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Un país en huelga

Manifestación de trabajadores del metal, ayer en Gasteiz. (Jaizki FONTANEDA | FOKU)

Desde Mercedes, la fábrica más grande de Hego Euskal Herria, hasta el comercio textil de Gipuzkoa, pasando por el Metal de Bizkaia o las residencias de Nafarroa. El número de personas llamadas en las últimas semanas a la huelga en este país es de un calibre considerable. Es imposible hace hacerse eco de todas ellas.

Los que saben de esto ya anticipaban, a final de 2021, que las negociaciones de convenios iban a ser duras este año. Porque había muchas renegociaciones en sectores y fábricas de peso y porque el aumento espectacular del coste de la vida iba a poner las cosas difíciles en las conversaciones entre patronales y sindicatos.

Un think tank como Funcas preveía a finales de año una inflación interanual del 4% para el mes de junio en el Estado español. Según hemos sabido esta semana, la inflación interanual real este mes se ha situado en un 10%. Las previsiones se están quedando muy cortas, por lo que nada más lógico –y saludable– que la multiplicación de las huelgas. No hay que hacer un máster en economía para entender que, si los precios suben un 10% y los salarios no lo hacen, los trabajadores se empobrecen un 10%.

Cada sector es un mundo, y cada empresa, un reino más o menos independiente. Lo que valga en uno quizá no sirva en el de al lado. Se antoja fantasioso reclamar lo mismo en una fábrica de 5.000 trabajadores que en una empresa de 100, igual que la demanda no puede ser calcada en un sector en crisis que en otro boyante. Pero las particularidades no deben ocultar el fondo compartido que se dirime en todas estas luchas laborales: lo que está en juego es sobre quién recae el peso del enorme encarecimiento del coste de la vida.