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Red Comète

«Les combattants volontaires de la Résistance a leur camarade» reza una placa de la tumba de Kattalin Agirre en el cementerio de Sokoa. Un poco más atrás, en la misma tumba, otra inscripción: «A notre ama et amatchi. 1897-1992». Varias hileras más arriba se encuentra la tumba de Florentino Goikoetxea, sobre la que descansa una lápida de mármol oscuro firmada por Royal Air Forces Escaping Society. En el lugar, soleado esta mañana de setiembre, se ha reunido un nutrido grupo de personas, muchas de edad avanzada, con el objeto de recordar y rendir homenaje a Kattalin y a Florentino. Varias portan banderas de vibrantes colores. Entre los congregados en este cementario que se abre a la bahía de Sokoa se encuentran hijos y nietos de los miembros de la red secreta Comète, un auténtico rompecabezas para los nazis, de la que Agirre y Goikoetxea fueron miembros destacados en Euskal Herria.

Villa Voisin de Angelu, base central de la Red Comète Sud. (Gotzon ARANBURU)

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Cada año, desde hace quince, los supervivientes de Comète y sus familiares se dan cita un fin de semana de setiembre en Donibane Lohitzune y desde aquí recorren, acompañados de amigos y amantes de la historia, los cementerios donde descansan sus allegados; poco tiene que ver esta pacífica excursión que estamos haciendo hoy con las marchas en la oscuridad de la noche, clandestinas, extremadamente peligrosas, protagonizadas por los miembros de la red de evasión en aquellos terribles años 1941-1944.

La jornada ha comenzado con una ofrenda floral ante el monumento a los caídos enclavado ante la estación de ferrocarril de Donibane Lohizune. La ceremonia se ha repetido en Baiona. Y en Angelu. El fin de semana los amigos de Comète han pisado, aunque solo sean unos metros, los mismos senderos que hollaron Florentino, ‘Dedée’, los hermanos Agerre, Manuel Iturrioz, y tantos otros.

¿Extremadamente peligrosas? Sí, no hay exageración en la expresión: la Red Comète, que pasaba a través del Pirineo vasco a pilotos aliados derribados en combate, era perseguida a muerte por la Gestapo, por el Ejército nazi, por la Gendarmería colaboracionista francesa y por la Guardia Civil española. Y hubo muertos, tanto entre los pasadores, los mugalaris, como entre los pasados. El lema de la Red Comète, que leemos en las banderas desplegadas hoy en Ziburu, en Sokoa o en Angelu, era ‘Pugna quin percutias’, que se podría traducir por ‘Lucha sin armas’, pero estaba claro que solo una de las partes implicadas practicó esa filosofía.

La historia de la Red Comète empieza en Bruselas, al poco de ser ocupada la capital belga por tropas alemanas. En el verano de 1940, una joven, Andrée De Jongh, acuerda con un amigo suyo, el ingeniero Arnold Deppé, establecer una vía de fuga para los numerosos soldados británicos que han quedado atrapados en territorio belga al no llegar a Dunkerke. Llegan a la conclusión de que lo mejor es trasladarlos a Francia, atravesar el hexágono y cruzar finalmente la muga en los Pirineos vascos, para llegar a la ‘España’ neutral. Pero el primer intento revela un grave fallo; los once evadidos son fácilmente detenidos por la Guardia Civil, que los entrega de vuelta a los alemanes. Hay que mejorar el plan, y lo hacen entrando en contacto con la Embajada británica en Madrid, que les ofrece financiación y medios de transporte seguros en el Estado español. Estudian todos los detalles y acuerdan que la red de evasión se especializará en trasladar a pilotos aliados derribados hasta Gibraltar, para que desde allí sean repatriados y puedan volver a combatir. También simpatizantes republicanos españoles se prestan a colaborar como chóferes de la red a través de la península.

Ya desde el primer y fracasado intento la intervención vasca es decisiva, pues vascos son los mugalaris, los pasadores que conocen cada palmo de la muga y saben encontrar el camino correcto en la oscuridad de la noche. De Jongh y Dedée han contactado en Angelu con un matrimonio de refugiados belgas, Fernand y Elvire De Greef, que se unen a la red, y con Alejandro Elizalde, navarro de Elizondo, miembro de ELA y exgudari, refugiado en Donibane Lohizune, que prepara el primer paso de muga.

Otro exgudari, Bernardo Arakama, dueño de un garaje en Donostia, se encargará de acoger en su casa a los pilotos. También es contactado, y acepta, otro mugalari, el hernaniarra Florentino Goikoetxea, que vive en Ipar Euskal Herria, se dedica al contrabando y en adelante será el pasador principal. Para completar la parte vasca de la red, en Ziburu es reclutada Kattalin Agirre, que trabaja en el hotel Euskalduna y acepta ceder su casa para que los pilotos esperen en ella, tras llegar en tren hasta Baiona o Donibane Lohizune, a que se haga de noche y comience la marcha a pie. Ya en el monte, huidos y mugalaris disponen de su última base de apoyo en Iparralde, el caserío Bidegain Berri, donde habitan Frantxia Usandizaga y sus dos hijos pequeños. Desde allí, hay que ascender lo más rápido y silenciosamente posible a Xoldokogaina, descender hasta el Bidasoa, y cruzar el río en fila india y silencio total, para evitar ser descubiertos en el punto más delicado del largo camino desde Bélgica. Una vez superado este escollo, ya en suelo de Oiartzun, las familias Arbide y Garaiar, del barrio de Altzibar, acogen a los fugados, que poco después viajan hacia Gibraltar.

