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Travesías del desierto

Palestinos se hacen con el control de un tanque israelí tras cruzar la valla fronteriza con Israel desde Khan Yunis, en el sur de Gaza. (Said KHATIB | AFP)

El momento: En pleno sabath (día festivo judío semanal) y coincidiendo con el final de la festividad anual de Sucot, que conmemora los 40 años de deambular por el desierto de los hebreos tras huir de la aniquilación a manos del faraón egipcio -una de las míticas actas fundacionales del sionismo, junto con las dos destrucciones del Templo de Jerusalén-, Hamas ha lanzado un ataque por aire (2.500 cohetes), tierra y mar un ataque sin precedentes contra Israel.

El tempus. El ataque coincide con el 50 aniversario de la guerra del Yom Kippur, el 6 de octubre de 1973, cuando los ejércitos egipcio y sirio aprovecharon la celebración del día más sagrado del año judío (día de la expiación) para lanzar un ataque, a la postre frustrado, para recuperar el Sinaí y los Altos del Golán, ocupados por Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967.

El contexto: La organización de resistencia islamista palestina lanza el ataque en un año en el que el Gobierno israelí ha multiplicado las operaciones de castigo contra la población palestina -record de muertos en lo que va de año desde la Intifada-, ha dado una nueva vuelta de tuerca en el hostigamiento diario a los prisioneros palestinos y ha enterrado definitivamente la posibilidad de una salida negociada. Suena a justificación. No lo es.

El beneficiario: Hamas, organización de resistencia islámica que ha mostrado en una ofensiva preparada durante meses, cuando no años, de sus milicias de Ezzedin al Qasam un desprecio reactivo por la vida de los soldados y civiles (¿colonos?) capturados parangonable al del Ejército israelí en sus razzias, ha logrado un scoop histórico. Independientemente del alcance de la venganza israelí contra la Franja de Gaza –atención a la cuestión de los cadáveres y heridos capturados–, la Autoridad Palestina (ANP) de Mahmud Abbas tiene los días contados.

Las imágenes de un carro de combate israelí exhibido en desfile por las calles de la ciudad de Gaza son un bálsamo para el orgullo no ya herido sino moribundo de la población palestina.

Las consecuencias: Y son un golpe a Israel que quedará en los anales de su corta –o larga, según se mire– historia. No hay sabath, Sucot o Yom Kippur que justifique semejante falla en los servicios de inteligencia -el Shin Bet o Shabak, el Mossad y el servicio secreto militar (Aman)- en un país que ha hecho de la seguridad 'preventiva' su principal razón de ser no ya estatal sino internacional. Más cuando Gaza es, o era, un queso gruyere agujereado por el colaboracionismo palestino.

El Gobierno integrista del procesado primer ministro Netanyahu ha iniciado una operación de castigo contra Gaza que, seguro, multiplicará exponencialmente las decenas de bajas y víctimas israelíes. Pero su suerte está echada. Ha fiado su supervivencia política, y personal, a desviar la atención machacando a los palestinos. Pero ha mostrado, más allá de las tradicionales bravuconadas, una ineptitud total para prevenir un contraataque masivo de sus cabezas de turco.

Ya nada será igual. Hace tiempo que Palestina no tiene futuro (quizás Hamas lo fie todo a una reacción de su aliado y padrino iraní). Pero a Israel le queda una travesía en el desierto, como la del Sucot, para restaurar su orgullo herido. Y el tiempo, y la deriva polarizadora israelí, juega en su contra.