes, tenemos experiencia en esto de rondas anteriores», dijo uno de los reclutadores cuando el periodista encubierto le preguntó por la flexibilidad de los días libres. Por si fuera poco, algunos de los batallones añadieron criterios arbitrarios de selección como «tener antecedentes religiosos», y un anuncio incluso mencionaba que la empresa formaba parte de «un batallón de carácter religioso, vinculado al mundo de la Torah».

«Nunca imaginé que el batallón se convertiría en una agencia de reclutamiento, pero aquí estamos», declaró uno de los tenientes al periodista. Esto no solo explicita la urgente necesidad de efectivos, sino que también pone de relieve los improvisados e informales procesos a los que uno de los cuerpos armados más preparados y reputados del mundo ha tenido que recurrir, con el fin de poder pertrechar, organizar y ejecutar lo que se ha descrito como la mayor barbarie televisada de la historia.

¿RECHAZO MORAL O PRÁCTICO?

Detrás de un fenómeno siempre hay una, o unas, razones que lo explican. En este caso, el problema se puede explicar desde diversos prismas.

El más evidente es el factor económico: un informe del Servicio de Empleo reveló que el 48% de los reservistas perdió parte importante de sus ingresos y el 41% fue despedido o se vio obligado a renunciar por los prolongados despliegues. Muchos sienten que el Estado los explota y los abandona, del mismo modo en que las familias de los rehenes deben recurrir al crowdfunding para sobrevivir. A esta sensación de desamparo se suma un creciente malestar político: amplios sectores creen que el Gobierno de Netanyahu utiliza la guerra como herramienta de supervivencia personal.

En paralelo, crece el fenómeno de los llamados «objetores grises», reservistas que no tienen una oposición ideológica frontal, pero que se niegan a seguir sirviendo por cansancio, desmoralización o hartazgo frente a una guerra percibida como interminable. A ellos se suma un núcleo más pequeño, pero significativo, de objetores ideológicos. Organizaciones como Yesh Gvul o New Profile registran cientos de casos, aunque estimaciones basadas en experiencias pasadas sugieren que podrían superar los 1.500. Estas voces no se limitan a la izquierda radical: manifiestos firmados por reservistas de la Fuerza Aérea, la Marina y la unidad de inteligencia 8200 reclaman un acuerdo por los rehenes y cuestionan la legitimidad de la ofensiva.

El rechazo cultural al discurso de sacrificio promovido por la derecha religiosa añade otra capa de resistencia. Cada vez más israelíes rechazan la idea de entregar la vida por una guerra «mesiánica» y priorizan su bienestar personal. El resultado es una quiebra en el modelo del «ejército del pueblo»: el Gobierno evita encarcelar a los objetores para no debilitarlo aún más, pero la erosión es evidente. Lo que comenzó como cansancio económico y social se ha convertido en un síntoma de fondo: la legitimidad del régimen y de las propias instituciones militares está en entredicho.

Así las cosas, el Gobierno de Netanyahu sigue vendiendo la unidad del «pueblo de David ante la barbarie y el terrorismo» como excepcional e inquebrantable, pero parte de este parece no seguirle el paso, al menos esta vez.