Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

Urbanismo productivo

La parte positiva de los problemas o las crisis es la necesidad de ser resilientes y audaces. Hoy nos encontramos en un escenario de amenaza constante, donde la pandemia, el cambio climático, la crisis energética o incluso los crecientes niveles de obesidad, dibujan un futuro incierto. Estos retos obligan a tomar decisiones aplazadas, y cambiar los modelos que rigen en lo urbano, donde la ciudad se ha convertido en el centro de la actividad económica y social, pero también en una gran máquina de consumir energía, recursos o alimentos. Recursos del sector primario que ella misma no puede generar y que requieren de un amplio territorio productivo al servicio de lo urbano.

Retos similares a este ya fueron afrontados por nuestros pueblos o ciudades en anteriores crisis. Durante la 2ª Guerra Mundial, los gobiernos de múltiples países activaron proyectos como el de los “Jardines de la Victoria”. Gracias a estos planes, los jardines domésticos, los parques públicos, los campos de juego de las escuelas e incluso los jardines de la universidad de Oxford se convirtieron en parcelas agrícolas. Los antiguos jardines ornamentales se transformaron en huertos productivos, en campos de vegetales, frutas y hierbas comestibles tanto en Gran Bretaña, como en los Estados Unidos, Canadá, Australia e incluso Alemania.

Los racionamientos impuestos por la escasez generada por la guerra hicieron que, por ejemplo, en Gran Bretaña casi 20 millones de hogares siguiesen los planes gubernamentales. Planes que contaban también con una parte educativa y de asesoramiento para adecuar los cultivos al clima y a las estaciones. Estos jardines producían casi un 40 por ciento de todo el consumo de vegetales de la isla. En un escenario ideal, los complejos residenciales urbanos podían llegar a autoabastecerse, dejando el destino de la producción industrial al servicio del conflicto bélico. Además, la inmediatez del autoconsumo elimina el problema añadido del transporte y la logística alimentaria, tremendamente contaminante.

Hace escasos días, la propuesta urbana para la Agrociudad Gagarine Truillot, desarrollada por el estudio catalán ARCHIKUBIK, ha sido reconocida con varios galardones en premios internacionales, y revisita algunas de aquellas estrategias de pasados tiempos inciertos.

Un mérito innegable para una propuesta sin finalizar, ya que el proceso de desarrollo de la agrociudad durará unos 15 años aproximadamente. Por este motivo se tomó la decisión de poner en marcha estrategias de urbanismo con un cierto carácter cultural, social y colectivo. Además, el proyecto defiende un urbanismo al servicio de la producción pero de economía circular y vinculado a la participación ciudadana.

Situado en Ivry-sur-Seine, municipio colindante con París, el proyecto ocupa12Ha, con alta densidad de viviendas, oficinas, comercios y equipamientos, además de 4Ha de espacio público. Para comenzar, el proyecto lanzó una nueva metodología de diseño urbano donde la inteligencia colectiva se lleva el proyecto al incorporar a la ciudadanía en el proceso de co-creación, gracias a conversaciones en forma de talleres y entrevistas.

Por otro lado es fundamental el modelo de economía circular y solidaria propuesto. La deconstrucción selectiva de la simbólica ciudad de Gagarine ha permitido recuperar 30.000 toneladas de material que se trató y ofreció de nuevo en plataformas de materiales de construcción. También se recuperaron 1.525 radiadores, 2.242 puertas, 52 chimeneas de hormigón, 400 buzones y cientos de metros lineales de barandillas que se pusieron a la venta en una plataforma digital de economía circular. Una buena parte de los residuos de derribo construyen las fachadas de las plantas bajas mediante gaviones; jaulas metálicas rellenas con hormigón, ladrillo o cascotes que provienen del derribo, lo que facilita la biodiversidad al convertirse estos gaviones en hoteles de insectos. Futuros polinizadores de los cultivos que se asentarán en el barrio.

Árboles y agricultura contra el calor. Pero tal vez el elemento más llamativo del nuevo desarrollo urbano es el diseño de un verdadero paisaje productivo. Se han destinado 25.000m2, tanto en los centros de manzana como en las cubiertas de todos los edificios a construir, a la agricultura urbana profesionalizada. El espacio público ofrece tierra para favorecer el crecimiento de los árboles frutales a colocar y de las zonas agrícolas. Más allá de la producción de alimentos, esta estrategia favorece la lucha contra el efecto la isla de calor. De esta manera se recupera la memoria del lugar, ya que antiguamente una parte importante de los terrenos sobre los que se configura el nuevo barrio estaba destinado al cultivo de flores para todos los hospitales de París, así como a huertos cultivados por el horticultor Ms. Truillot.

Los frutos de esta producción agrícola se venderán al colegio previsto de nueva creación, y a un precio concertado a los habitantes del barrio a través de la red de micro-comercios proyectados en las plantas bajas. Las zonas reservadas al cultivo urbano serán de propiedad de un ente público que las alquilará a los agricultores para asegurar su trabajo y perennidad, al abrigo de cualquier especulación. Por otro lado para mejorar la biodiversidad y habitabilidad del barrio todo el diseño del plan se ha realizado con tráfico pacificado (máximo 30km/h) en las dos calles que permiten el vehículo a motor, ya que el resto serán calles cien por cien peatonales sin tránsito rodado.

En definitiva resulta premiado un nuevo urbanismo, más lógico, más humano, más sostenible, y que quiere equilibrar la balanza para que la ciudad deje de ser un lastre y se convierta en productiva.