Refugios digitales para una Barcelona en cuarentena
En esta crisis, Barcelona no es la excepción. De hecho, no lo era ni antes de que las circunstancias nos forzaran a un confinamiento que, ahora mismo, no tiene final claro a la vista. Para muestra, la todavía reciente herida causada por la clausura definitiva (esta sí) del Palau Balaña.
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El Palau Balaña se encuentra en el distrito de Sants. Histórico multicine enraizado en un tejido de barrio que lamenta de forma unánime la pérdida de uno de sus bastiones culturales
No está de más recordarlo: hará dos semanas, el panorama no era precisamente alentador; ahora, hablan por sí solas las imágenes de unas calles desoladas, en las que por supuesto pueden verse salas de cine, teatros, museos, discotecas y galerías de arte con la persiana bajada. Hasta nuevo aviso. Esta parece ser la consigna general: capear el temporal y posponer toda la actividad prevista para después de la tormenta.
Lo de ver cómo el calendario podrá cuadrar después todo esto, es una labor solo al alcance de las mentes más privilegiadas. Al resto nos queda contentarnos con un presente que, a fin de cuentas, a lo mejor no sea tan depresivo como sugieren las apariencias.
Por ejemplo, en unas semanas tenía que empezar el D’A, certamen dedicado al cine de autor que se ha consolidado como una de las citas culturales más ineludibles de la ciudad condal, y que por las circunstancias que ahora mismo marcan nuestro nuevo día a día, no va a poder celebrarse… como originalmente estaba previsto. Las plataformas online al rescate: cuando todo parecía perdido, la organización de dicho festival anunció un acuerdo con la plataforma Filmin para que los espectadores puedan ver ahí, en las fechas ya pactadas, buena parte de los títulos que ya habían sido fichados por su comité de selección de películas. Ya se ve, el cine, que hace tiempo que aprendió a asociarse con las nuevas tecnologías para instalarse en nuestro hogares, sigue en nuestra vida. ¿Pero qué hay del resto de manifestaciones culturales?
De momento, parece que la táctica a seguir es esta misma. Es decir, servirse de internet para que lo doméstico se convierta en el nuevo espacio artístico. Otro ejemplo, el de un sector musical que estos últimos años ha tenido que aprender a sobrevivir a partir de un calendario cada vez más potente de conciertos y grandes festivales. Con estos dos activos fuera de juego, queda aquello que varios artistas independientes ya vienen explotando desde hace tiempo. Esto es, el contacto directo con sus seguidores a través de, por ejemplo, las redes sociales, nuevos hilos conductores de unos ritmos que no se detienen, y que llegan a nosotros a través recitales vía streaming. Es la magia del directo, retransmitida ahora a través del ancho de banda.
Un medio aprovechado también por museos como el CCCB o el MNAC, instituciones atentas al ejemplo que han marcado referentes mundiales de la talla del MoMA o el Hermitage, espacios físicos que ya habían hecho los deberes en materia de digitalización. Ahora toca ponerse al día, y hacer las visitas guiadas de manera virtual.
Por su parte, las librerías, a vueltas con la colocación en el calendario del día de Sant Jordi, han decidido caminar por esta misma senda. A través de Casa Usher descubrimos la iniciativa ‘llibretersacasa’ (libreros en casa), que se sirve de herramientas como las que proporciona Instagram para hacer recomendaciones diarias literarias, incluso para gravar (y compartir, claro está) sesiones de lectura. En la escena teatral sucede lo mismo: los agentes de prensa del Teatre Lliure, por ejemplo, nos informan del movimiento #TheShowMustGoOn (el espectáculo debe continuar), con el que los apasionados de los grandes dramaturgos podrán disfrutar, desde la cuarentena hogareña, de funciones completas colgadas en canales oficiales de YouTube.
De lo que se trata, ya se ve, es de intentar superar los evidentes impedimentos que ahora mismo se encuentran se encuentran en la calle… y con ello, a lo mejor, ir concretando lo que bien podría ser un cambio de paradigma en los modelos de consumo culturales.
El mundo del arte, consciente de que en momentos de crisis nos aferramos a él, de momento está exhibiendo una capacidad admirable de adaptación… pero al mismo tiempo nos recuerda el valor de lo que ahora mismo no tenemos: el espacio comunitario como irreproducible punto de encuentro entre inquietudes, sugerencias y pasiones compartidas.
En este sentido, reconforta ver que las administraciones públicas están por fin concretando medidas y ayudas para que todas estas salas de cine, teatros, museos, discotecas y galerías no se queden en un recuerdo del pasado.