XANDRA ROMERO
SALUD

Selectividad alimentaria en los niños

Ser selectivo a la hora de alimentarse puede ser una conducta habitual en muchos niños e incluso ser parte de un proceso normal, pero en algunos casos es posible que ocurra debido a otros factores que hay que analizar y tener en cuenta para evitar que el menor tenga déficit alimenticio.

(Getty)

Que un niño pequeño, alrededor del año y hasta los 3 años, sea selectivo para comer puede ser normal, puesto que está relacionado con una fase normal del desarrollo. Sin embargo, a pesar de que es muy común que los niños sean un poco selectivos con lo que comen, otros pueden tener problemas más graves en relación a la evitación de los alimentos. Entonces, ¿cuándo deberíamos preocuparnos los padres por el hecho de que nuestro hijo sea selectivo para comer? Y, en estos casos, ¿se trata de “capricho” o está relacionado con otra cuestión?

En primer lugar, tenemos que diferenciar que el rechazo de un niño a alimentarse se caracteriza por su negativa a comer todos o la mayoría de los alimentos y la selectividad alimentaria se caracteriza por la ingesta de una variedad limitada de alimentos y la evitación de la mayoría de los nuevos alimentos. Cuando estos persisten, es cuando deberíamos preocuparnos, puesto que estos menores podrían correr el riesgo de presentar déficits nutricionales que impacten severamente en su desarrollo.

En segundo lugar, un aviso para profesionales no especializados y amas y aitas; aunque estos términos de rechazo y selectividad puedan parecer actos o comportamientos voluntarios, en realidad es muy probable que se deban a problemas médicos o sensoriomotores no identificados o no debidamente resueltos que convierten el proceso de alimentarse en algo desagradable o doloroso. En este contexto, la selectividad o rechazo alimentario suele ser más prevalente en niños con diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista, donde comúnmente podemos observar a niños que buscan sensaciones a través de la comida y rechazan alimentos de sabores y texturas suaves o, por el contrario, niños hipersensibles que huyen de alimentos y texturas intensos. Tanto en estos casos, así como en el caso de menores que hayan tenido experiencias difíciles en sus primeros días de vida (bebés prematuros, estancias en UCI, necesidad de sondas para alimentarse, disfagias etc.), esta dificultad alimentaria se debe a la alteración en el procesamiento sensorial, es decir, a la alteración en el procesamiento de la información del ambiente a nivel cerebral. Información que recibimos a través del tacto, por ejemplo, que interviene en el desarrollo motor grueso y fino, motor oral y socio emocional; sistema propioceptivo, que nos da información sobre la posición y movimiento de nuestro cuerpo en el espacio y, por último, el sistema interoceptivo, que nos informa del estado interno del organismo, es decir, señales de hambre, saciedad, sed... Imaginemos que queremos comer pero nuestra lengua no se mueve adecuadamente o que no sabemos a qué altura está nuestra boca o que, sencillamente, algo no va bien y no sé si tengo hambre o sed; qué difícil comer así, ¿no?

Tanto en estos casos en los que hay patología como en los que no, y estamos ante niños que evitan ciertas texturas, temen atragantarse o les cuesta comer algo nuevo, más que en la comida en sí, deberíamos fijarnos en el ambiente, es decir, dónde los come, qué ambiente hay, si hay mucho ruido, hace calor, si algo le impiden moverse, si tiene hambre a esa hora o si está asustado.