En poco tiempo, la red aumenta sus miembros en Ipar Euskal Herria. Veronique Mendiburu, Leontine Danglade, Joseba Andoni Urresti –sacerdote de Ondarroa exiliado desde la guerra de 1936–, Pierre Elhorga, la familia Dassié, el médico Edmond Spéraber, el gasteiztarra Ambrosio San Vicente –antiguo miembro del Araba Buru Batzar, ahora refugiado– … prestan su apoyo de una u otra manera; cediendo sus casas, vigilando los movimientos de los nazis o falsificando documentos. También es captada la irunesa Maritxu Anatol. En Hegoalde, un grupo de donostiarras colabora con la red.

Llega la tragedia

Todo funciona bastante bien hasta el 15 de enero de 1943. Tres aviadores evadidos, junto a Andrée De Jongh, esperan como habitualmente al mugalari en el caserío Bidegain Berri, pero quienes derriban la puerta son soldados alemanes, que detienen a todo el grupo, incluida Frantxia Usandizaga. Ha sido el criado de un caserío cercano quien les ha vendido, por dinero. Con la información obtenida en los interrogatorios, los nazis desmantelan en pocos días prácticamente todo el resto de la red. En el sur, las redadas de la Policía española dejan asimismo dañados los grupos de acogida y transporte. Pero los sobrevivientes no se arredran. Captan a nuevos miembros, establecen nuevas vías de paso y reanudan su labor.

Sin embargo, las dificultades son cada vez mayores. La presencia de las patrullas de la Guardia Civil es continua en la muga. Y llega la tragedia, tantas veces esquivada hasta entonces. En la madrugada del 24 de diciembre de 1943, un grupo de aviadores norteamericanos, guiado por el belga François Nothomb –discípulo de Florentino Goikoetxea– y dos mugalaris más, se dispone a atravesar el Bidasoa cuando empiezan a sonar disparos. Es la Guardia Civil, que los ha descubierto. El grupo está en medio del río, y el norteamericano Jim Burch pierde pie y se ahoga. El responsable del sector belga de la Red Comète, el conde Antoine d’Ursel, que ha huido de Bruselas acosado por la Gestapo, también va en el grupo de evadidos, pero enfermo y agotado termina siendo arrastrado por la corriente, en medio de los disparos. El resto de evadidos es detenido. Nothomb y los mugalaris Martin Errazkin y Manuel Iturrioz se salvaron, pero pocas semanas después otra delación puso a Nothomb –cuyo curioso alias era ‘Franco’– en manos de los nazis, en París.

Capturado y liberado

Estamos ya en junio de 1944. El desembarco de Normandía se ha producido y la derrota de Alemania se empieza a vislumbrar, pero lo que queda de la Red Comète sigue trabajando. Y va a producirse un episodio de comienzo desgraciado y final feliz, de película. El 26 de junio, Florentino Goikoetxea vuelve a Iparralde después de haber llevado a cabo un paso de muga, cuando una patrulla alemana lo sorprende en el monte. Los soldados abren fuego y alcanzan al hernaniarra en muslo, pierna y omoplato. Sus compañeros de la red saben que ha sido ingresado en el hospital de Baiona, que no ha hablado y que la Gestapo se va a hacer cargo de él al día siguiente, por lo que preparan urgentemente un plan de fuga. Se hacen con un camión, que pintan y hacen pasar por ambulancia. Dos miembros de la red se disfrazan de agentes de la Gestapo, mientras un tercero permanece al volante de la «ambulancia», y los supuestos policías –Jules Artola y Antoine Lopez– sacan a Florentino de su cama, lo meten en el camión y huyen. Los nazis nunca lo encontraron y Florentino vivió hasta los 82 años.

Homenaje

Una sobrina de Florentino ha asistido hoy al acto de homenaje en el cementerio de Sokoa, donde ha colocado flores mientras los veteranos saludaban con sus banderas. También está presente  Joséphine Castet ‘Fifine’, hija de Kattalin, que era muy niña cuando sus padres ingresaron en Comète, pero recuerda vívidamente episodios de aquella época, recuerdos que prefiere seguir guardando en su memoria. Jeannot Dassié, hijo de miembros de la red y presidente de la asociación Les Amis du Réseau Comète cuenta que cuando sus padres y su hermana cayeron en manos de los alemanes él tenía siete años, «y nunca olvidaré la entrada de la Gestapo en nuestra casa». Tan pronto como su padre recibía el aviso de que iban a llegar pilotos aliados, él era enviado a casa de su abuela, para evitar que se fuera de la lengua y contara en la escuela lo que hubiera visto en casa.

En Angelu es visita obligada Villa Voisin, la casa que constituyó la base principal de la Red Comète de Ipar Euskal Herria. En la actualidad está cerrada; solo se puede ver desde el exterior de la verja y es probable que pronto sea víctima de las excavadoras. El alcalde, Claude Olive, se ha acercado a saludar los veteranos. Y les ha asegurado, ante sus requisitorias, que pase lo que pase con el edificio la placa conmemorativa se conservará.

En total, 288 pilotos aliados atravesaron la muga vasca durante los tres años en que funcionó la Red Comète. En su mayoría, 176, fueron pasados entre agosto de 1943 y junio de 1944. Una tercera parte de los 216 miembros de la Red Comète ejecutados por los nazis, o muertos tras su deportación a campos de concentración, fueron mujeres. Las víctimas vascas fueron cinco: Juan Larburu, muerto en Buchenwald, Jean Dassié, su mujer Marthe-Célinne y Alejandro Elizalde, muertos tras ser liberados, a consecuencia de los malos tratos recibidos, y Frantxia Usandizaga, que murió en Ravensbruck, «de pena», según las hermanas belgas Nadine y Michou Dumont, que coincidieron con ella en el campo de concentración, el mayor de Alemania destinado a mujeres en la II Guerra Mundial.