«El silencio termina pudriendo a las generaciones siguientes»
Luciana de Mello, escritora, periodista y guionista afroindígena nacida en Buenos Aires, visitó recientemente Bilbo para presentar su primera novela, ‘Mandinga’, que llega a las librerías en una edición ampliada. Lo hace bajo el sello Yegua de Troya y la edición de la escritora Gabriela Wiener.
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Ciudades frontera –Rivera y Santana do Livramento, en los límites entre Uruguay y Brasil–, ritos afrobrasileños, la sombra de la dictadura y de un padre exmilitar ligado a la Inteligencia uruguaya, el abuso sexual infantil, el deseo, la pobreza, las relaciones familiares convulsas... se dan la mano en ‘Mandinga’, primera novela de Luciana de Mello, escritora, periodista cultural y guionista de cine afroindígena nacida en Buenos Aires, que llega a las librerías en una edición ampliada.
En entrevista con NAIZ antes de la presentación del libro en Bilbo, De Mello subraya que «así como un cuerpo se enferma por el silencio, también una sociedad se enferma. El silencio no queda aislado o sepultado, sino que se transforma en un fantasma que cobra otras formas».
‘Mandinga’ explora la frontera como forma de vida, la violencia sexual y el incesto, la memoria política y la herencia familiar, el trabajo precario, la sororidad y las relaciones maternofiliales, el silencio. ¿Cómo surge esta novela?
Lo hace desde mi experiencia personal en la frontera y de ser hija de padres migrantes. No migraron de un lugar específico, sino de esta frontera en la que confluyen Uruguay y Brasil. Tenía ganas de narrar este «espacio frontera» y los personajes que salen de ahí. Es como si fuera un tercer país con sus propias lógicas, su portuñol y la sensación de no pertenecer a ningún lado.
Por lo general, no tengo un plan cuando escribo; los temas van surgiendo con la escritura. El tema de las relaciones madre-hija me apasiona, creo que es uno de los más complejos; muchas veces el amor materno es un amor complicado que depende de cómo está esa madre, de dónde viene, de sus raíces…
Todo se fue combinando. Varios editores me dijeron que había tres novelas en una. Diría que ‘Mandinga’ condensa todas mis obsesiones y grandes preguntas.
¿Cómo construyó la figura del padre? Sabemos que como militar participó en operativos para matar a militantes tupamaros, pero él asegura que no torturó a nadie.
La historia de este padre está muy ligada a la mía propia. Me crié con mis padres reuniendo dinero para poder viajar a Uruguay y votar por el Frente Amplio en las elecciones entre canciones de protesta uruguayas. Pero también sabía que mi padre había sido parte de la Marina y que habían llegado a Argentina escapando de esa situación. Cuando de niña veía sus fotos vestido de militar me parecía un héroe.
De hecho, en una ocasión le dije que quería ser policía. Me dijo que ni se me ocurriera, que era lo peor que podía hacer. Crecí en una casa no solo con la frontera como origen, sino con discursos contradictorios: «Ustedes son de izquierdas, pero papá fue militar»
«El horror hecho silencio se transforma en algo que no posibilita el crecimiento. La historia se tiene que contar»
En la familia no se hablaba en profundidad de hasta dónde llegó su participación. Con el tiempo pude tener esa conversación con mi padre y sé que se fue de Uruguay y de la Marina porque no aguantaba más; peleó por la baja militar, no se la querían dar porque había visto muchas cosas y sabía que iba a haber más golpes en otros países. Cuando llegó a Buenos Aires empezaron a controlarlo, a perseguirlo, a ver qué hacía.
A la primera marcha que fui fue en Argentina en los años 90 por una reforma educativa. Lo hice con mi papá, quien me fue diciendo dónde estaban los infiltrados, quién estaba sacando fotos…
Esas cosas me llevaron a construir un personaje difuso, no quería atribuirle que había sido torturador. Es un personaje agresivo, que humilla y al mismo tiempo es humillado por su esposa.
