Machismo y «tradición» para justificar y perpetuar la MGF
La mutilación genital femenina sigue practicándose en todo el mundo pese a su prohibición en numerosos países. Amparada en tradiciones, falsas creencias sobre la pureza y el honor y un fuerte machismo, afecta ya a más de 230 millones de niñas y mujeres que, lejos de asumirla, tratan de combatirla.
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Gritar y resistirse frente al machismo y el miedo. Así describen las víctimas de mutilación genital femenina (MGF) su sufrimiento ante una tradición impuesta que trata de perpetuar y contraponer las costumbres de la comunidad a las injerencias externas. «Grité, grité, pero nadie pudo oírme. Di patadas para liberarme, pero me tenían agarrada por las piernas», declaraba la activista Bishara Sheikh Hamo a la BBC en 2024. Denunciando también el sufrimiento por el que se ha hecho pasar a más de 230 millones de mujeres en todo el mundo, la cineasta y bloguera Omnia Ibrahim describía el post de la mutilación como «convertirse en un cubo de hielo», y añadía: «No sientes; no amas, no tienes deseo».
Conocida por su gravedad y falta de garantías médicas, la MGF es un procedimiento en el que los tejidos de los órganos genitales de la mujer son deliberadamente cortados, lesionados o eliminados parcial o totalmente. Normalmente, las niñas son sometidas a la mutilación durante su infancia -en algunos casos incluso cuando son bebés, pero también durante la adolescencia-, de ahí que una de cada 20 niñas y mujeres haya sufrido alguna forma de mutilación genital femenina, según cifras de Naciones Unidas (ONU).
Uno de los principales problemas que enfrenta su erradicación es la clandestinidad con la que en muchas ocasiones se lleva adelante la ablación. El ejemplo de Kenia es claro. Aunque la prohibición de la práctica entró en vigor en 2011, el procedimiento ha seguido llevándose a cabo a través de clínicas privadas y los propios hogares de las víctimas, eso sí, fuera de los ojos ajenos. Profesionales locales e incluso parte de las propias comunidades defienden la MGF en aras de preservar la «tradición». Aunque desde su prohibición el número de mutilaciones haya descendido, según un informe de Unicef de 2021, las ablaciones medicalizadas están aumentando en países como Egipto, Sudán, Guinea y Kenia.
Extendida, en mayor o menor medida, por la totalidad del globo, la mayor parte de los casos se concentra sobre todo en África y Oriente Medio, con algunos casos en Asia y, en menor medida, en otras regiones. En países como Somalia, Guinea, Yibuti, Egipto, Eritrea, Malí, Sierra Leona o Sudán, el porcentaje de mujeres entre 15 y 49 años víctimas de MGF puede situarse en algunos casos entre el 80 y el 90% de la población.
Más allá de las regiones donde la «tradición» la impone, en la propia Unión Europea se estima que viven alrededor de 600.000 mujeres que han sufrido algún tipo de mutilación genital, muchas veces en sus países de origen o durante viajes. De la misma manera, se registran casos tanto en América del Norte como en América Latina, dentro de comunidades migrantes procedentes de regiones donde la MGF es tradicional.
Así, la problemática se extiende mucho más allá de las fronteras de una región concreta, del mismo modo que las razones que hay detrás de ella no pueden limitarse a un solo factor.
Machismo y miedo
Aunque sean muchos los factores que inciden en la continuidad del fenómeno -aceptación social, ideas erróneas sobre la higiene, una forma de conservar la virginidad, facilitar el matrimonio de la mujer o aumentar el supuesto placer sexual masculino- y muchos de ellos sean totalmente erróneos, hay dos justificaciones que destacan por encima de las demás.
Por una parte, se encuentra un machismo profundamente arraigado cultural y socialmente que condiciona gran parte de las prácticas que las comunidades llevan a cabo. Así, además de algunos de los factores mencionados anteriormente, razones como garantizar la virginidad, la fidelidad y el honor familiar son algunos de los motivos detrás de la práctica. También se usan falsos argumentos religiosos, estéticos y de salud, y se prioriza un supuesto mayor placer masculino, ignorando el dolor y los graves daños físicos y psicológicos que provoca.
No son solo las actitudes machistas, el «miedo a lo ajeno» también está siendo utilizado para perpetuar la práctica. Por ello, líderes religiosos y cabecillas de comunidades alegan que prácticas y costumbres importadas de Occidente están corrompiendo las culturas locales y que, por lo tanto, la MGF es una «forma de preservar la cultura» propia. Así lo narró Rosemary Osano a AFP cuando fue preguntada por la racionalidad detrás de esta problemática.
Jóvenes al frente
Lejos de los parlamentos y de las normativas -que, aunque hayan conseguido reducir los casos, no han logrado erradicarlos- se encuentran las activistas que tratan de combatir la MGF desde la concienciación y la denuncia. Movimientos liderados por mujeres jóvenes -muchas de ellas víctimas de la práctica- tratan de servir como refugio para las más de 230 millones de mujeres afectadas en todo el mundo. En el caso de Kenia, la organización «Mission with a Vision» ha rescatado a unas 3.000 víctimas de la MGF desde 1997. En el caso de Euskal Herria, la Asociación para la Cooperación Internacional para el Desarrollo Más Mujeres es uno de los entes principales que busca sensibilizar y prevenir sobre la MGF, especialmente a las mujeres provenientes de países donde es tradición.
Desde Kenia hasta Euskal Herria, la problemática de la MGF representa una violación sistemática y extendida de la salud y la integridad de las mujeres.