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Aficionados del Everton reciben a su equipo antes del derbi frente al Liverpool.
Rayco SÁNCHEZ

El derbi de Merseyside en Goodison Park


Con la visita a Goodison Park para asistir a uno de los últimos derbis de Merseyside, se cierra un ciclo de artículos de investigación sobre la Ikurrina ubicada en el propio estadio, fruto de la amistad entre Mike, steward del club y encargado de ponerla, y Mikel, el irundarra que se la regaló. Un trabajo que comenzó hace año y medio, y que me ha permitido disfrutar una de las caras más amables y extraordinarias de la cultura futbolística, el sentimiento de pertenencia.

Cuando era adolescente los “Invencibles” del Arsenal me cautivaron, más tarde los cuellos rebeldes de Cantona, las pompas de jabón de los “Hammers”, la emocionante primera visita a Anfield, hasta el “loco” Leeds de Bielsa. A todos ellos a día de hoy les guardo más o menos cariño, a pesar de que la mayoría no han quedado más que en las cenizas de aquel romance fugaz (al “Dirty Leeds” siempre le guardaré cariño).

Dicen que el amor verdadero, el incondicional e inquebrantable se cocina a fuego lento. El éxito provoca euforia, y la euforia nos induce a la pasión, como cuando escuchas tu canción favorita en directo, consigues enrollarte con esa persona que te gusta, o logras una gesta como cuando el Leicester ganó la liga. Pero con el paso del tiempo te das cuenta que, todo aquello fueron simplemente una conjunción de circunstancias maravillosas, pero que no sentaron las bases para una relación duradera, porque para eso hacen falta muchos más componentes, situaciones y tiempo.

¿Cuánta gente seguirá apoyando al City cuando se acabe el “cash”? ¿Cuántos “Diablos Rojos” vendieron sus cuernos tras Ferguson? ¿Quién cantará el YNWA cuando el Pool quede fuera de Europa?

El Everton es exactamente eso, el afecto incondicional de una comunidad que sigue remando con ilusión, a pesar de no conquistar títulos desde hace más de 27 años, a pesar de verse en mitad de una crisis económico-deportiva, pero, sobre todo, la demostración de unidad cuando la temporada pasada estuvieron a punto de perder la categoría.

Para entender mejor la idiosincrasia de cada club, hay que acercarse a sus raíces, y a sus aficionados, pero antes de hacer una foto del Liverpool actual, me gustaría retroceder varias décadas hasta la ciudad portuaria más famosa del mundo, en la que crecieron mis amigos.

El Liverpool de los años 60

John Shearon creció en el distrito Norris Green, mayoritariamente católico y de clase obrera: «Mi familia vivía cerca de Scotland Road, un área fuertemente católica. Cerca de Netherfield Road, comúnmente conocida como la línea “Mason-Dixon” (la línea que divide los estados del norte y del sur de los EE. UU.). De un lado estaban los católicos mientras que del otro lado estaban los protestantes».
Tras el gran “éxodo” irlandés a varias ciudades debido a la Gran Hambruna, la ciudad de Liverpool fue una de las más influenciadas en la década de 1840. No es casualidad por tanto, que Mike, Simon y John, oriundos de la ciudad de Mersey, tengan raíces y pasaporte irlandés.

A pesar de la división tan marcada incluso a nivel urbanístico, había un ámbito en el que ambos bandos confluían: el fútbol.
Curiosamente, en la era moderna se ha dibujado al Liverpool FC como el equipo católico y republicano, pero hay numerosos estudios sociológicos que señalan que en su gran mayoría era el Everton el que menos protestantes acogía en sus filas. Anecdótico en todo caso.

«Esta división sectaria estuvo presente en la ciudad hasta la década de 1970. Previamente, la gente votaba por su religión, no por su clase social; por lo tanto, los protestantes de la clase trabajadora votaban invariablemente por los conservadores y los católicos por los liberales o laboristas. Una indicación de cómo este ya no es el caso se demuestra por la falta de un diputado conservador en la ciudad de Liverpool desde aquellos años 70 (incluso las áreas más ricas fuera de la ciudad ya no votan a los conservadores)», relata Shearon.

