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Terapia colectiva tras el 26J

Los resultados del 26J han mandado a todos los partidos al diván. Solo el PP puede estar satisfecho. Mientras que PSOE, Podemos y Ciudadanos arreglan sus disputas internas, Mariano Rajoy comienza las negociaciones para formar gobierno. Aún no tiene apoyos.


Mariano Rajoy es el único líder español que puede permitirse disfrutar del momento. Y eso que todavía no tiene los números para gobernar. A pesar de este evidente contratiempo, el presidente español siempre puede pensar que peor están los otros. El PSOE, paralizado hasta el próximo sábado, cuando celebra un Comité Federal que podría servir para desbloquear la gobernabilidad. Podemos, en el diván, tratando de averiguar dónde está el millón largo de votos que dio por hechos y se esfumaron. Y Ciudadanos, incómodo, consciente de que pinta poco y el PP querrá que pinte menos, y con dificultades para desandar lo proclamado durante la campaña, especialmente en lo referente al veto a Rajoy. El inquilino de La Moncloa, mientras tanto, inicia esta semana el diálogo para buscar apoyos. Si el 26J fue una victoria conservadora frente a las «cosas raras», es probable que el período que se abre ahora venga marcado también por el «savoir faire» del jefe de Gobierno: negociaciones discretas y alejadas de la sobreexposición mediática que ha marcado los últimos seis meses.

Tras eludir el «sorpasso» de Unidos Podemos, el PSOE vuelve a tener sobre la mesa la gran decisión: abstenerse y permitir un gobierno del PP, cargando con ese desgaste, o bloquear la investidura y juguetear con unos terceros comicios que, previsiblemente, darían la mayoría absoluta a la derecha. Consciente de que la presión está en Ferraz, su secretario general, Pedro Sánchez, está desaparecido en combate. Apareció el domingo para hacer una primera valoración y salvó el cuello. Y no se ha vuelto a saber más de él. Según dicen en el partido, esta ausencia busca sacarse de encima la presión y que sea el PP el que tenga que buscar «entre sus afines ideológicos». Al margen de lo extraño que resulta ubicar en la derecha a Ciudadanos apenas dos meses después de suscribir un acuerdo con Albert Rivera, no parece que la estrategia haya funcionado. Las matemáticas son las que son y solo una carambola liberaría al PSOE de tener que tomar partido. Lo explicó sencillamente Miquel Iceta esta semana: «Hemos dicho que no habrá Gran Coalición, que no nos abstendremos y que no queremos terceras elecciones. No sé si las tres son compatibles».

Una semana para el Comité Federal

Lo que está claro que se descarta es la Gran Coalición que Rajoy tiene previsto ofrecer bajo la fórmula «gobierno de salvación». En eso, al menos, parece que hay consenso. A partir de ahí aparecen las divergencias. Los afines a Sánchez, como Antonio Hernández, portavoz parlamentario, o César Luena, secretario de Organización, insisten en que no apoyarán ni por acción ni por omisión. Otros «barones» como Guillermo Sánchez Vara, presidente de Extremadura, ya han apuntado a la abstención in extremis como remedio para evitar otra cita con las urnas. El PSOE es un partido de mensajes repetitivos. En campaña fue echar la culpa a Podemos por impedir un Ejecutivo liderado por Sánchez. Ahora, el mantra es decir que los votantes les han llevado a la oposición y que corresponde al PP buscar apoyos. Aunque también tendrán que decidir qué harían en caso de que Rajoy repitiese su jugada de enero y se negase a someterse a la votación en el Congreso sin tener los apoyos suficientes. Su intento de pacto con Ciudadanos ha sido castigado en las urnas y ahora lo tiene aún más difícil para intentar ese «Gobierno de cambio» que debería incluir a Podemos. Vamos, una quimera.

La clave estará en la reunión del Comité Federal que tendrá lugar el sábado. Previamente, «Sánchez el desaparecido» mantendrá encuentros privados con cada uno de los líderes territoriales. Tras el 20D le funcionó y evitó la revuelta que le acechaba. No está muy claro que ahora pueda lograrlo. Evitar el «sorpasso» y la derrota de Susana Díaz en Andalucía ha salvado su cuello, por el momento. Pero los cuchillos siguen afilados en Ferraz. Esta misma semana, el defenestrado Tomás Gómez, al que Sánchez le cambió la cerradura como acto de autoridad poco después de hacerse con los mandos, ha meneado el avispero. No se puede olvidar que, a pesar de esa sensación de alivio, el PSOE ha logrado los peores resultados de su historia. Y sigue cayendo. Está por ver si la «responsabilidad de Estado» se impone y Ferraz termina permitiendo un precario gobierno del PP o si intenta jugar con Rajoy a ver quién se agota antes. No parece buena estrategia, teniendo en cuenta la capacidad de aguante del todavía inquilino de La Moncloa.

