
A pesar de las medidas preventivas, los expertos coinciden en el aumento de las conductas suicidas. Aunque la progresión no es desmesurada, es lo suficientemente elevada y estructural para que se adopten nuevas iniciativas, algunas de ellas desde el voluntariado, ajenas al ámbito institucional. Se trata de alcanzar un objetivo común. Los y las especialistas destacan que cada vez hay mejores competencias para detectar a las personas con riesgo de suicidio y, al mismo tiempo, las personas en riesgo tienen menor resistencia a pedir ayuda.
Hace tiempo que se desmontó el mito de que hablar del suicidio lo fomenta y, por ello, cada vez es más habitual que se convierta en tema de conversación entre personas que comparten conductas autolíticas, porque según los expertos les ayuda a conocerse mejor y a aprender nuevas habilidades para superar el problema.
Tampoco hay que ser un especialista para ayudar a una persona que sufre una crisis que le puede empujar a quitarse la vida. Una pequeña conversación, un gesto por nimio que parezca puede ser fundamental.
Engullidos en la vorágine de la vida diaria, más de uno se pregunta cómo se pueden afrontar los estados continuados de tristeza, de desesperanza, de dolor mental. La respuesta puede ser bien sencilla, simplemente necesitamos hablar, que una persona nos atienda y escuche. Es a lo que se prestan desde algunas asociaciones de voluntariado.
Toda señal debe ser tenida en cuenta y no se debe subestimar ninguna tentativa o aviso. «La persona que intenta suicidarse experimenta un intenso dolor psicológico», advierten quienes trabajan en este ámbito, que insisten en la importancia de la atención.
Un total de 229 personas se suicidaron en Hego Euskal Herria a lo largo de 2024, con diferente tendencia respecto a otros años en función de los territorios. La cifra se incrementó en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa –171 fallecidos– en un 21,3% atendiendo a los datos de 2023, mientras que en Nafarroa se produjo un descenso del 8% atendiendo al mismo criterio, con 58 casos. Detrás de los números hay experiencias vitales difíciles y, en muchos de los casos, un fracaso de la sociedad.
Estudio en Bilbo
Preocupa la salud mental y, especialmente, lo que tiene que ver con conductas autolíticas, de ahí que proliferen los estudios, como el que ha publicado Aidatu, la asociación vasca de suicidología, sobre las incidencias registradas en Bilbo en el periodo 2022-2024. La investigación, elaborada por Cristina Blanco, doctora en Ciencias Políticas y Sociología, junto a los bomberos bilbainos Beñat Madariaga y Ander Iturriaga, especialistas en suicidología por Euskal Herriko Unibertsitatea (EHU), examina 1.636 incidencias registradas por SOS Deiak durante tres años.
Por encima de las cifras, el informe de Aidatu se convierte en una herramienta porque combina el análisis estadístico con un conjunto de conclusiones y recomendaciones operativas dirigidas a mejorar la atención y la prevención para instituciones, servicios de emergencias y agentes comunitarios.
Así, se demanda que bomberos, policías, sanitarios y operadores del 112 compartan un mismo protocolo de actuación y que la formación incorpore también la atención a familiares y allegados en el momento de la crisis.
«El reto es que estas conclusiones no queden en el papel. Necesitamos que se traduzcan en decisiones políticas, en más formación, en protocolos coordinados y en prevención en los barrios. Solo así podremos reducir estas cifras y evitar muertes evitables», señala Blanco, presidenta de Aidatu.
El trabajo confirma que el número de incidencias aumenta año a año, y aunque la progresión no es «desmesurada», es lo suficientemente elevada y estructural para exigir que se promuevan acciones para prevenir las conductas autolíticas. Además, pone de relieve factores diferenciales por género, edad y contexto socioeconómico.
«Los datos demuestran que el suicidio no es un hecho aislado, sino un fenómeno social que exige datos rigurosos, coordinación y estrategias preventivas. Los registros de SOS Deiak nos permiten ver algunos patrones diferenciados de lo que siempre se ha creído», manifiesta Blanco.
El estudio subraya que las conductas suicidas no se explican solo por factores individuales, sino también por los contextos sociales. Por ello, defienden que la prevención debe abordarse desde un punto de vista comunitario.
«La estrategia pasa por implantar programas de detección precoz en colegios, institutos y centros de salud, y por reforzar la actuación en los barrios más afectados, implicando a centros educativos, sanitarios y asociaciones vecinales», plantean.
El 40% de los avisos, por ejemplo, proceden de menores de 40 años, si bien en las edades más jóvenes, de 18 a 29 años, dominan las conductas menos letales (autolesiones y comunicaciones sin pasar al acto). En adolescentes hay claro predominio de mujeres: de 70 a 75% de los avisos son de ellas. A su vez, se observa una tendencia al alza de personas de grupos de edades de 40-49 y 50-59, siendo en las más avanzadas donde se concentran las que terminan en muerte.
Asimismo, el estudio relativo a la capital vizcaina apunta a que la mayoría de las incidencias ocurren en domicilios particulares, sobre todo en mujeres, y en distritos con menor renta. Begoña es el de mayor tasa de conductas autolíticas por 1.000 habitantes, doblando a Abando que es la que menor tiene.
Mujeres jóvenes
Las mujeres jóvenes registran más avisos e intentos lesivos, por lo que es necesario promover programas de detección temprana y acompañamiento. Por otro lado, el nicho de hombres adultos concentra una mayor mortalidad, lo que obliga a trabajar en ese segmento para reducir la letalidad. Y en las personas mayores, la prevención debe abordar la soledad y las enfermedades crónicas.
Los adolescentes emergen como grupo de riesgo que, según los autores, requiere prevención en centros educativos y entornos familiares.
«No podemos decir que las muertes hayan aumentado, pero estamos detectando cada vez más conductas suicidas, incluyendo los intentos de suicidio. Esto no tiene por qué ser un fracaso, porque la mayoría de las conductas suicidas no sabemos detectarlas de momento: solo detectamos un porcentaje bajo de intentos de suicidio en nuestro entorno», expone Jon García Ormaza, psiquiatra de la Red de Salud Mental de Bizkaia y profesor de EHU, al referirse a su evolución entre los y las jóvenes.
En una entrevista publicada por la propia universidad pública, este doctor en Neurociencias señala que el suicidio es «un fenómeno complejo de múltiples causas». Incide en que «intervienen factores individuales y ambientales de la persona. Factores personales, como la genética, la presencia de trastornos psíquicos, el trauma o la historia de los episodios de estrés, condicionan el riesgo de base de comportamientos suicidas».
En el caso de los adolescentes, García Ormaza aboga porque disfruten de un entorno adecuado y protector en su familia, en la escuela y en su entorno. «El ejercicio físico, los modelos de sueño saludables y las habilidades para afrontar situaciones difíciles y la gestión emocional pueden ser decisivos», destaca.
A la hora de detectar señales de alarma, este docente universitario apunta a que hay que tomar en cuenta comentarios, amenazas y planes que se trasmiten a través de las redes sociales. También hay que tomar en consideración «las señales de alarma psicológicas, como el dolor psíquico, la desesperación, la percepción de ser una carga o el sentimiento de hostilidad hacia uno mismo».
Otros factores que no se deben obviar a la hora de detectar señales de alarma, según este psiquiatra, tienen que ver con el comportamiento y pruebas de índole físico como son una baja conectividad (baja sensación de pertenencia y escasa implicación social); trastornos del sueño (en especial insomnio); irritabilidad; tendencia a consumir más alcohol y drogas; regalar sus cosas, despedirse o cerrar sus redes sociales sin motivo aparente.

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