«Los menores han mostrado una enorme capacidad de adaptación»
Ainhoa Allende, sicopedagoga y coordinadora de BBK Family, hace balance de un curso que reconoce «agotador» para los niños y niñas, y también para el profesorado, que ha tenido que cuidar no solo las medidas sanitarias, sino también la parte emocional.
«Necesitamos descansar y cuidarnos». Con esta frase resume Ainhoa Allende el momento en que nos encontramos después de más de un año de pandemia y, sobre todo, tras un curso lectivo que ha sido muy duro para los alumnos y alumnas, y también para el profesorado y las familias. Destaca la resiliencia mostrada por los menores, la capacidad de los docentes para cuidar no solo las medidas sanitarias, sino el bienestar emocional en sus aulas, e invita a las familias a aprovechar el verano para hacer actividades al aire libre, lejos de cuadernos y pantallas. Parafraseando a la sicóloga Pepa Horno, considera que «hace falta cuidar el alma» y sacudirse el poso de tristeza y miedo que todos llevamos a cuestas desde hace demasiado tiempo.
En la calle se oye frecuentemente que los niños y niñas, sobre todo los de menor edad, están sobrellevando la pandemia del covid mejor que los adultos. ¿Esto es así o es que se quejan menos que los adultos?
Depende un poco de cuál ha sido la vivencia de cada sistema familiar y de cada aula donde han estado los niños y niñas. Cuando empezamos el confinamiento, en marzo del año pasado, en mi casa entró el covid y, al principio, no había tanta información, pero creo que en las familias que lo han vivido un poco más a posteriori, viendo los riesgos que corrían, entre los niños sí que se ha podido despertar miedo en esas edades.
También es cierto que tienen capacidad y si les hemos acompañado en esa emoción, si les hemos ayudado a manejarla, si les hemos dado ciertas explicaciones y les hemos protegido un poco de la información, se ha podido llevar algo mejor. Por otra parte, a esas edades los menores tienen unas necesidades sicológicas, sociales y relacionales, que se han podido cubrir dentro del contexto familiar. Un adolescente, que tiene necesidad de socialización, de salir, de cuadrilla, de relacionarse con iguales, lo ha pasado peor, o ha sido más evidente ese malestar.
De hecho, a veces hablamos de menores como si fueran un colectivo homogéneo, cuando, como ha recordado, las necesidades y el modo de afrontar la pandemia ha sido muy diferente en función de la edad. No es lo mismo una persona de 15-16 años o una de 7-8 años, ¿no?
Creo que hay una distinción clara en función de dos factores. Uno es el ciclo vital, la edad, y las necesidades que requiere cada edad. Y otro tiene que ver con el contexto en el que han estado. Es diferente un contexto familiar saludable, donde se ha podido abordar la emoción, donde se ha podido jugar, donde se ha podido hablar, que otros contextos que igual son más vulnerables. Ese es uno de los grandes elementos para saber cómo se ha vivido la pandemia. Son dos variables que han afectado a esa experiencia: el ciclo vital, qué edad tienen y en qué contexto se encuentran.
¿El ámbito educativo ha sido otro de los pilares para mantener el bienestar emocional de los menores?
Sí. Creo que este año ha sido especialmente difícil para el profesorado, porque ha tenido que cuidar mucho el clima y también que se cumplieran las medidas sanitarias. Porque todo el rato hemos oído hablar de medidas sanitarias, pero no de cuidado emocional, no hemos oído que las medidas sanitarias tenían que ver también con cuidar la parte emocional de los niños y niñas o de las familias.
Estos confinamientos parciales que han venido luego han requerido de acompañar más, de estar pendientes. La educación bimodal, para el profesorado ha sido agotadora… Ha sido un curso duro en el que acabamos tocados, muy cansados. Cristina Vidal decía que el trauma tiene que ver con la pérdida de los recursos para afrontar alguna situación, y esta situación del covid, que se ha mantenido tanto en el tiempo, ha hecho que nuestros recursos se hayan ido empequeñeciendo. Y esto requiere que nos apoyemos, nos acompañemos, busquemos ayuda; las familias, el profesorado y también los niños y niñas.
¿Hay algo que le sorprenda del modo en que han respondido los menores a la pandemia?
Lo que nos ha mostrado esta pandemia es la capacidad de adaptación y la capacidad de poner en marcha recursos. Tanto personales como familiares, educativos y sociales. Nos ha mostrado algunas sombras, pero también ha habido luces. La capacidad de adaptación de los chavales ha sido una pasada.
¿Cuáles están siendo ahora los problemas más habituales en esos grupos de edad?
Uno de los riesgos que vemos es el del uso de pantallas y la digitalización. Ha sido un punto a favor, pero también tiene un riesgo. En el contexto escolar se ha utilizado lo digital más que antes y, luego, las familias también hemos permitido más el uso de estos dispositivos, y ese es un riesgo, el del uso de las pantallas de manera prolongada y excesiva, que hay que contener en estos momentos. Ahora hay que ir ofreciendo a nuestros hijos e hijas alternativas de ocio que tengan que ver con la relación entre iguales, la calle, escapadas, playa, monte… Hay que volver a recuperar con fuerza los recursos de ocio y tiempo libre que igual durante este curso han estado mermados. Recuperar esa parte del juego, de la relación, fuera de las pantallas.
Pero una vez que se ha abierto esa puerta no va a ser fácil cerrarla…
Sí, claro que es complicado. Pero creo que hay que volver a poner algunas normas, ciertos límites. Probablemente, cuando marquemos un límite que no ha sido el que han tenido hasta ahora se va a generar un enfado en los niños y niñas, y habrá que acompañar, entender ese enfado, explicarles el para qué. Y luego también habrá que ofrecerles alternativas. Yo creo que cuando les damos alguna alternativa que les gusta, como ir al monte con unos amigos, o que los adolescentes pueden ir a la playa con su cuadrilla, eso ayuda a reconectar con la idea de que se lo pasan bien, de que están a gusto. Pero va a costar, sí.
¿Después de un año tan intenso y complicado en las aulas, de cara a las vacaciones debería haber más manga ancha con los niños y niñas respecto a las tareas, a los trabajos de verano? ¿Necesitan desconectar más que en un año normal?
Yo no soy muy partidaria de las tareas escolares en verano. Podemos ofrecer a los niños y niñas otras alternativas donde mejoren las competencias que también tienen que ver con lo académico. Leer un libro, un cuento, hacer manualidades, conocer una ciudad nueva, investigar algo sobre ese nuevo lugar, dónde se ubica, su número de habitantes… Hay formas superdivertidas con las que ellos, de manera natural, van obteniendo información, y eso es lo que hay que potenciar. Si vas a un monte y te encuentras un árbol, ver de qué clase es, si es un haya o un roble, o saber qué productos salen de una huerta. Hay aprendizajes muy válidos que se pueden hacer durante el verano y que no tienen nada que ver con sentarles en una mesa delante de un libro. Ya llevan muchos meses, acaban el curso especialmente cansados y creo que se merecen ver el sol y vivir las vacaciones con alegría. También para afrontar setiembre con ganas.