Quería, además, poner el foco en quiénes componían el grueso de las Fuerzas Armadas. Era una clase trabajadora que buscaba el pan y el sustento. Muchas veces ser policía no era una elección. Y una cosa es ser militar y otra, torturador. Quería pensar sobre esos lugares tan oscuros de la historia latinoamericana y no quise otorgar a los personajes lugares estancos.
¿Cómo afectan los silencios intergeneracionales?
El silencio termina pudriendo a las generaciones siguientes. Es como un malestar que cada vez se va haciendo más denso y es captado por los hijos. En Uruguay no hubo juicios, prefieren no tocar el tema de la dictadura.
A diferencia de lo que ocurre en Argentina –donde el odio total de una clase que vio cómo se enjuició y encarceló a los genocidas ha vuelto por la revancha–, no se palpa una grieta social. Pero, con sus idas y venidas, Argentina se ha acercado a la dictadura y a los desaparecidos desde muchos ángulos. Hay mucha narración y relato del horror, y eso es necesario.
Si todo eso está guardado en un cajón a nivel de Estado, pedagógico o en lo que se refiere a los vínculos intrafamiliares, ¿cómo construyes una mirada crítica de cara al futuro? ¿qué les dejas a las generaciones futuras? Los silencios generan enfermedad.
«Muchas veces ser policía no era una elección. Y una cosa es ser militar y otra, torturador. Quería pensar sobre esos lugares oscuros de la historia latinoamericana»
Yo ahora vivo en Belfast, donde hay otras capas de silencio. A las clases y cursos de escritura que imparto viene mucha gente que vivió el conflicto armado. Muchos deciden dejar los talleres por lo que les supone «levantar esa piedra», así sea a través de la escritura.
Así como un cuerpo se enferma por el silencio, también una sociedad se enferma. El silencio no queda aislado o sepultado, sino que se transforma en un fantasma que cobra otras formas. El horror hecho silencio se transforma en algo que no trae posibilidad de crecimiento. La historia se tiene que contar.
La protagonista mantiene una relación de dependencia y de poder con Emilio, tío, amante y abusador al mismo tiempo. Reconoce tanto el rechazo como la atracción hacia él. ¿Cómo escribir sobre ello sin caer en el exhibicionismo?
Ese es el desafío de la escritura. A estos temas hay que entrar de forma tangencial; hay que insinuar mucho y utilizar la sutileza. Como mujer, tengo una posición sobre todos estos temas, pero en la literatura me interesa plantear preguntas.
En el caso de Emilio me interesaba reflejar que los abusadores y los pedófilos no suelen venir con violencia. Ejercen la seducción con personas que están en una situación vulnerable a nivel económico, social y familiar. Se transforman en personas que regalan y se ganan un espacio en el corazón de ese niño o niña.

Quería mostrar esa parte seductora del abusador pero desde el punto de vista de ella, que se agarra a lo único que tiene. Lo que ella conoce del amor es una cosa muy cruda y cruel. Pese a ello, la protagonista le da batalla a la vida y logra enfrentarse a sus fantasmas.
La figura de la madre representa la devoción, el control y la violencia. Usa a su hija para descargar sus sentimientos de ira hacia el marido.
Así es, el cuerpo de los hijos como territorio de disputa y ajuste de cuentas. No es un extremo irreal. Es una madre que ella misma ha heredado silencios, violencias, manipulaciones, narraciones del amor completamente dañinas, abusos de poder… ¿Cómo hace una mujer con esas mochilas para no repetir la violencia, las relaciones de poder que ha vivido sobre la única pertenencia que tiene? Su hija es lo único que tiene para mejorar y proyectar en ella esa vida que no pudo tener.
«Se siguen menospreciando las espiritualidades no hegemónicas que no entran dentro de lo que Occidente llama religión. ¿Qué da el estatus de religión o de culto?»
Me da mucha pena esta madre, es tremenda, pero no conoce otra manera de hacer las cosas. Lograr la gratuidad del amor materno es mi horizonte en la vida. El amor debería ser gratuito, todos deberíamos aspirar a ese horizonte utópico. Que no haya que que hacer nada para ganarse el amor ni tampoco para devolverlo.
