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Las muchas vidas de Margaret Atwood, una jovencita de 85 años

Cuando se cumplen cuarenta años de la publicación de ‘El cuento de la criada’, cuando EEUU se parece cada vez más al Gilead distópico, cuando Dua Lipa la cita como la autora recomendada del mes, a sus juveniles –lo sigue siendo, mentalmente– casi 86 años, Margaret Atwood publica sus memorias. 

Margaret Atwood, en una fotografía promocional. (Luis Mora | Salamandra)

La escritora Margaret Atwood (Otawa, 18 de noviembre de 1939) es una de las figuras culturales más influyentes de las últimas décadas. Eso no lo pone nadie en duda. Un dato reciente: la conversación que mantuvo con Dua Lipa sobre ‘El cuento de la criada’ en Service 95, el boletín audiovisual donde la cantante británica comparte su gusto por la lectura con sus fans, acumula de momento casi 14.000 visualizaciones... solo en su primer día.

‘El cuento de la criada’ ha sido el libro que la estrella británica Dua Lipa ha recomendado para noviembre, coincidiendo con el 40 aniversario de la publicación en Canadá –concretamente, fue en setiembre de 1985– de la novela más famosa de Atwood. Una novela que ha sido convertida en serie televisiva y referente estético incluso en manifestaciones feministas por todo el mundo. Por cierto, se puede leer también en euskara (‘Neskamearen ipuina’, traducida por Zigor Garro. Txalaparta, 2020).

«Aguda, divertida y cautivadora»

A sus casi 86 años –lo cumple este mismo mes–, Atwood se maneja bien en las redes sociales: en X tiene casi dos millones seguidores y en Instagram, donde posa disfrazada en Halloween, 339.000. Es una mujer activa en todos los sentidos. Ahora llega con ‘Book of Lives’, las memorias traducidas al castellano como ‘Libro de mis vidas’ y que la editorial Salamandra publica a partir del miércoles 6 en castellano.

«Es una autobiografía aguda, divertida y cautivadora de una de las figuras literarias más importantes de nuestra época. Lo que ha escrito es menos unas memorias que una autobiografía; no es un fragmento de su vida, sino la totalidad de sus 85 años. Mientras que la mayoría de estas miradas atrás son triunfalistas y complacientes, la suya es aguda, divertida y cautivadora; un libro que se disfruta incluso si no se está completamente familiarizado (y pocos lo están) con su asombrosa producción, que en el índice ocupa dos páginas», ha escrito el periodista y escritor británico Blake Morrison en la amplia reseña publicada en el diario ‘The Guardian’. 

La escritora fue criada por unos padres estupendos: Carl, un entomólogo forestal, y Margaret, una madre de espíritu libre, ambos de Nueva Escocia. El trabajo de Carl con los insectos hacía que la familia pasara medio año en el bosque, a veces sin electricidad, agua corriente ni teléfono. La joven Peggy, así la llamaban en casa, adoraba la naturaleza; aprendió a pescar, a remar en canoa, a buscar conchas en la playa, a recoger bayas y a disfrutar de las aves, los insectos, las setas y las ranas. 

A los 6 años escribió sus primeros poemas sobre gatos –una forma de compensar la frustración de no poder tener uno en casa– y la escuela transcurrió sin problemas hasta que llegó a cuarto grado, donde experimentó la crueldad de otras niñas –«un colegio lleno de chicas y nada más que chicas era mi idea del mismísimo infierno», escribe– y fue víctima de acoso escolar, hasta que pasó a un instituto mixto, donde se convirtió en una «ratita de biblioteca de pecho plano». 

A los 16 años, la escritura se había convertido en un hábito. La culpa la tuvo el descubrimiento de Edgar Allan Poe en la biblioteca pública de Toronto. Al principio firmaba como M.E. Atwood, porque ser una mujer escritora era ir a contracorriente. Un tutor en la universidad intentó disuadirla de seguir este camino y le aconsejó buscar «un buen marido». Fiel a su mordacidad, ella respondió citando a John Stuart Mill: «Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho».

Desde entonces, la escritura ha acompañado  como un ejercicio de introspección y libertad. Eso sí, se considera una «autora desorganizada», porque para ella escribir es explorar. Está más cerca de los que improvisan que de los metódicos. 

Dos y muchas vidas

Tras graduarse en la universidad de Toronto, en 1961 pasó a Harvard, donde era una joven becada, discreta y sin glamour que estudiaba literatura victoriana. Allí investigó los juicios de brujas de Salem, que, junto con las normas patriarcales de la escuela de posgrado de Harvard y la propia arquitectura del centro, influyeron en ‘El cuento de la criada’ muchos años después. Porque para ella, toda escritura es inevitablemente autobiográfica. Eso no significa que ella lo haya vivido, es que «las ideas que terminan en la página han pasado antes por la mente de quien las escribe». Por eso distingue dos figuras que conviven en cada autor: «el que vive y el que escribe». 

Hay referencias autobiográficas, entonces, en novelas como ‘Ojos de gato’ –su infancia marcada por el acoso–, a sucesos familiares en las estupendas ‘Alias Grace’ y ‘El asesino ciego’ o a sus años como profesora en ‘Los testamentos’, el regreso al universo de ‘El cuento de la criada’  que publicó en 2019. 

También cuenta curiosidades, como su amor por la naturaleza y la observación de aves, su gusto por el dibujo y el judo –empezó a practicarlo en los 60 como autodefensa feminista–, su enganche con la cafeína, su pelea con la anemia o su afición por la astrología y la quiromancia, surgida en el proceso de preparación de su segunda novela, ‘Resurgir’. También se plasma su fuerte compromiso social. 

También cuenta su historia de amor, cuando en 1969 conoció a Graeme Gibson: «Novelista, pícaro, derrochador y un tipo peculiar y enérgico. Él vestía vaqueros azules; ella, un mini vestido blanco de encaje de ganchillo con botones de madera (Atwood es meticulosa al registrar sus cambios de vestuario y peinado), y al principio no se percató del interés que él sentía por ella. Surgieron complicaciones: ella se había casado con un poeta estadounidense, más para evitar que lo reclutaran para Vietnam que por amor, y Graeme tenía una hija con Shirley, con quien mantenía una relación abierta. Graeme cortejaba a Peggy con cartas llenas de anhelo. Si no lo hubiera conocido, ella habría sido igualmente una gran novelista, decía, pero se habría divertido mucho menos. Shirley hizo todo lo posible por arruinar la diversión, y Atwood es mordaz al criticar cómo sometía a Graeme a las tareas domésticas mientras ella salía con amigos y difamaba a Peggy, acusándola de ser una rompe hogares», relata Blake Morrison.

La pareja permaneció junta durante casi medio siglo, tuvieron una hija, cuidaron el jardín, navegaron en canoa... hasta que llegó la demencia y la muerte de su pareja. Las últimas páginas son las únicas sombrías del libro. Actualmente, Atwood lleva un marcapasos y, con el tiempo, su cuerpo «decidirá emprender su propia aventura». Mientras, la seguiremos leyendo.