Iñaki Zaratiegi

Ándele y que viva el euskal mex

La emigración campesina al México de mediados del pasado siglo debió encender el amor vasco por corridos y rancheras. Unos estilos musicales y un tipo de mensajes que los hermanarían con nuestra tradición. El resultado es la activa presencia de mariachis autóctonos, rock a la mexicana y triki-mex. Hasta se está elaborando un análisis antropológico sobre ese puente cultural transatlántico.

El mariachi Los Cazahuates. Fotografía:  Silvia Catalán
El mariachi Los Cazahuates. Fotografía: Silvia Catalán

Aunque parezca lejano, no hace mucho tiempo que en las casas y bares no existían los equipos de reproducción musical que desarrolló la industria. No había otro modo de disfrutar de la música popular que cantándola. En ese ambiente se fue dando en Euskal Herria una querencia por las músicas latinas del otro lado del Atlántico y, en especial, por la canción mexicana.

La exitosa llegada a los cines de filmes charros fue un buen vehículo promocional de los sonidos que se dice nacieron en Jalisco y los aparatos de radio aumentaron la popularidad de títulos como “Allá en el Rancho Grande”, “Tres piedras negras”, “Escaleras de la cárcel”, “El Rey” y tantos otros. Con grandes intérpretes como Jorge Negrete, Lucha Villa, Pedro Infante, José Alfredo Jiménez, Vicente Fernández, la heterodoxa Chavela Vargas y otros, con el tiempo se añadirían las variantes norteñas tex-mex o los narcocorridos.

Las rancheras, corridos y baladas a la mexicana acompañaban a las jotas y el folclore euskaldun desde la Ribera a Bermeo, pasando por Eibar, villa muy inclinada a los estilos tradicionales latinos. Por los años sesenta-setenta, en los balbuceos de la industria musical, grupos de folk y variedades como los populares Los Iruñako o la orquesta Los Guaranys, de Lizarra, incluyeron música ranchera en sus repertorios.

Una significativa muestra de la presencia de ese folclor fue que su eco se coló en el nacimiento del pop cuando los pioneros Los Juniors incluyeron la emblemática “México lindo y querido” en un EP de mediados de los años 60. Su cantante Alberto Ochoa, de Faltzes, dominaba los agudos del falsete mantenido en una vibrante “terminación fundida”, que dirían los especialistas.

También el gran tenor internacional Luis Mariano, irundarra, entonaba en el EP “Melodies sud-americaines” (1970) títulos como “México”, “Cielito lindo” o “Jalisco”. La edición de mini vinilos y LPs con sonidos populares se fue extendiendo y con el tiempo los joteros Hermanos Anoz, de Milagro, o los navarro-logroñeses Dúo Gala promocionaron la tradición mexicana desde las emisoras de radio y los tocadiscos de entonces.

El fallecido cantante Marco Sanz de Acedo (en el centro de la foto) con la troupe de Kojón Prieto y Los Huajolotes. Fotografía: Joxe Lacalle

Salud, compadres. Basta que nazcas como Marco Antonio Sanz de Acedo Montoya (Iruñea, 8-5-1965 / Iruñea, 30-11-2003) para que se te conozca como Eskroto, Kojón Prieto Azabache o Gavilán. Marco fue un espíritu libre, vivamente creativo y dicharacheramente social, que ejerció como gamberro cantante de los punks Tijuana In Blue y los mexicanoides Los Huajolotes. Hace unos meses se editó su biografía, escrita por Jesús Pérez Artuch, “Eskroto Gavilán. De profesión: artista” (Txalaparta).

«Sin demasiado talento, pero con alma y corazón» se autodefinió aquel divertido cantante que consiguió con Tijuana una popularidad que le acabó pesando y forzando a dejarlo, «harto de tanto concierto y desconcierto». Pero, enamorado de los sonidos mexicanos, un buceo por las tierras de Zapata («en México vi la luz», declararía de vuelta) le reactivó el gusanillo escénico para montar Kojón Prieto y los Huajolotes, “los reyes del napar-mex”, “los Sex Pistols de la ranchera”, nueva gamberrada musical, en este caso en clave de rancherismo punkarra.

