El arriesgado estreno de Takaichi rompe la tradicional prudencia japonesa
Al poco de asumir el cargo tras vencer en las primarias del PLD, Sanae Takaichi rompió la tradicional prudencia de los primeros ministros nipones vinculando la seguridad de Taiwán a la de Japón.
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La advertencia de la primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, en la Dieta (Parlamento) de que un eventual ataque chino contra Taiwán podría constituir una «situación que amenaza la supervivencia de Japón» y abrir la puerta a una respuesta militar conjunta con EEUU desató la mayor crisis bilateral con Pekín en décadas. Aquellas palabras provocaron una reacción furibunda de China y el inicio de una respuesta económica y diplomática de amplio alcance.
El cónsul chino en Osaka publicó en la red social X (antes Twitter) un mensaje que cruzó de forma explícita los límites del lenguaje diplomático y profería amenazas directas contra la primera ministra. Tokio respondió proponiendo declarar persona non grata al cónsul. Los episodios públicos de insultos y amenazas contribuyeron a transformar una fricción verbal en una crisis de Estado.
Pekín pasó de la retórica al castigo económico en horas: entre las medidas informales y formales figuran la suspensión de importaciones de productos pesqueros japoneses. Empresas estatales y grandes conglomerados chinos han restringido intercambios comerciales , en una estrategia de presión destinada a mostrar a Tokio el coste de desafiar a Pekín.
El episodio puso a prueba también la fiabilidad de la alianza con Washington ya que en una entrevista en la Fox, el presidente estadounidense, Donald Trump, evitó un apoyo categórico a Japón, y lanzó críticas sobre la relación con sus aliados que en Tokio se interpretaron como frialdad o distancia. Trump urgió posteriormente a Takaichi a no escalar la disputa para preservar la estabilidad comercial con China, lo que subraya hasta qué punto la crisis dejó a Japón políticamente aislado en momentos críticos y refuerza la capacidad coercitiva de Pekín.
La dimensión militar del conflicto acecha detrás de la disputa diplomática y económica: Pekín ha invertido en misiles balísticos de largo alcance y en misiles hipersónicos DF-21, DF-26, DF-17, capaces de complicar las opciones de defensa en la región, y ejercicios y lanzamientos chinos han llegado a impactar en la ZEE japonesa en 2022, lo que confirma que la amenaza es operativa, no solo teórica. Ese trasfondo convierte cualquier choque verbal entre Tokio y Pekín en un riesgo estratégico aún de mayor calado.
Si Japón mantiene la línea dura podría acarrear más represalias económicas; una rectificación pública exigida por Pekín aliviaría la tensión a corto plazo, pero sería políticamente cara y admitiría la derrota de la nueva línea estratégica nipona. El tercer camino pasa por la contención: combinar gestos diplomáticos para bajar la temperatura con resiliencia económica (diversificar mercados, apoyar al turismo y a los exportadores afectados) y acelerar la coordinación con sus aliados.. En todo caso, la lección es clara: la política doméstica y los gestos retóricos pueden convertirse en detonantes de crisis internacionales con efectos duraderos.
«Guerra fría» táctica
Este podría ser el inicio de una «guerra fría» táctica entre dos potencias regionales: no es una guerra balística pero sí un pulso permanente que mezcla coerción económica, presión diplomática y demostraciones militares en zonas limítrofes. La capacidad de Pekín para imponer costes sin cruzar el umbral de la guerra convencional le confiere una ventaja asimétrica; la reacción de Tokio dependerá de su capacidad para combinar firmeza en defensa con estrategia económica y alianzas internacionales más sólidas. Si no lo logra, la «guerra fría» podría prolongarse y hacer pagar a la economía japonesa un peaje sostenido.
La escalada entre Tokio y Pekín pone en evidencia la fragilidad de un equilibrio regional construido sobre la ambigüedad y la dependencia mutua, lo que compromete la seguridad del Indo-Pacífico.