Nora Franco Madariaga

Pecadillos de juventud

El Kursaal albergó una gran interpretación de la Sinfonía n.3 de Mahler.
El Kursaal albergó una gran interpretación de la Sinfonía n.3 de Mahler. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

Intérpretes: Euskal Herriko Gazte Orkestra (EGO), Joven Orquesta de Canarias (JOCAN); Coro de mujeres del Orfeón Donostiarra. Directores: J.A. Saiz Alfaro, director; Donostiako Orfeoi Gaztea; Klara Mendizabal y Leticia Vergara, directoras; Carmen Artaza, mezzosoprano; Víctor Pablo Pérez, director. Obra: Sinfonía n.3 en re menor de G. Mahler. Lugar y fecha: Donostia, Auditorio Kursaal. 05/08/2022.

Durante los minutos previos al concierto, las inmediaciones del Kursaal estaban repletas de jóvenes con esos atuendos negros que les identifican como artistas y esa mezcla entre orgullo y responsabilidad que conlleva sentirse protagonistas. El paso arrogante, la cabeza alta y las risas a un volumen algo más elevado de lo necesario, sabiéndose observados e intentado controlar ese pellizquito de nervios en el estómago. Porque, al final, son poco más que niños a punto de enfrentarse a un juego de mayores, jovencísimos y aún inexpertos músicos a punto de interpretar una de las sinfonías más monumentales jamás compuestas: la Tercera Sinfonía de Mahler.

La obra, perteneciente a un estilo romántico tardío, está compuesta para más de un centenar de músicos, un coro femenino, una escolanía y una mezzosoprano, lo que ya da una idea de su grandiosidad, pero además tiene una duración aproximada de cien minutos y está estructurada en seis movimientos –cuando lo habitual es cuatro–, el primero de los cuales dura más que muchas sinfonías completas. Además, la filosofía de su concepción está ligada a un ideal de trascendencia y sublimación.

Para acometer semejante empresa, han unido esfuerzos y medios la EGO y la JOCAN, dos orquestas juveniles de características similares que han trabajado y ensayado juntas durante días para difuminar las diferencias sonoras y estilísticas que pudieran tener, formando una sola orquesta con carácter y sonido propio.

Afortunadamente, el entendimiento ha sido bueno, el trabajo con los quince profesores designados ha sido fructífero y la formación resultante sonó anoche como un único instrumento coral.

Lo extenso y complejo de la sinfonía podría dar para detallados análisis, pero baste decir que la orquesta sonó convencida y convincente bajo el gesto deliberadamente comedido –pero enérgico y potente– de Víctor Pablo Pérez, en un intento de contener y controlar el entusiasmo juvenil de los intérpretes. Lo consiguió mejor en las secciones de vientos que en la cuerda que, pese a obtener sutiles y etéreos pianos en los pasajes más delicados de la sinfonía, enseguida se cargaba innecesariamente de sonido en los momentos de texturas más densas o de mayor intensidad, arrastrando consigo en ese vórtice sonoro al resto de la orquesta. Más encorsetados en los pasajes más rítmicos, donde verdaderamente se vio disfrutar al doble conjunto fue en los arrebatados instantes dramáticos –como buenos adolescentes que son–, dando por buenos en ese disfrute todos los pecadillos de juventud que pudieran escaparse en la interpretación.

Verdaderamente meritoria fue la participación de todos los solistas, con pasajes muy comprometidos que resolvieron con gran soltura, pero quepa destacar la bravura del trompetista, la musicalidad del corno inglés y la asombrosa madurez musical del trombonista. Sensacional también la profesionalidad del concertino, su ejecución firme y sus expresivas intervenciones.

En el aspecto vocal, las damas del Orfeón Donostiarra sonaron seguras, pulcras y detallistas en su breve intervención, demostrando que se sienten cómodas en este repertorio. Orfeoi Gaztea cantó también con soltura, esmerada dicción y acertado color infantil.

La mezzosoprano Carmen Artaza desgranó su intervención en el cuarto movimiento con aplomo y rotundidad. Es habitual que este solo lo canten contraltos de color más oscuro pero, salvo el instante de sorpresa inicial, el canto cómodo y bien declamado de la solista despejó cualquier tipo de prejuicio al respecto. También se decidió Artaza por una interpretación con más distancia emocional y algo más estática, pero resultó agradablemente convincente pese a echarse de menos algo más de apasionamiento en ciertos pasajes.

Decía Molière que cuanto mayor es el obstáculo, más gloria hay en superarlo, y anoche fueron grandes ambos: el obstáculo y la gloria.