La caída de la población pone en riesgo la ganancia del capital
La dinámica de la población ha pasado de ser un elemento marginal en el análisis económico a convertirse en uno de los asuntos que mayor preocupación suscita. La reunión de los gobernadores de los bancos centrales en Jackson Hole este año le ha dedicado un seminario que ha sido muy revelador.

Este año la reunión de Jackson Hole ha resultado mucho más interesante de lo que prometía. Esta universidad de verano para gobernadores de bancos centrales que organiza en las montañas de Wyoming el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, ha dejado unos cuantos datos interesantes.
La reunión empezó con un rifirrafe entre la miembro de la junta de gobernadores de la Reserva Federal, Lisa Cook, y un partidario de Donald Trump, James Fishback, que fue desalojado por el personal de seguridad. Nada más terminar el seminario, Trump ordeno destituir a Lisa Cook, aunque ella ya ha dicho que no se va. Al margen de cómo termine la trifulca, la decisión de Trump deja en el limbo la tesis neoliberal sobre la independencia de los bancos centrales. «Si la independencia del banco central se desmoronara (...) la consecuencia inevitable sería un repunte de la inflación», advirtió Olli Rehn, responsable de la política monetaria del BCE el jueves en Finlandia. Los neoliberales enseguida han visto el peligro.
La pena es que sea Trump «el que haya clavado una estaca en el corazón» de este dogma neoliberal
La independencia de los bancos centrales ha sido una pieza clave de la gobernanza del capitalismo durante el reinado neoliberal, pero todo indica que la política monetaria va camino va a abandonar los despachos de los expertos, que la controlan desde los años ochenta, para entrar a formar parte del debate político, lo que, entre otras cosas, enriquecerá la democracia. Como acertadamente señaló la economista Daniela Gabor, la pena es que sea Trump «el que haya clavado una estaca en el corazón» de este dogma neoliberal. Difícil que fuera de otra forma, en vista de lo interiorizada que está la doctrina neoliberal, también en las filas de la izquierda.
Al margen de si Powell subirá o no los tipos de interés en septiembre, el debate en Jackson Hole se ha dedicado este año a la demografía. Un panel titulado "las implicaciones políticas de la transición en el mercado laboral" contó con la participación de la presidenta del BCE, Christine Lagarde, el gobernador del Banco de Japón (BoJ), Kazuo Ueda, y el gobernador del Banco de Inglaterra (BoE), Andrew Bailey. Se habló de la caída de la tasa de natalidad, el descenso del crecimiento vegetativo y la consiguiente reducción de la población en edad laboral en los países de industrializados del Norte Global.
La aportación extranjera
Lo cierto es que las experiencias han sido bien diferentes. Lagarde, por ejemplo, señaló que las relaciones laborales se han mantenido estables en Europa a pesar de la alta inflación y los elevados tipos de interés. Es más, dijo que «la inflación ha caído bruscamente, y a un coste notablemente bajo en términos de empleo», lo que da a entender que ha ido mejor de lo que ella misma esperaba.
Lagarde apuntó que los migrantes han ayudado a compensar la «preferencia» por una jornada laboral más corta
También aseguró que los trabajadores extranjeros han impulsado la economía de la eurozona. Dijo que siendo solamente el 9% de la fuerza laboral han contribuido a la mitad del crecimiento de la fuerza laboral de los últimos tres años. Algo que también ha ocurrido en Japón. Ueda dijo que los extranjeros son solamente el 3% de la fuerza laboral, pero han sido el 50% del crecimiento del número de trabajadores. Ni Lagarde ni Ueda ocultaron la reacción política negativa que genera la migración, a pesar de su aportación al crecimiento económico.
Lagarde apuntó que los migrantes han ayudado a compensar la «preferencia» por una jornada laboral más corta y la reducción de los salarios reales. Una frase que deja un amplio margen a la interpretación. Los salarios reales caen cuando crece el coste de la vida y los ingresos no se revalorizan lo suficiente; o cuando crecen los trabajos más precarios y peor pagados. De modo u otro, eso significa que en Europa, los trabajadores han pagado la mayor parte del ajuste. Con todo, da la impresión de que la insinuación sobre la preferencia de jornadas más cortas, apunta a la desafección de los trabajadores con mejores condiciones laborales. Trabajar para vivir.
Reducción de la actividad laboral
El discurso del gobernador del BoE, Andrew Bailey, se centró en señalar que desde la pandemia se ha reducido la actividad laboral. Apuntó al envejecimiento de la población, pero también a la «aparente» disminución de la actividad laboral entre los jóvenes y al aumento de personas con enfermedades de larga duración, siendo la salud mental la causa más común. Señaló que podía haber algún sesgo en la recogida de datos, pero confesó que dejando de lado las salvedades «esta es una historia bastante triste para el Reino Unido».
«Esta es una historia bastante triste para el Reino Unido», confesó Bailey
Y en un último apunte señaló que hay un mayor número de mujeres mayores que continúan trabajando, algo que no ocurre con los hombres. En Japón ocurre algo parecido. Ueda dijo que las mujeres mayores de 65 años ya son el 25% de la fuerza laboral japonesa, y añadió que trabajan a jornada completa e incluso hacen horas extra. La actividad de los hombres mayores ha aumentado, pero mucho menos. Ante este panorama, confesó que el Banco de Inglaterra se ha centrado en medir «mucho más la inactividad» que el desempleo.
Bailey no entró a hacer valoraciones políticas, pero el panorama que dibujó apunta a que los largos años de neoliberalismo que empezaron con Margaret Thatcher han acabado haciendo estragos en la clase obrera. Jóvenes que no trabajan y crecientes problemas de salud mental apuntan a la falta de un proyecto de país atractivo. A juzgar por el discurso del gobernador, en Gran Bretaña el descenso de la población no es ni siquiera el mayor problema que enfrenta su economía.
Salarios e inflación
El gobernador del BoJ, Kazuo Ueda, comenzó diciendo que ahora los salario están creciendo, el déficit de trabajadores se ha convertido en la cuestión económica más urgente.