El Thatcherismo también marcó el devenir de los Scousers, ya que intentó acabar con la ciudad, llegando a acuñar el término “declive controlado”, una violencia institucional que forzó la migración y el malvivir de sus habitantes.

Si le preguntas a John como es la gente de su tierra natal, te dirá que «somos personas con una sana falta de respeto por la autoridad».

Simon Finlay recuerda –décadas más tarde de que naciera John– que la segregación social era terrible, llegando al punto en el que la mayoría de padres de niños irlandeses no encontraban empleo debido a su origen, incluido el suyo: «Mi padre era ingeniero, y delegado sindical en su empresa. Esta actividad derivó en su despido y su posterior veto a que fuera contratado de nuevo en el gremio por el resto de sus días».

Simon tuvo que abandonar Liverpool a los 20 años, en busca de oportunidades laborales. Actualmente dirige un refugio para personas migrantes en Hastings.

Mike Tilley, el encargado de poner la Ikurrina detrás de la portería, afirma que no existe otro lugar como Liverpool, a excepción de Glasgow. Ambas urbes fueron moldeadas y construidas desde sus puertos, con trabajadores y personas muy duras, orgullosas y amables. «No puedes opinar sobre ella hasta que no la visitas, es ahí cuando no puedes escapar de sus encantos».

El Steward polifacético de Goodison también considera que hubo un antes y un después tras nombrar a la urbe como Ciudad de la Cultura Europea en 2008, ya que atrajo mucho turismo e inversión.

Liverpool hoy

Cultura y creatividad definirían a The people's Republic, que cuenta con más de 5 museos gratuitos que invitan a adentrarse en diferentes temáticas como cultura, historia, pintura, esculturas, y ciencia.

Ciudad roja, izquierdista, progresista y acogedora, siempre crítica con el poder establecido, cuenta con varias corrientes disidentes para con la corona inglesa, y defienden su propia identidad, la Scouse, que les convierte sánamente, como decía John, en rebeldes por defecto. Su descontento con la simbología de United Kingdom quedó patente con el abucheo al himno “Dios salve a la Reina”, de la última final de la FA Cup que enfrentó al Chelsea y al Liverpool FC. Todo esto no se considera extraño si se tiene en cuenta que, según varios estudios, más del 80% de su población tiene raíces irlandesas, algo que evidencian a través de su alegría, buen humor y su pasión por la música y la cerveza.

Entre asombrosas estructuras de ladrillo rojo, se recomienda al recién llegado perderse por los bares de Baltic Triangle, Renshaw Street, Cumberland Street o el The Liffey Poste House (donde frecuenta la clase trabajadora), dejarse llevar por los karaokes, pero sobre todo en cualquiera que tenga mala “pinta”, y así disfrutar del sabor genuino de los lugareños más auténticos, o simplemente pasear por los Docks y observar Gales al otro lado del río. Si se busca algo más exótico, las aceras brillantes de Chinatown también te ofrecerán sabores del lejano oriente.

Queda de más decir, que, si te gustan The Beatles, esta es la “Meca”. El museo es caro pero muy bonito, y a parte de The Cavern, hay decenas de pubs que recuerdan que el “cuarteto hippie” actuó, ensayó o se emborrachó en ellos. Por cierto, Paul McArney era muy del EFC.

Mikel Martínez, que vivió en Liverpool durante una temporada, y fue quien comprar la Ikurrina que luce en el estadio, cuenta que lo que más le gustó fue la pasión por el fútbol y que tenía una agenda cultural muy amplia. Cada fin de semana había algún concierto, festival, teatro y, si no, siempre quedaba la opción de ver la Premier en un pub.



