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Si no fue Maltzaga y no ha sido Durango, ¿acabará siendo Iruñea?

Ramón_Sola_aurpegia

Hay una anécdota en esta campaña que quizás pase desapercibida a quien lea esto. Tres de los principales candidatos podrían empezar cada maratoniana jornada electoral desayunando juntos porque viven en una misma localidad. Iñigo Urkullu es de Alonsotegi pero reside en Durango desde que se casó. Maddalen Iriarte, donostiarra, se afincó ahí cuando trabajaba en la entonces sede de ETB en Iurreta. Y Miren Gorrotxategi simplemente nació en Abadiño, el pueblo de al lado.

Podrían desayunar juntos pero es seguro que no gobernarán juntos. Esta vez ni siquiera se ha planteado este «acuerdo de Durango» como hipótesis de campaña. Casi nadie parece acordarse de que EH Bildu lo oficializó como propuesta –casi con la misma intensidad que ahora Gorrotxategi el tripartito de izquierdas– antes e incluso después de las anteriores elecciones de 2016.

¿Por qué ahora no? Obviamente porque no hay tres si uno no quiere. Y no se trata ya de que el PNV sea ahora más de derechas que antes (antzeko parezido) sino de que ha difuminado su perfil por el derecho a decidir, una de las dos columnas en que se sostenía aquella oferta de Arnaldo Otegi.

No ha sido Durango, y tampoco fue Maltzaga, la famosa metáfora de Telesforo de Monzon sobre la unidad abertzale: «Para ir de Bergara a Eibar hay que pasar por Maltzaga. A nadie escondemos que nuestro destino es Eibar. Pero con mucho gusto aceptaremos la compañía de los que, sin llegar hasta Eibar, se propongan apearse en Maltzaga». ¿Fantasías setenteras? No lo parecen para las bases del país, que en numerosas encuestas de los últimos años han puesto esta opción PNV-EH Bildu como la deseable.

Pero la realidad jeltzale es tozuda. A Bergara ha vuelto EH Bildu ahora una vez más, pero esta vez ni siquiera para reivindicarlo, sino más bien para constatar y lamentar que en esta era histórica el PNV ni aparece en la estación. Tras seis campañas seguidas pidiendo el voto con la promesa de un salto en la soberanía (1998, 2001, 2005, 2009, 2012 y 2016) –primero con Lizarra-Garazi, luego con el Plan Ibarretxe y más tarde con el Nuevo Estatus–, en 2020 Sabin Etxea no lo ha usado ni como señuelo electoral.

¿Se acaba con ello el abanico de opciones? ¿No hay más que este PNV-PSE reproducido con cortar-pegar en todos los puntos de la CAV en que se puede? Es lo que quiere trasladar ese flujo incesante de encuestas que da al alza a los dos, con la mayoría absoluta que se les escurrió entre los dedos hace cuatro años.

Para justificar su entente «inevitable», ambos suelen remarcar que también son aliados en Iruñea y en Madrid. Y aquí está la miga del asunto, porque es en Iruñea –e incluso ya también en Madrid– donde se están produciendo las alianzas políticas que en la CAV se descartan de saque. La noticia en Nafarroa no es que Chivite y Barkos gobiernen juntas, sino que EH Bildu hizo presidenta a la líder del PSN y le ha dado mayoría presupuestaria. La noticia en Madrid, lo estrictamente nuevo, no es que el Aitor Esteban apoye a Sánchez igual que hizo con Rajoy, sino que a menudo el inquilino de Moncloa se apoye en el independentismo de izquierdas vasco y catalán.

Toda esta realidad queda extrañamente fuera de la campaña de la CAV, metida en una burbuja. La propuesta de EP no suena realizable ahora, pero ha abierto al menos otra perspectiva mental para quienes la han oído. También lo ha hecho Maddalen Iriarte en ETB-2 explicando algo obvio: ¿por qué no iban a hacer lehendakari a Mendia con un buen acuerdo para la gente si ya lo han hecho con Chivite? Otro tanto con Urkullu, obviamente, aunque para eso, más cerca de casa le quedarían Durango y Maltzaga...