Explicó que desde la década de los 50 la tasa de natalidad ha descendido hasta alcanzar el 1,15 en 2024 y el aumento de la esperanza de vida ha provocado escasez de mano de obra desde los 80. A pesar de ello, el equilibrio se mantuvo (la perspectiva de que los precios no iban a subir, y que incluso descendían, mantenía los salarios estancados). A juicio de Ueda la pandemia de la covid actuó como un impacto externo que sacó a Japón de ese equilibrio deflacionario.
A partir de ahí, las relaciones laborales cambiaron: la movilidad se disparó, especialmente entre los jóvenes, que buscan empleos mejor remunerados. Y esto ha resucitado la competencia por la mano de obra, lo que ha obligado a las empresas a subir los salarios. Y si antes eran las grandes empresas, ahora la presión se ha trasladado también a las pequeñas y medianas.
Lo que realmente desasosiega a Ueda es que si los salarios suben, la ganancia del capital cae
Ueda señaló que las empresas también se están adaptando a la escasez de mano de obra de otras formas. Las estadísticas sugieren que está invirtiendo más en tecnologías que ahorran mano de obra, esto es, que se está produciendo una sustitución de trabajo por capital.
También señaló que la adopción de la IA no ha generado un cambio significativo en las relaciones laborales, aunque sugirió que se estaba dando una transferencia de mano de obra de las empresas menos productivas hacia las más eficientes, lo que significa que se está produciendo una reasignación de recursos que mejora la eficiencia de la economía.
Su principal preocupación, sin embargo, era que los altos salarios empujen al alza la inflación, aunque lo que realmente le crea desasosiego es que si los salarios suben, la ganancia del capital cae. Un reparto de la riqueza más equitativo redundará en un mayor bienestar para un mayor número de personas, un objetivo bastante loable, por cierto.
El reto demográfico
De modo que no se entiende por qué preocupa tanto el descenso de la población. La reducción del número de trabajadores tiene el mismo efecto que el pleno empleo, favorece un reparto más equitativo de la riqueza, siempre que las políticas neoliberales no han desquiciado a la gente, como parece que ha ocurrido en Gran Bretaña.
Además, una población mundial en descenso aliviaría la presión sobre la naturaleza y reduciría las emisiones de CO2 lo que frenaría el calentamiento global sin poner en peligro el futuro de la especie. De hecho, hace 200 años, éramos 1.000 millones de personas y en el mundo se hablaban más lenguas que ahora.
El problema de fondo es que el capital siempre necesita crecer y una población en aumento le proporciona la demanda adicional necesaria para dar salida a una producción siempre creciente. Ese es el nudo que hay que desatar.

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