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Matt Dillon nunca fue un mocoso

Mikel Insausti, crítico de GARA. (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

Matt Dillon recibió el premio Donostia en el año 2006, cuando tenía 42 años, lo que contradice la idea de que este tipo de galardones se conceden solamente en el declinar de una carrera. En su caso, y dada su precocidad, está acostumbrado a adelantarse a los demás, e incluso a sobrevivir a la mayoría de compañeros de generación que empezaron siendo críos y se han ido quedando por el camino. A otros les pudo la presión generacional de pertenecer al Brat Pack, aquel atajo de mocosos del que Dillon hizo bien en renegar en cuanto pudo. Está en la profesión desde los 14, y de sus tiempos con Coppola siempre le acompañara cierta imagen de rebeldía, que sin otras actitudes más sólidas de poco le hubiera servido para mantenerse en activo durante cinco largas décadas.

Está de regreso en Donostia, pero esta vez no viene como actor, sino exclusivamente como director. Presenta su documental musical ‘The Great Fellove’ (2020), destinado a redescubrir la figura un tanto olvidada de Francisco Fellove Valdés, debido a que le tocó ser contemporáneo de la floreciente oleada de músicos cubanos que salió de la isla en los años 50, prefiriendo recalar en México en lugar de ir a los EEUU.

Fellove era grande en todos los sentidos, por sus composiciones y por la forma en que las bailaba, con sus expresivas y enormes manos dibujando en el aire figuras grotescas. Dillon parece haber aprendido la lección y no ha querido cometer los mismos errores que con su puesta de largo en la ficción, ya que con ‘City of Ghosts’ (2002) pecó de excesiva ambición.