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Los hermanos Coen, unos clásicos irreverentes

El crítico de cine y guionista Adam Nayman, en ‘El cine de los hermanos Coen’ (Libros del Kultrum, 2025), traslada al idioma escrito el identificativo valor creativo de una filmografía, todavía en construcción, firmada por la bicefalia compuesta por Ethan y Joel.

Frances McDormand en «Fargo», ya todo un clásico. (ZINEMALDIA)

Si los hermanos Lumière inauguraron la historia del cine, otra pareja vinculada bajo ese mismo lazo sanguíneo, la formada por Ethan y Joel Coen, ha logrado, desde su irrupción en los ochenta, que el reclamo de espectadores alentado por sus obras sea consecuencia de una elogiable e identificativa autoría.

Una virtud dispuesta en torno al desinhibido suministro de ideas adquiridas por igual de latitudes tan distantes como el impoluto y tradicional blanco y negro o formatos regados de sanguinolenta sustancia. Talentosa y original absorción desplegada con el fervor reverencial del voraz aficionado y el necesario blasfemo espíritu que caracteriza a todo creador nato.

Tan importante ha resultado, y lo sigue siendo, la tarea desarrollada por estos dos estadounidenses, que, más allá de que no exista estrella de Hollywood que no haya trabajado a sus órdenes, de  George Clooney a Tom Hanks, pasando por Brad Pitt o, por supuesto, Frances McDormand, pareja de Joel, ni premio esquivo a sus manos, incluso se han hecho merecedores de contar con un libro que relate sus ‘milagros’, un exclusivo regalo que suele tener como destinatario a figuras ya extintas.

Adam Nayman, crítico y guionista, ofrece un extraordinario y profuso trabajo que no solo expone un exhaustivo y contextualizado análisis técnico de sus cintas, sino que cede la palabra, a modo de entrevistas, a muchos de sus acompañantes en los rodajes o incluso a quienes desde los aledaños han recogido su influencia. Un frondoso paseo que pone letra, con acento erudito, pero conjugado con apasionada naturalidad, a la experiencia de sentarse frente a una pantalla rubricada por esta hermandad, un binomio que, si bien hasta el año 2000, no fue representado como una única entidad creadora, su diferenciación previa en tareas específicas nunca ocultó el camino común e indisoluble que guiaba sus miradas.

Una carrera profesional que tiene su germen en el inspiracional hobby de rodar remakes de sus películas favoritas con una cámara Super 8, antecedente de un debut que llevó por nombre ‘Sangre fácil’. Título que fundaba lo que se convertiría en una identidad absolutamente representativa, decidida a la hora de zambullir la tradición, en este caso aludiendo a la literatura noir de Dashiell Hammett o James M. Cain, en un lenguaje personal donde la parodia y el homenaje conviven plácidamente alrededor de toda una enciclopedia intertextual.

‘Muerte entre las flores’. (ZINEMALDIA)


Un primer encuentro con la industria a la que entraron con su propio caballo de Troya underground, que reduciría a añicos la separación existente entonces entre las producciones independientes y las provenientes de grandes estudios. Una cinta teñida de un negro policíaco que se convertiría en hilo conductor de un asentamiento que, sin embargo, estuvo espolvoreado por interludios estilísticos que daban fe de la versatilidad que podía acaparar su particular idioma visual.

La gamberra y exitosa road movie de ‘Arizona Baby’, mucho más compleja de lo que denota su alocada naturaleza, o la reimaginación de la figura del dramaturgo Clifford Odets en ‘Barton Fink’, una hiriente caricatura de ciertas aspiraciones artísticas, completaron con brillantez una impronta depositada en ‘Muerte entre las flores’, entronización y sátira a la vez de las convenciones clásicas del género, y ‘Fargo’, donde redundan en dicha aspiración con la maestría que otorgan unos personajes banales y frustrados, reflejo de la incierta traslación a la realidad de un imaginario mítico, componente esencial en el acervo de esta mente bicéfala.

Padres de un icono contracultural La consolidación de los hermanos Coen en el star system cinematográfico era tan evidente como una relación en absoluto idílica con los encargados de la contabilidad. La lógica imposibilidad de instalarse inamovibles en un alto valor recaudatorio significaba que, mientras los alardes técnicos dispuestos a evocar el glamour hollywoodiense de ‘El gran salto’ se manifestaban como un fracaso en taquilla, la comedia lisérgica ‘El gran Lebowski’ consiguiera convertirse en objeto de veneración y depositar a ‘El Nota’ en ese santoral de personajes icónicos del cine.

La entrada en el siglo XXI por parte de los Coen, pese a contar con un cálido recibimiento ‘O Brother!’, pícara relectura de la Odisea homérica alrededor de paisajes y música –seleccionada con excelencia por T-Bone Burnett– que alude al espacio tradicional estadounidense, resultó dubitativa. Ni el sobrio clasicismo de la equilibrada e inapelable puesta en escena de “El hombre que nunca estuvo allí”, ni las más irregulares artísticamente ‘Ladykillers’ o ‘Crueldad intorable’ lograron seducir al público.

Una apuesta por la comedia de enredos que, sin embargo, no les impedía estampar su firma identificativa en unas carcajadas que exhalaban una sonrisa congelada.

Ser uno mismo en el cuerpo de otros Una errática andadura corregida por la extraordinaria adaptación del libro de Cormac McCarthy, ‘No es país para viejos’, una ejemplar realización que absorbía el tenebroso horror de un protagonista encarnado por un Javier Bardem que lograba helar la sangre con su actitud, al mismo tiempo que su aspecto producía hilaridad con un peculiar peinado.

Exitoso encuentro que abría un tiempo, que llega hasta el presente, donde se acumulan proyectos de lo más dispares en su gestación pero claramente personales. Escorzos que aluden a los tintes biográficos depositados en ‘Un tipo serio’, la reconversión crepuscular de la película de Henry Hathaway encabezada por John Wayne, ‘Valor de ley’, o la apócrifa biografía del músico folk Dave Van Ronk escondida tras ‘Inside Llewyn Davis’.

Personajes, épocas y situaciones dispares que funcionan como partes de una ecuación común que perfectamente podría ser enunciada como tesis de su obra global: el acercamiento, en modo de sonrisa, reguero de sangre o situación disparatada, a esa constante incertidumbre agazapada tras la próxima página vital por escribir.

Adam Nayman, con su libro, no solo pone palabras a los fotogramas, sino que realiza una interpretación y traducción de todo lo que reside tras ellos. Una sucesión de imágenes que revelan una carrera, la de los hermanos Coen, facturada a través de unos ojos que fijaban su mirada en la tradición, pero que han crecido con la determinación de crear su propio idioma.

Joel y Ethan han logrado en estas décadas alterar los papeles, y aquellos dos jóvenes aspirantes a realizadores que suspiraban por la pericia ajena, son ahora el objeto de deseo para miles de espectadores y candidatos a encontrar su propia firma en las salas de cine.