Así se le definía en “el organigrama de la cúpula de Los Huajolotes”: «Este que ahora anda de gallito por los escenarios y que se hace llamar El Gavilán no es otro que aquel famoso Eskroto que no hace mucho iba de punki. Bueno, más que de punki, de pinche jipi con pelos de punta, que hasta vegetariano fue… ¡Los hay julais!». Y a Marco le ganaba el entusiasmo cuando proclamaba que «sin desdoro del rock hay que decir que la música mexicana es algo tan de nuestro sentir, como pueda serlo la trikitixa, la jota o los gaiteros de Estella».

Su colega de grupo Antonio de la Cuesta (luego el Tonino Carotone de “Me cago en el amor”) fue encarcelado durante la revuelta contra la mili obligatoria. Y en el estío de 1993 el himno huajolote “Insumisión” sonó incansable en fiestas, txoznas y gaupasas. El Eskroto que se había cansado con Tijuana de las obligaciones de la lógica rockera, e ideado Huajalotes como grupo de cantina y de pasar la gorra, se metamorfoseó en el superventas Gavilán con los discos “¡Agárrense que aquí llegan los reyes del Napar-Mex!”, “¡Síganle compadres!” y “¡¡¡Salud cabrones!!!”. Se disolvieron en 1995.

Gavilán llegó a insinuar que montaría un grupo de raï y pasó por diversos curros. En 2003 se volvió a juntar con Tijuana en una fiesta aniversario de su adorada Eguzki Irratia y una gira de adiós, para «cerrar el círculo» y «darse el último gustazo». Se suicidó tras el concierto de despedida, para dolor de las muchas gentes a las que había dado diversión durante su agitada existencia. Después ha aparecido hasta algún grupo tributo como los aragoneses Los Kojones de Kantoinkao.

Grupo Puro Relajo en la Plaza del Castillo durante los sanfermines de 2018. Fotografía: José Luis Cordón

Los amigos así. Pudo parecer que el amor por la tradición mex perdería fuerza a causa del vendaval pop-rock pero, a la vez que ha persistido lo ranchero más genuino, ahí estuvo el bombazo huajolote y sus influencias posteriores para demostrar lo contrario.

En 2017 esos sonidos llegaron al auditorio del castillo de Xabier con el espectáculo “Jorge Negrete, un musical lindo y querido» con el Mariachi Zacatecas y otros músicos, cantantes, actores y bailarinas. Todo un canto de amor al “Charro inmortal”.

En 2020, el doble CD “Unidos por la música ranchera” desafió la encerrona de la pandemia dando buena cuenta de la actualidad y riqueza de esa escena. Fue promovido por el mariachi Los Tenampas (no perderse su clip “Un charro en San Fermín”), que compartieron el disco con otros trece mariachis y solistas que grabaron el vídeo colectivo “Los amigos así”.

Tras el parón de la pandemia, Tenampas congregó a más de un millar de asistentes en el Navarra Arena. Estuvieron de invitados Puro Relajo, con raíz en la Navarra Media Oriental y que acumulan unas 600 actuaciones y varias grabaciones. Llenaron en su día el Gayarre iruindarra y se atrevieron recientemente con el donostiarra Kursaal en un triunfal recital con su habitual repertorio mex, tonadas populares y clásicos euskaldunes como “Txoria txori”, “Xalbadorren heriotzean”, “Maite maitia” o “Eperra”.

En una onda más punk-rockera, como herencia de la estela huajolote, pululan grupos como Los Zopilotes Txirriaos (nacidos de Impekables y que tienen hasta un corrido en homenaje al gran Lucio Urtubia), Sugar Skulls o La Mala Pékora.

El «charro» Chuchín Ibáñez en el bar iruindarra Onki Xin. Fotografía: Javier Unzue

Euskal rantxerak. Aunque con menos eco que en Nafarroa, lo mexicano ha estado también presente en la Euskal Herria profunda. Fueron los alaveses Joselu Anaiak quienes destacaron difundiendo lo charro en euskara desde su debut discográfico “Araiatik Jaliskora” (1989). Los cinco hermanos Ruiz de Gordoa interpretan temas rancheros propios como “Ene Pottolo” o versiones euskerizadas de tradicionales tipo “¡Ay Anselma!”, “Zubi hautsia”, “Jarabe Tapatío”... Son unos clásicos de la verbena euskaldun.

