A través de la mirilla

Las cámaras tienen el poder de alterar nuestra percepción de la realidad, pudiendo magnificar una imagen o, por el contrario, restarle importancia. Actúan como dispositivos de vigilancia, pero también nos ofrecen una versión filtrada, permitiéndonos observar un mismo punto desde múltiples perspectivas. Las calles se han transformado en escenarios de un paisaje visual saturado y sobreexpuesto, y nuestro día a día está cada vez más mediado por estas imágenes. Las representaciones visuales pueden ser construidas en función de intereses específicos, lo que tiene un impacto significativo en la construcción de nuestras identidades.
Hoy, abordamos la exposición “Paul Pfeiffer. Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad”, que se puede visitar hasta el 16 de marzo en el Guggenheim Bilbao. La práctica artística de Paul Pfeiffer (Honolulu, 1966) se distingue por la manipulación de imágenes en movimiento, en su mayoría extraídas de eventos deportivos, conciertos y películas. La exposición juega con la arquitectura para crear espacios que evocan el set de una grabación en la que los espectadores se convierten en los protagonistas. A través de sus obras, Pfeiffer aborda la relación entre la veneración y la cosificación, especialmente en torno a figuras icónicas a nivel mundial, como deportistas y celebridades del pop.
En su trabajo, Pfeiffer reflexiona sobre la cultura de masas, cuestionando en qué enfocamos nuestra atención y qué papel asumimos como consumidores. En sus vídeos suele eliminar elementos vinculados a la identidad, concentrándose en los objetos, la arquitectura del espacio o los sonidos. Esto genera un proceso de extrañamiento, creando una realidad alterada en la que la ausencia de lo representado se vuelve tan significativa como su presencia. En una de sus series, vemos un partido de baloncesto en el que los jugadores desaparecen, dejando solo los movimientos de los balones, el público y el sonido. En otra instalación, reconocemos el cuerpo y la cara de Justin Bieber, el cantante e ídolo de masas es representado como una figura religiosa, entre lo humano y lo divino, en una pieza creada por artesanos filipinos especializados en imaginería religiosa.
La obra Cross Hall (2008) es una proyección que ocupa toda una pared, en la que se incluye una pequeña mirilla a través de la cual vemos un atril con un micrófono esperando ser ocupado. Se trata de un diorama de la Casa Blanca, específicamente de la sala de comunicados a los medios. La cámara está situada dentro de esta maqueta, proyectada a gran escala. Aquí, la realidad y la ficción se entrelazan. A través de sus obras, Pfeiffer nos confronta con la tensión entre lo representado y lo ausente, lo divino y lo mundano, la admiración y la deshumanización. Nos invita a estar alerta ante las imágenes que recibimos, ya que podemos confundirlas con la realidad, mientras que otras realidades podrían ser ocultadas. En la era actual, todo es manipulable, y nuestro desafío es desarrollar un criterio propio basado en la diversidad y la reflexión.

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