Confidencias al doblar la esquina de cualquier calle
[Crítica]: ‘Hijos de Dios’
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La calle como escenario vital, asume su protagonismo en este filme que aborda esa trastienda social silenciada infinidad de veces.
A golpe de testimonio a media luz, Javi y Romerales nos descubren una realidad que transita paralela a la mecánica cotidiana de quienes no dormimos entre cartones.
El cineasta donostiarra Ekain Irigoien sigue la ruta urbana de dos personas que asumieron su destino sin rencor y reividicando el lado vital del que se aferra a la vida a dentelladas.
Las charlas entre ambos protagonistas alternan la muerte, la amistad, la soledad, el sentimiento de dolor que supone haber perdido a alguien querido yen su tratamiento, Irigoien logra su propósito de no rodar un proyecto artificioso gracias al tacto que demuestra a la hora de colocar la cámara a distancia prudente y delegar en sus protagonistas todo el peso de la historia.
Javi nos descubre el dolor legado por una madre adoptiva que murió siendo él niño y que determinaría una vertiginoso descenso a los infiernos. Su dolor aumentó cuando su hija falleció de sobredósis.
A partir de aquel instante y espoleado por un derrame que lo llevó a un coma, abandonó para siempre la droga y el alcohol. La cámara nos lo muestra en ocasiones en el interior de una iglesia entre sombras y meditativo.
Por su parte, Romerales persevera en su empeño por alimentar su cirrosis y brinda a la noche recordando que una vez tuvo tres pisos y que la droga y el alcohol se los llevaron.
En su monólogo recurre a un repertorio de rancheras y coplas que se convierten en la banda sonora que acompaña las confidencias que se suceden de manera atropellada al cruzar la medianoche.
A pesar de sus diferencias, ambos comparten la idea común de no abandonar las calles, de desearse suerte mutua con la llegada del invierno y perseverar en su intención de afrontar su vida a golpe de dignidad.
Finalmente y porque la propia ley no escrita de la calle se antoja durísima, llega un momento en el que ambos topan con un inevitable punto de inflexión que bifurcará su ruta.