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La crisis inmobiliaria, el colapso que amenaza la economía nacional global

La crisis de la vivienda en el gigante asiático revela el agotamiento de un modelo basado en la especulación y la urbanización forzada. El desplome de precios, la sobreoferta y el envejecimiento demográfico amenazan con arrastrar a la economía china y sacudir los cimientos del sistema global.

(NurPhoto | AFP)

El sector inmobiliario fue durante décadas el gran motor de la economía china: las ciudades crecieron a un ritmo vertiginoso, impulsadas por una enorme emigración interna, la urbanización masiva, la venta de suelo estatal y una fiebre de inversión que convirtió la vivienda en el principal activo de las familias. El ladrillo representaba hasta un 25% del PIB y, en muchas provincias, era la principal fuente de ingresos públicos. Comprar casa se convirtió en sinónimo de prosperidad y seguridad, y el precio de la vivienda se disparó hasta niveles inalcanzables para la mayoría.

Pero el modelo tenía pies de barro: el crecimiento demográfico se frenó, la política del hijo único aplicada durante décadas redujo la base de nuevos compradores y la especulación llevó a la construcción de millones de viviendas vacías. El estallido de la burbuja llegó en 2021, cuando Pekín impuso límites al endeudamiento de los promotores para frenar los riesgos sistémicos. El resultado: gigantes como Evergrande y Country Garden al borde de la quiebra, miles de proyectos paralizados y una desconfianza generalizada entre los compradores.

En los últimos años, los precios han caído más de un 20% en las grandes ciudades y la sobreoferta es tan grande que se calcula que hay decenas de millones de pisos vacíos. Las familias ven cómo su principal fuente de riqueza se devalúa, el consumo se frena y el desempleo juvenil se dispara. La inversión residencial, que llegó a ser el 15% del PIB, se ha desplomado y los gobiernos locales pierden ingresos clave, agravando la crisis fiscal.

«Mis padres siempre decían que tener casa era lo más importante. Pero entre los precios, la falta de estabilidad laboral y la presión de cuidar a los abuelos, ya no veo sentido en hipotecar mi vida por un piso. Muchos amigos han renunciado a comprar y prefieren alquilar», comenta Li Wei, un joven profesional del ámbito de la automoción de Shenzhen.

La respuesta ha sido tímida y fragmentaria: recortes de tipos, facilidades hipotecarias y ayudas puntuales a promotoras, así como medidas para aumentar la oferta de vivienda asequible, renovar barrios antiguos y canalizar apoyo financiero a promotores solventes, pero sin un plan integral. El miedo a un rescate masivo y a alimentar nuevas burbujas ha paralizado la acción política. Mientras tanto, la confianza de los hogares y empresas sigue en mínimos históricos y el consumo privado no logra compensar el desplome del sector.

UN HORIZONTE INCIERTO

Este problema no es solo un ajuste cíclico, sino el síntoma de un agotamiento estructural. La población envejece a un ritmo acelerado, la tasa de natalidad es la más baja de la historia y el mercado de compradores se reduce cada año. A diferencia de Japón, que tras su crisis inmobiliaria de los 90 vivió un repunte demográfico, China no tiene ese colchón: la pirámide poblacional se invierte y la demanda de vivienda seguirá cayendo.

La crisis del ladrillo amenaza con arrastrar a toda la economía: el sector absorbía una parte enorme del empleo urbano, de la demanda de acero, cemento y maquinaria, y era clave para la recaudación fiscal. Ahora, la caída de precios erosiona la riqueza de los hogares y frena el consumo, mientras la inversión se resiente. El fantasma de la deflación y el estancamiento planea sobre el país, que ve cómo su modelo de crecimiento basado en la construcción y la exportación se agota.

Una China estancada supone menor demanda de materias primas, menos compras a países emergentes y mayor volatilidad en los mercados. El mundo mira con preocupación el desarrollo de una crisis que, lejos de ser coyuntural, pone en cuestión la sostenibilidad del «milagro chino».

La crisis es más profunda y compleja de lo que parece. No se trata solo de un ajuste cíclico, sino de un punto de inflexión estructural que pone a prueba el modelo de crecimiento del país y su capacidad de adaptación. Si la lección de Japón sirve de advertencia, la historia demuestra que los errores de diagnóstico y la falta de reformas estructurales pueden convertir una década perdida en un siglo de estancamiento. El mundo observa con atención, porque el futuro de la economía global podría estar jugándose, una vez más, en los cimientos de las ciudades chinas.

La gran incógnita es si Pekín será capaz de reinventar su modelo, apostando por el consumo interno, la innovación y la redistribución, o si la crisis inmobiliaria marcará el inicio de una larga travesía por el desierto. Lo que está claro es que el tiempo del ladrillo fácil y el crecimiento sin límites ha llegado a su fin.