Gemma Miralda

Pastores transhumantes: centinelas de la tierra

Ante la alerta de los primeros calores, llega el momento de trashumar. El ganado migra de los pastos de invierno a los de verano. Se calcula que solo un 10% de los pastores opta por desplazarse a pie, la opción más arriesgada, pero también la más rentable y sostenible.

Un momento de la transhumacia.
Un momento de la transhumacia.

Uno, dos, tres, cincuenta! ¡Uno, dos, tres, cincuenta!». Alberto Suils cuenta las cabras y ovejas momentos antes de empezar la trashumancia a pie. Mil quinientas cuarenta y una. Al final de la ruta, hará el recuento para saber si han llegado todas. En Caserres del Castillo, aldea de Estopiñán del Castillo (Aragón), les resulta familiar ver pasar el ganado un par de veces al año. En primavera, dirección norte y en otoño, dirección sur. En este punto, Alberto suele parar unas semanas en una granja, a medio camino de Castejón de Sos, su pueblo natal. Antes de salir, busca los ejemplares más bellos para colocarles el cencerro. Es una tradición que sirve para anunciar la llegada del rebaño a los pueblos y que, además, «alegra el camino», en palabras de este pastor.

Para recorrer esta distancia de ciento cuarenta kilómetros, necesita cinco jornadas a pie. Atrás le quedan otras tres desde Zaidín, lugar donde pasa todos los inviernos.

Javier Suils es abogado y hermano de Alberto. Ha dejado en su despacho corbata y maletín para acompañarle durante los tres primeros días. «Somos dos personas para mil seiscientos animales. Los corderos y las paridas ya salieron previamente en camión», afirma mientras acaba el café todavía entre bostezos. Luego le sustituirá otro hermano, Ignacio. Su madre, excelente cocinera, se encargará de que no les falte un plato caliente todas las noches.

Pincho, Rufo, Simba y Nala corren algo inquietos, saben que les viene trabajo. Son los perros guía y guardas del rebaño. Bajo las órdenes de su dueño se encargarán de que ninguna oveja se meta en campos cultivados o que el grupo no se parta en dos. «Piiincho, ¡me cago en Diooos!», suele vociferar Alberto durante el primer día. Su afán por trabajar y marcar a sus súbditas le sobrepasa y su dueño le grita para frenarle.

Trashumar es un modo de vida milenario que ha dejado de legado miles de kilómetros de vías pecuarias por donde han pasado ganados desde tiempos inmemoriales. Estos caminos (llamados cabañera en Aragón) son auténticos corredores ecológicos. Un ejemplo de equilibrio entre hombre, economía y entorno.

Transcurrida la primera jornada y tras pasar la noche durmiendo encima de balas de paja a las afueras de Benabarre, el despertador suena a las 6:00 de la mañana. «Hay tiempo para un café y poco más, luego ya desayunaremos a mitad del camino» sostiene Alberto mientras recoge sus bártulos.

Un oficio en vías de extinción

Hoy la trashumancia a pie es algo más cómoda gracias al soporte del 4x4 y al remolque. Son los burros de antes. Los utensilios del pastor se meten dentro del coche y en el remolque van un par de ovejas que cojean. Todo está listo para empezar la segunda jornada. «¡Giiiicaaaaa, giiiicaaaaaa!», grita Alberto entre el repertorio de sonidos que tiene para indicar a sus lanudas lo que hay que hacer. Se oye un primer «Beeeeee» y de ahí, sigue un libre albedrío de voces y cencerros. Se levantan y se sacuden. Alberto abre la puerta de la granja y una espesa nube de polvo diluye la visión de centenares de ovejas que se abren paso para continuar la ruta.

Ese hombre de pocas palabras no quita el ojo a su ganado. Es también su veterinario y su comadrona. «Hay que estar al caso, una te cojea, otra enferma, no hay tiempo para distraerse». El palo es su máximo aliado. Le sirve para atrapar la pata trasera de una oveja que tiene que curar. A mitad de camino consigue retenerla, saca una jeringuilla y le inyecta antibiótico. «Esa oveja no sé qué tiene, pero hace mala cara. ¿No lo ves? Está triste. Hace dos días que no come», afirma preocupado mientras la suelta y corre alborotada a juntarse con las demás. Y prosigue el camino, «Prrrrriu, prrrrriu», con la ayuda inestimable de los perros.

Tras el paso de cabras y ovejas por la cabañera, quedan los excrementos que actúan como abono natural, lana pegada en los arbustos, hierba segada y ramas podadas. No hay duda de que la trashumancia a pie actúa como garante del entorno, ya que contribuye a mantener limpios los caminos, enriquece la calidad del suelo y fomenta la biodiversidad con el traslado de semillas. La Unión Europea otorga subvenciones a los pastores para mantener vivo el oficio, pero no existen ayudas específicas para trashumar a pie.

La dureza propia del trabajo y el poco prestigio que se le otorga ha provocado un déficit de pastores preparados para trashumar. Además, los caminos están cada día más fragmentados por todo tipo de construcciones. Por todo ello, una mayoría de pastores opta por la comodidad del camión, pese a la presión a que se somete a los animales, al abandono en el que quedan las vías pecuarias y al aumento de los costes. A pesar de que las comunidades científicas reconocen cada día más los beneficios ambientales de la trashumancia a pie, los pastores que apuestan por ella siguen sintiéndose olvidados.

Los pequeños rumiantes han parado a descansar en un prado, a los pies del Turbón. Alberto aprovecha para comer y echar una siesta. Empieza a gotear y abre su gran paraguas de pastor, donde se refugia como un caracol. Nada le quita el sueño, mientras sus ovejas estén bien. Al anochecer planta el iglú a escasos metros de su rebaño. Es pastor y amante de su oficio. Bien sabe que ellas prefieren salir a cuatro patas y no a cuatro ruedas. «Mientras pueda, el camión no entra dentro de mis planes», concluye antes de apagar la linterna.

La trashumancia a pie fue declarada en Aragón como Bien de Interés Cultural Inmaterial y aspira a ser candidata de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.