Xabier Saldias, alma mater de los también muy populares Egan, contó en su día que a ellos, que actuaban sobre todo en una Gipuzkoa que se suponía musicalmente más “moderna” que la vecina Araba, les gustaba el género, pero le tenían cierta prevención. El éxito de los araiatarras les empujó a hacer bailar a su público con aires charros como versiones del destacado artista tex-mex Flaco Jiménez, “Dantza eta kitto” o el mismísimo “Méjico”. Otras formaciones de onda plaza taldeak, tipo Drindots, o parejas triki como Imuntzo eta Beloki, añadieron también sonidos mex a sus repertorios festivos.

Al mundo soinu txiki le costó integrar un pariente sonoro tan cercano que fue abriéndose por fin en la escena euskaldun a la par que se popularizaba la variante triki-pop. El influyente acordeonista Flaco Jiménez (que ha colaborado con Dylan, los Rolling y otras luminarias del rock) debutó por fin en 1994 en el Victoria Eugenia donostiarra, escenario poco habitual para su sonido fiestero, con Tapia eta Leturia e Imuntzo eta Beloki de invitados.

«No me importa que sea un teatro elegante o un rinconcito no más donde se junta la raza. Mientras haya refrescos con eso tengo», nos dijo el maestro. Más rancheramente natural fue su fiesta en la hoy desaparecida sala Gure Txokoa de Belauntza (Tolosaldea). Mientras el moderneo seguía la sesión ladeando sosamente la cabeza se vieron algunos lugareños bailando bien arrimaditos al agarrao.

Flaco compartió concierto en el Anaitasuna iruindarra con unos Huajolotes que vestían la camiseta “Todas somos Pepe Rei”. El chicano pasó también por el bilbaino Arriaga, Leioa o la histórica sala Oialume de Astigarraga. De aquellas temporadas hay recuerdos grabados en la colección de la casa Elkar “Goza-goza suabessito. Korridoak eta saltsa beroak”.

El mariachi Zacatecas en la plaza consistorial de Iruñea. Fotografía: Amor del Bueno

Paralelismos. Se dice que Pancho Villa tenía ancestros vascos por su apellido real (José Doroteo Arango), con supuesta raíz en la Basaburua navarra, aunque fuentes heráldicas lo sitúan en Asturias. Lo que sí es historia real es que en su día hubo un trasunto migratorio entre Vasconia y las tierras aztecas. David García Erviti, de Puro Relajo, apunta que «en los años 40-50 hubo mucho flujo de gente navarra, sobre todo de los pueblos, que tuvo que buscarse la vida allí y hubo un intercambio cultural». Esa sería una primera ligazón a la que se añadiría en época más reciente el comentado trasiego de música radiada, bandas sonoras cinematográficas y soportes musicales.

El veterano Chuchín Ibañez, de Miranda de Arga, estuvo casi ocho años en el Dúo Gala, que conquistó en 1981 el primer disco de oro en Nafarroa con su debut “Vuela vuela palomita”. El “Charro navarro” realizó, también durante la pandemia, la doble grabación “¡¡¡Muchas gracias!!!”, mezcla de palos estilísticos con 150 músicos invitados y que redondea su legado de hasta veinte discos grabados en todo tipo de estilos.

Chuchín reflexiona sobre la ligazón de las músicas rancheras y la emigración subrayando que, además de en su tierra, el mayor amor por lo mex a este lado del charco se da en Canarias y, sobre todo, en Galicia, donde Dúo Gala tuvieron su gran campo de acción.

A esas relaciones humanas habría que añadir los orígenes rurales de unas canciones que se mueven entre ranchos, cantinas de pueblo, caballos y otros ambientes campesinos tan propios de nuestras raíces. La propia forma de entonar los cantos, generalmente recia, a vena de cuello hinchada, en postura desafiante, parecen hermanar a lo ranchero con la jota más tópica.

Por no hablar del tono macho y chulo de muchos momentos; aunque los mexicanos pueden cambiar radicalmente de registro convirtiéndose en llorones heridos de desamor. Si los bravucones tequileros buscan muy a menudo la bronca, el Orfeón Pamplonés proclamó durante años lo de “Si se hunde el mundo que se hunda, Navarra siempre p’alante… De Navarra salió, de Navarra saldrá el coraje y la gente que amenaza y que da”. Ándele el requeterritmo…

El grupo La Mala Pékora en acción. Fotografía: Preko Rock

Semejanzas. El productor y viejo rockero Marino Goñi dice en el prólogo a la biografía de Eskroto que «la música mexicana ha sido y es en Navarra nuestro segundo folclore». David (Puro Relajo) anota que «los corridos, de estructura cuatro por cuatro, se asemejan mucho a las estampas navarras e incluso los fandangos vascos, hay semejanzas en el ritmo, es una música que entra fácil y que penetró en nuestros pueblos a través de padres y abuelos».

