Adel Alonso
Artista plástico y escritor

Isla de Santa Clara

La mejor reflexión, y práctica, que puede aportar la artista sobre la conservación de la naturaleza sería no hacer la obra.

El paisaje virgen o auténtico, es ese lugar donde la naturaleza se manifiesta sin ninguna limitación, y en el que el tiempo y las perspectivas humanas han desaparecido». La isla Santa Clara de Donostia es un enclave natural que en buena medida conjuga estas características.

El domingo pasado, 18 de agosto, GARA publicó un interesante artículo de Iñaki Zaratiegi, "Proteger la isla de Santa Clara". que pone el dedo en la llaga sobre los aspectos que envuelven estos proyectos promocionales, ya sean urbanísticos, culturales, turísticos…, y que son empaquetados con terminología al uso de ecológico, artístico, sostenible, etc., con el único objetivo de desarrollo economicista y rendimiento turístico. No solo no se tienen en cuenta otros aspectos sino que se utilizan todo tipo de eufemismos para confundir la opinión y los resultados.

¿Quién se beneficia del proyecto escultórico de Santa Clara? En primer lugar la propia artista, aunque quiere defender su proyecto con el argumento de «provocar una reflexión en torno a la conservación de la naturaleza». En segundo lugar, su curadora artística, el complejo turístico y el complejo de empresas que coordinan o materializan la obra. ¿Quién pierde? La naturaleza y la ciudad, a medio y largo plazo.

La mejor reflexión, y práctica, que puede aportar la artista sobre la conservación de la naturaleza sería no hacer la obra. ¿Quién puede garantizar el límite de las visitas guiadas, o que en pocos años no se instalen en la isla algún restaurante u hotel? ¿Y si es para un limitado número de visitantes, cómo puede ser eficaz su mensaje conservacionista?

Desde el arte y desde las instituciones, existe la propensión a utilizar la naturaleza como lienzo o soporte del trabajo artístico. Chillida lo intentó en Tindaya. Cada vez más se hace necesario un planteamiento de deconstrucción de ideas establecidas en torno a la relación humanizada de la naturaleza. Es preciso cambiar nuestro papel incisivo, de beneficio, explotador e interesado. El arte es un lenguaje de comunicación y de vida, y la naturaleza no ha de ser el lugar de intervención cultural. La actividad artística puede participar en este compromiso colectivo.

Por otra parte, y sirva como nota añadida, derivado de la globalización económica y cultural que el capitalismo contemporáneo impone (neoliberalismo), hemos adoptado una forma de vida basada en el consumo. Buscamos que la naturaleza y el territorio también nos sean rentables sobre diversas formas de explotación que abarcan tanto el expolio de los recursos naturales, las formas productivas básicas y las recientemente incorporadas del espectáculo y turísticas.

La propia ciudad como entidad, su centro histórico se está transformando progresivamente en periferia, en territorio artificial y lugar de nadie, donde franquicias, turistas y población flotante masiva, desnaturalizan la convivencia urbana y la identidad local. Si esto ocurre en el centro urbano, y empieza a ser un grave problema en ciudades como Barcelona, Ámsterdam, etc., la ambición del negocio turístico que actúa como lobby sobre las corporaciones municipales tiende a abarcar espacios naturales en conservación, dentro y fuera de la propia ciudad.

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