Descansar imperativamente

Las contracturas en los hombros o en la espalda son el efecto de una tensión mantenida e involuntaria en esa zona, cuyas fibras musculares mantienen su contracción más allá de lo funcional, es decir, sin que sea necesario. Los efectos incluyen el dolor, la limitación en el movimiento y el riesgo de rotura de las fibras, entre otros.
Las tensiones, en general, tienen su función; son imprescindibles para reaccionar, para acumular energía y que el músculo actúe como un resorte, o para soportar un golpe repentino, pero siempre para un uso del mismo puntual, no sostenido. Y es que las tensiones requieren de un alto gasto de recursos que no nos podemos permitir mantener largo tiempo, dirigidos a un lugar de la fisionomía, con un objetivo adaptativo concreto pero, una vez que esta zona ha hecho su función, la relajación vuelve, las aguas se calman, y la flexibilidad se retoma -esperando quizá a la siguiente tensión-. Este mecanismo permite que podamos repetir la jugada cuando lo necesitemos precisamente porque es limitado. Cuando la tensión se mantiene en el tiempo, empiezan los síndromes y, eventualmente, el daño o la enfermedad.
La salud, en este sentido, no surge por tener mecanismos para aguantar una tensión sostenida ad eternum, estar permanentemente sometidos a amenazas y actuar como si no pasara nada, o no tener la necesidad de recuperarse o descansar. La salud requiere la ausencia de estrés permanente, de amenaza permanente o de ausencia de descanso, lo cual aplica a nuestra mente y nuestro cuerpo que, en ese sentido, tienen funcionamientos similares, análogos -si no los mismos-.
Del mismo modo que no podemos prescindir del sueño (nos morimos si no lo tenemos durante un tiempo), no podemos prescindir de la tranquilidad, no es opcional. No es opcional cuidar de nuestro bienestar para que la salud camine a la par. El descanso forma parte de la acción, no está fuera de ella, y forma parte porque la hace posible y sostenible, del mismo modo que no existiría la música sin silencio, o los unos sin los ceros.
Defender nuestro descanso ante la compulsión de actividades, ante la productividad perpetua o ante la autoexplotación tan propia de las profesiones liberales tan de moda, es defender nuestra integridad, en su forma preventiva, es decir, antes de que se dañe. Es imperativo dejar de normalizar el agotamiento o el daño como la única justificación para tomar algún tipo de acción que preserve el bienestar y la salud, para bajar el ritmo, para cambiar de trabajo o de actividad.
No poder más no es ninguna derrota, es una constatación de que ‘así no’, de que lo que estamos haciendo de esa manera agotadora no sirve para su función, ni para crecer, sino que sirve a otros propósitos ajenos a nuestra naturaleza.
Y es que, cuando podamos no vaciarnos, igual tendremos la posibilidad de desear y elegir hacer lo que hacemos.

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