El ambiente pre partido

Madrugamos de lo lindo para que nos diera tiempo a disfrutar de toda la liturgia obligada de aquel acto religioso. Cogimos el tren en el centro y supimos que íbamos en la buena dirección cuando empezamos a escuchar los primeros “kssh” de las latas de cerveza abriéndose paso, como un chupinazo de jaias a las 8 de la mañana. Desde la ventana del propio tren observamos la sombra de las grúas trabajando en la construcción de las gradas del nuevo estadio evertoniano en los muelles, coqueteando con el Río Mersey.

Bajamos del tren, seguimos la estela de los cerveceros madrugadores, y nos adentramos en la recta hacia el coloso por la calle Elton, mientras íbamos descubriendo a lo lejos los murales de los jugadores más representativos en la historia del club. Comenzaban las fotos, los nervios y las ganas de verlo todo.

Lo primero que hicimos fue acudir a la St. Lukes Church, la única iglesia pegada a un estadio que se conoce en la historia del fútbol británico, y que fue creada 9 años antes de que el Everton decidiera jugar en su campa adyacente. En su interior, en el piso de arriba opera la EFC Heritage Society, que cuenta con diferentes proyectos, que albergan desde exhibiciones, venta de camisetas, pins, libros, fanzines; todo con fines solidarios.

Cargados de bolsas salimos de “misa”, para tomarnos una buena pinta en The Peoples Pub, mientras observábamos cómo poco a poco se iban llenando los alrededores de gente de toda condición y edad, esperando para dar la bienvenida al autobús del equipo.

Como está dejando de ocurrir lamentablemente con los nuevos emplazamientos de los estadios, a escasos 5 metros de la puerta de entrada de Goodison puedes disfrutar de una decena de pubs y restaurantes donde además de beber el variado zumo de cebada, el ambiente es local y acogedor.

Policías a caballo, amables stewards y una masa exaltada anunciaba la llegada del equipo local, al que alentaban desde los más veteranos a niños y niñas cogidas a hombros con camisetas de Gordon. Botes de humo azules y gritos daban el pistoletazo al comienzo de la gran batalla. El duelo entre vecinos, amigos, compañeros de trabajo, familia… de la ciudad de los Beatles.

La comunidad

Los azules acusan a los rojos de ser un producto, una marca estéril y de haber arrasado incluso con el entorno de Anfield, antes repleto de comercios y bares, y que ahora, tras la subida de los precios del alquiler por parte del club, se encuentra cerrado a cal y canto. Mientras, en el lado azul, presumen de tener todo un conglomerado de recursos comunitarios que atrincheran socialmente su anfiteatro, desde bares, puntos de encuentro y hasta un centro escolar.

Según la web del propio club, a parte de la apertura de la escuela para jóvenes con dificultades en sus estudios, el proyecto “Everton in the community” empleó a 140 personas de la zona para trabajar en sus más de 40 programas en los que participan más de 30.000 personas cada año, y que promueven la salud mental, la empleabilidad, la demencia, la educación, la discapacidad, la pobreza y la falta de vivienda.

Algo que no mucha gente sabe, es que el Everton fue el primer inquilino de Anfield, propiedad de John Houlding, que, tras varios años de alquiler, decidió triplicar el subarriendo al conjunto blue, que decidió abandonar el lugar e instalarse en su actual ubicación. Fue entonces cuando el avaricioso Houlding decidió crear un nuevo equipo para que acampara en su prado. ¿Sabéis cómo lo llamó? Efectivamente, Liverpool FC.

Curiosamente ambos clubes compartieron también el Liverbird en sus escudos, animal mitológico que representa la city.

Los rojos, también señalan por su parte a los azules como mediocres en lo deportivo, arcaicos y envidiosos. Cierto es que el 6 de octubre se cumplieron 10.000 días sin ganar un título (los últimos fueron en la era Kendall). La réplica evertoniana es que prefieren tener menos aficionados (hay una demanda de 25.000 nuevos socios que están en lista de espera) que observar la mitad del estadio lleno de turistas, que no entienden de sentimientos, y mucho menos de animar, si no de fotos y “click bites”.

En lo netamente superficial, podemos decir que el balance del recuento de camisetas que lucían en los días que estuvimos en la ciudad era de 49 remeras rojas y 7 azules.