Romper ese sentimiento de que «los hijos pertenecen a los padres».
Es una relación marcada completamente por el capitalismo salvaje: «Mi hijo es mi capital, mi proyección». Ese sentimiento se da en todos los sectores de la sociedad, pero aún con más fuerza en las capas más bajas y vulnerables.
Fue muy duro, por ejemplo, hacer activismo por el aborto libre en Argentina en los barrios y periferias. Nos sacaban de allí diciéndonos que solo una mujer de clase media puede decir que «es mi derecho porque es mi cuerpo». Ese discurso no es asumido por una mujer de un barrio periférico que vive entre tres chapas y tiene que hacer con su cuerpo todo para pasar el día, y sus hijos son su único capital.
La novela también explora la religiosidad afrobrasileña. ¿Cómo cree que acoge el lector la decisión de narrar el trance desde adentro?
Desde que somos pequeños nos han dicho que son religiones demoníacas, ligadas a la oscuridad, que matan gallinas… Las religiones afrobrasileñas son muy perseguidas. Pero, muchos las practican sin decirlo porque para una cierta clase sociocultural está mal visto. Sigue habiendo una única religión y modo de expresar la fe. Creo que genera interés en el lector.
«Lograr la gratuidad del amor materno es mi horizonte en la vida»
A la gente que no conoce estas religiones les produce curiosidad. He tenido también charlas con lectores que se han sentido identificados y se alegran de que por fin sus formas de espiritualidad se vean reflejadas en una novela de una editorial mainstream.
¿Cómo fue su aproximación a estas espiritualidades?
En Rivera, vas al centro y ves las santerías, las casas de santos donde venden estatuillas, velas, ataúdes de cartulina… La muerte no es un tabú. De pequeña fui con mi mamá, que se hizo un trabajo. Me fascinó. Pero después de un tiempo se fue a confesar con el cura, quien le dijo que todo eso era el demonio. Tiró todo y no quiso saber nada más. A raíz de aquello mis padres que no eran muy creyentes comenzaron a ir a la iglesia; el miedo les hizo muy católicos.
A nivel personal seguí leyendo, investigando y formándome sobre la espiritualidad afrobrasileña. Se siguen menospreciando las espiritualidades no hegemónicas que no entran dentro de lo que Occidente denomina religión. ¿Qué da el estatus de religión o de culto? ¿Por qué son mitologías o leyendas lo nuestro?
La construcción del concepto Estado-nación impuesto por el colonialismo arrasó con todo. Tenemos que volver a resignificar nuestras costumbres; sobre todo, las que fueron silenciadas y perseguidas.
La novela está escrita en castellano, portugués y portuñol. ¿Qué le llevó a este mestizaje?
Como es la lengua que se habla en esta frontera, me parecía que era orgánico y natural que los personajes hablaran en portuñol. Yo lo sé hablar, lo entiendo y lo uso cuando estoy en la frontera, con mis padres también hablaba muchas veces en portuñol.
Por momentos, me dio miedo usarlo en la novela porque pensé que sería complicado para el lector, pero me di cuenta de que ese miedo a que suene difícil o a que el otro no lo comprenda es parte de la discriminación de las lenguas fronterizas y lo mestizo.
Naces en la frontera, pero cuando vas a la escuela tienes que usar el castellano puro y duro. Incluir el portuñol me pareció una manera de legitimizar esa lengua con la que crecí y de tomar posición.
¿Qué poso le deja “Mandinga”?
Quiero mucho a esta novela. Me llevó mucho tiempo escribirla. Cuando tienes una historia que necesitas contar, aunque no sepas a dónde va a ir a parar, no bajas los brazos y confías en ese material que está pidiendo con urgencia salir. Me ha reconciliado con mi madre, me ha acercado a mis ancestras y me ha hecho ahondar en todos estos temas que me preocupan.