Y explica la diferencia de influencia según la geografía. «En Navarra la afición ranchera ha sido casi enfermiza y ahora mismo te encuentras con gente súper joven que conoce mil canciones. Sorprende que en Gipuzkoa y en el interior, con mucha más población, no se vive así y no hay casi mariachis. Quizás es que, por ejemplo, en Bilbao se hizo más otxote, bilbainadas… y en Gipuzkoa hay una canción tradicional preciosa, salieron los mejores cantautores y no prendió tanto este género. Pero ahora estamos tocando mucho por ahí, lo del Kursaal fue una pasada y el público guipuzcoano es muy bueno, respetuoso y entregado».

Hay que recodar a algún entusiasta ranchero lejos de tierras navarras como el veterano Tolín (Teodoro Terradillos Egia). Su aitite formó parte de grupos populares como Los Txikis, Los Txinberos o Los 5 Bilbainos y el elegante “mariachi de Santurtzi” (y transformista) acumula más de un cuarto de siglo en acción.

Chuchín Ibáñez rubrica la semejanza de temáticas de lo mex y lo jotero porque serían unas canciones muy enraizadas en la tierra, que ensalzan los valores locales, lamentan los desamores y exhiben una masculinizada bravura. Trabajó durante años con Jalisco Band practicando «un híbrido entre lo ranchero y Joselu Anaiak que tenía antecedentes como Equus, Jator, Tximeleta…, grupos de euskal musika, pero con la ranchera como bandera».

Y divide el rancherismo navarro en dos franjas geográficas. «Al norte tira el esquema verbenero y abajo se da más el estilo café-concierto, para escuchar sentados a media tarde, antes de las vacas. Yo amoldo el repertorio mejicanizando temas euskaldunes o añadiendo boleros. Este fin de semana he tenido una boda y la fiesta de la Korrika en Obanos, con un ambiente de aúpa. También actuamos por causas sociales y entre los grupos hay buen rollo y nos pasamos bolos unos a otros según tengamos el calendario».

El mariachi Tenampas, ideólogos de un estudio antropológico sobre lo ranchero. Fotografía: Mikel Muruzabal

Reflexión antropológica. Sobre esos puentes inter atlánticos se puso un día a reflexionar Mikel Artuch, de la saga familiar del mariachi Los Tenampas, quien ha acabado diseñando el proyecto “El porqué de la querencia por la ranchera”, una investigación sobre la persistencia de un género tradicional ajeno que sobrevive y atrae a nuevas generaciones.

El cantante y expelotari planea desarrollar esa idea en formato de documental y libro, en alianza con la empresa Labrit Multimedia, especialistas en patrimonio antropológico, para lo que han contactado con casi una veintena de invitados que opinen sobre el tema. Mikel cree que «navarros y mexicanos somos hospitalarios y dicharacheros» y prefiere no adelantar supuestos históricos y antropológicos hasta no avanzar en el estudio «porque estamos con las entrevistas, hay muchas teorías sobre el origen y evolución de lo ranchero entre nosotros y nos queda mucho trabajo».

Subraya la alta afición a cantar ranchera y reconoce que la existencia de los grupos de ranchera-rock y otros matices animan el sector, pero que, «mariachis como tal, como en México, con todos los instrumentos que se tiene que tener (trompetas, violines, guitarrones y todo el monario) no hay muchos. Es muy difícil trabajar con un grupo tan amplio, claro. Nosotros buscamos esa esencia».

David, de Puro Relajo, destaca que el repertorio de clásicos está lógicamente muy trillado y prefiere destacar material más nuevo como “Ésta es pa mi viejo” (de Espinosa Paz), título del segundo disco de su grupo. «Porque en la ranchera se habla mucho de las madres, pero no tanto de los padres y en esa canción se recuerda a ese padre que tuvo que dejar el pueblo de muy pequeño para irse a la ciudad. Puede recordar aquella migración que al tener que cruzar el mar nos trajo de vuelta esta maravilla de música popular».