El partido

Entramos en Goodison recordando objetivamente que era un templo histórico del fútbol, porque fue el primer estadio en tener un estadio de cuatro lados con gradas de dos niveles, en tener una grada de tres niveles, en emitir un programa regular de jornada, en instalar banquillos, en instalar focos, en instalar calefacción por suelo radiante, en albergar una final de la Copa FA (Notts County vs. Bolton Wanderers en 1894), en tener una iglesia adjunta, en tener una instalación de marcador de medio tiempo/tiempo completo. Y si os parece poco, que sepáis que el hijo de Rocky peleó allí también.

Una vez dentro del coliseo buscamos nuestros vetustos asientos vintage de madera, y enseguida nos dimos cuenta que ahí iba a haber más roce que en un concierto de Berri Txarrak. Boquiabiertos e ilusionados, observamos lo maravilloso de todo aquello, mientras calentaban los equipos a ritmo de música rock y tecno e iban llegando a sus localidades el resto de asistentes, llenando los huecos como en un reloj de arena.

También verificamos que desde la grada superior donde nos encontrábamos se veía Anfield, y recordé la broma que John le gastaba a su hijo Michael, que le decía que aquella estructura era una biblioteca municipal.

Allí debajo, también pudimos localizar la Ikurrina colocada por Mike, que parecía darnos la bienvenida en todo aquel ambiente de emoción que nos envolvía de forma acogedora.

Sin tiempo para relajarnos, la banda sonora de la popular serie de los 60 N.B. Z-Cars daba entrada a ambos conjuntos al verde, preparados para batirse entre la masa enfervorizada.

Definitivamente el ambiente era de locos, el pique entre rojos y azules también llegaba a las gradas, que parecía competir entre sí por acumular el mayor número de decibelios. Los hinchas de las gradas de detrás de las porterías estaban de pie en una improvisada grada de animación, y todo el mundo se mostraba nervioso y agresivo. ¿A quién le tocaría volver al lunes con la cabeza gacha al trabajo? ¿Quién iba a tener que claudicar en la próxima comida familiar? El orgullo estaba en juego.

Sobre el verde, el partido tuvo absolutamente de todo: un espontáneo que saltó al terreno de juego, un gol que anuló el VAR, un señor que me mojaba la nuca cada vez que chillaba al árbitro, largueros, ocasiones y paradones. Pero por encima de todo, lo mejor fue el “Show de Pickford”. El portero internacional inglés es una mezcla entre Higuita y Ravelli, con estética de Peaky Blinder, al que le importa un pepino de Murcia lo que opinen de él, ya que maneja el cronómetro y los estados de ánimo de rivales y aficionados a sus anchas. Un crack.

En líneas generales, el partido fue, posiblemente, el mejor 0-0 que haya visto nunca. Estruvo tan emocionante, intenso y vibrante que hasta Liam se animó a dar sus primeras patadas en la tripa de su ama. ¿Habrá elegido equipo antes de nacer?

Decantarse entre varias opciones es un hecho vital, que jamás pretendería condicionar. No se me ocurriría decirle a nadie que tomara parte por un equipo u otro, o que dejara de ser del Liverpool para animar al Everton, ni a quitar méritos, Copas de Europa ni The Kops al LFC. De hecho, la peña “Bilbao Reds” que organiza quedadas los días de partido en Santurtzi es el mejor lugar de la zona para ver al conjunto de Salah y compañía. ¿A lo mejor es hora de crear una peña Toffie en EH? ¿”Euskal Karameloak”?

Alejémonos de aquella segregación que vivió Liverpool, el fútbol es convivencia y alegría, pero sobre todo del pueblo. En este caso, yo me decanto por el que le llaman “The People´s Club” para seguir encontrándome con mi gente, así que, si tengo que elegir, elijo cerrar la trilogía de artículos, y abrir otro con mi cuadrilla Toffie, Goodison Park y el Everton Football Club del que me siento parte.