Se reabre la pugna en Podemos

En Podemos también han entrado en fase de terapia. Siguiendo la tradición de la izquierda española, la frustración de las expectativas ha provocado una guerra abierta y retransmitida en directo. Las elecciones relajaron la pugna entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, o entre «pablistas» y «errejonistas», pero haberse quedado en 71 escaños y perder más de un millón de votos ha recrudecido las discusiones. Los partidarios del secretario general del partido morado abrieron fuego culpando del fracaso a la campaña, dirigida por Errejón. Critican el bajo perfil, la falta de ofensiva, los continuos guiños al PSOE y la «transversalidad». Quienes secundan al secretario político han aprovechado para retomar su rechazo al acuerdo con Izquierda Unida. En su opinión, la coalición les ubicó en el temido «margen izquierdo del tablero».

Tomando la delantera, Iglesias aprovechó el monólogo de su programa ‘‘Fort Apache’’&flexSpace; para marcar línea. Rechazó que el acuerdo con Alberto Garzón esté en el origen de la sangría y argumentó que la causa de la pérdida de apoyos se relaciona con el «discurso del miedo». Según esta teoría, al convertirse en un partido con capacidad para gobernar, quienes les habían apoyado para «menear» el panorama político dieron un paso atrás.

Resulta sorprendente que un partido como Podemos, que hizo de las encuestas un arte, se creyese las prospecciones ajenas y decidiese no realizar su propio estudio. Por eso, su secretario de Organización, Pablo Echenique, ha ordenado un análisis interno para saber qué ocurrió con los votos perdidos. La frustración ha generado que se extiendan en las redes sociales teorías conspiranoicas que no aguantan un asalto. Y mientras, por mucho que Iglesias diga que llegan «más cohesionados que nunca», el partido se prepara para un nuevo congreso que, previsiblemente, tendrá lugar en otoño, cuando concluyan las elecciones de la CAV y Galiza y se dé por cerrado el ciclo electoral.

A Albert Rivera también le han crecido los enanos y ya se escuchan voces que rechazan el veto a Mariano Rajoy. Aparecer como la muleta del PP sería el camino hacia la desaparición, pero no parece que esté fuerte como para mantener el pulso. Esta semana comienzan las negociaciones. Para agosto podría haber gobierno... o estaremos más cerca de las terceras elecciones.

 

Las elecciones autonómicas de la CAV como condicionante también en Madrid

El PNV aparece en las quinielas como parte de una carambola que podría hacer presidente a Mariano Rajoy sin necesidad de contar con la abstención del PSOE. Los números serían los siguientes: apoyo de Ciudadanos, PNV, Coalición Canaria y el diputado de Nueva Canarias, Pedro Quevedo. Durante esta semana, el líder del PP debería hacer caer las resistencias, que son muchas. No lo tiene fácil. El PNV, que ha reiterado que su estrategia es hablar con todos, ya apunta que no considera «ni como hipótesis» entronar a quien le ha ninguneado durante cuatro años de mayoría absoluta. No es solo que esta legislatura Rajoy haya ignorado tanto a los diputados jelkides como al lehendakari, Iñigo Urkullu. Es que la cercanía de las elecciones autonómicas, que tendrán lugar en otoño, no favorecen que Sabin Etxea se acerque a Génova. Al menos, en apariencia.

«El PP tiene la iniciativa y hablaremos, pero atendiendo a la lógica política, a la lógica electoral del país que pide cambio, y a los desencuentros con el PP, no hay que engañar ni dilatar en el tiempo la exposición de la posición del PNV. Hoy por hoy ni como hipótesis vamos a contemplar la posibilidad de negociar una investidura», afirmó ayer Joseba Egibar en una entrevista en Radio Euskadi. Según el portavoz jelkide, su formación está dispuesta a hablar, aunque le corresponde al PP iniciar la ronda de conversaciones. Además, durante toda la campaña ha insistido en que su objetivo era colaborar en un gobierno «de cambio», por lo que resulta difícilmente vendible un aval a Génova. Ahí entraría la «agenda vasca», difícilmente compaginable con los planteamientos centralizadores del PP y de Ciudadanos, que después de poner al PNV como ejemplo de moderación ahora lo ve como un socio «incompatible».

Paradójicamente, la formación que mejores resultados ha obtenido en Euskal Herria, Podemos-Ahal Dugu, también tiene problemas. El lunes, Pablo Echenique dio por seguro que continuará la alianza con IU, lo que en la CAV implicaría un pacto con Ezker Anitza. Rápidamente, Eduardo Maura contestó que esa es una decisión que debería abordarse en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Además, no se puede olvidar que en la CAV siguen operando las divisiones posteriores a la elección de Nagua Alba como secretaria general. Los partidarios del antiguo responsable, Roberto Uriarte, siguen viendo con desconfianza a la nueva dirección y son apoyados por líderes «morales» como Juan Carlos Monedero, que se presentó a un acto en Donostia de la mano de Pilar Garrido, rival de Alba en las primarias. En Euskal Herria no se ha cerrado el ciclo electoral.A.P.