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De centro comercial abandonado a efímero espacio artístico

En Singapur, donde los graffitis están prohibidos, los artistas “han tomado” un antiguo centro comercial cuyas paredes han decorado con colores y donde organizan diversas actividades culturales que le han devuelto la vida a un espacio abandonado.

Los colores han contribuido al cambio de la atmósfera en el centro.
Los colores han contribuido al cambio de la atmósfera en el centro. (ROSLAN RAHMAN | AFP)

Después de aproximadamente medio siglo de existencia, el Centro para la Paz de Singapur está programado para ser demolido dentro de unos meses. Mientras tanto, es uno de los pocos espacios de expresión en este centro financiero donde es necesaria la autorización de las autoridades para cualquier espectáculo callejero.

En agosto pasado, el empresario Gary Hong convenció a los promotores para posponer la demolición del antiguo centro comercial y consiguió el derecho a utilizar este espacio para realizar «un experimento social», explica Gary Hong.

PlayPan

El lugar quedó a disposición de su colectivo, llamado PlayPan, para albergar espectáculos y talleres durante varios meses. Para ello, permitió a artistas, estudiantes, ONGs y pequeñas empresas que instalaran de forma gratuita o con tarifas reducidas.

Esta mezcla ecléctica de tiendas temporales, recorridos artísticos y actuaciones musicales ha transformado este centro comercial en un improvisado espacio artístico. A finales de enero, sin embargo, tendrá que cerrar sus puertas, lo que marcará el final de este proyecto artístico.

El Peace Center ha sido durante mucho tiempo un centro comercial popular, pero ha perdido su brillo con la construcción de centros comerciales cada vez más ostentosos. Durante unos veinte años fue especialmente conocido por sus sórdidos karaokes. Desde su transformación en un espacio de arte, los jóvenes singapurenses han podido asistir a diversas actividades relacionadas con el arte. 

«Canción del cisne»

«No es algo que se haga habitualmente los fines de semana, y mucho menos en un espacio cerrado, en un centro comercial», señala Darryl Poh, un joven de 29 años que participó en un taller de pintura en Gun.

Las paredes y espejos de los baños del centro comercial están cubiertos de graffitis y en una de las tiendas pop-up resuena una canción del grupo estadounidense Rage Against the Machine.

Se ofrecen cócteles artesanales en la planta baja y cerca se venden CDS y chucherías de death metal.

Entre los curiosos, un joven vestido con una chaqueta de cuero con tachuelas se codea con adolescentes ataviados con trajes de moda, escenas raras en Singapur, una ciudad impecablemente limpia que, para algunos, roza el aburrimiento.

«Creo que sólo hay que saber dónde buscar. El gobierno puede organizar las cosas, pero la gente seguirá haciendo lo que quiera», dijo Ning Fei, que vende poemas escritos a máquina.

Las paredes exteriores del edificio están cubiertas con carteles que anuncian actividades que van desde el ukelele hasta la pintura de guijarros, mientras que la entrada principal está decorada con un mural futurista.

Gabriel, un fotógrafo de 43 años que desea permanecer en el anonimato, retrata a los transeúntes en un stand con fines benéficos. «La energía aquí es realmente emocionante. Hay muchas cosas que no se ven habitualmente en los centros comerciales de Singapur», comenta. Para él, la atmósfera es «muy poco singapurense, muy orgánica». «Extrañaré –se lamenta– muchísimo a esta comunidad. Estoy feliz de haberme conectado y haber sido parte de este canto del cisne».