INFO

El peso (emocional) de un libro

Euskal Herria, 2022. 72'. Directora y guion: Maria Elorza. Producción: Marian Fernández Pascal, Koldo Almandoz. Fotografía: Maria Elorza. Montaje: Maria Elorza. Sonido: Maria Elorza, Anne Elorza, Xanti Salvador.

‘A los libros y a las mujeres canto’. (TXINTXUA FILMS)

Una mujer casi fue llamada Avioneta. Otra albergó una biblioteca en el asiento trasero de su coche. Otra nos descubre que los libros pueden matar pero no como aquel libro prohibido que descubrió fray Guillermo de Baskerville en el laberinto de la abadía, sino por el simple hecho de su propio y excesivo peso sobre una estantería endeble.

De aquel derrumbe surgió un dedo fracturado que hoy en día permanece inclinado. Un caso similar al de aquel célebre concertista de piano romántico que falleció cuando se derrumbó sobre él una montaña de libros. Un episodio que, como bien nos recuerda María Elorza, debemos evitar no colocando estantes sobre la cabecera de nuestra cama.

En su segundo libro de la Eneida, Virgilio dejó escrito «canto las armas y a ese hombre que de las costas de Troya llegó el primero a Italia prófugo por el hado» y Elorza subvierte la epopeya del romano con ‘A los libros y a las mujeres canto’, un ejercicio de amor a los libros que se palpan, huelen y pesan pero, sobre todo, un canto a un grupo de mujeres que se conjuró en su empeño de velar por ellos.

Esta saludable propuesta nos lleva a diferentes puntos de Euskal Herria –Donostia, Zarautz, Pasaia, Esparza, Turrillas y Bilbo–, Italia –Cerdeña, Herculano, Monte Vesubio y Nápoles–, Madrid y Suances para redescubrirnos el amor sentido hacia el negro sobre blanco y a partir de diferentes textos y testimonios revelados por un grupo de mujeres que aportan sus vivencias y experiencias con la lectura, un foco de libertad y rebeldía constante.

A través de un montaje muy original, dinámico y juguetón, la directora engarza las diferentes piezas de un relato en el que salen a relucir cuestiones relativas a nuestra relación íntima con los libros y plantea situaciones en las que nos descubrimos como aquellos bomberos flamígeros que imaginó Ray Bradbury en ‘Fahrenheit 451’.