Como una cebolla

Quiénes somos realmente, psicológicamente hablando, es una pregunta que excede con mucho estas líneas, pero valga decir que la psicología evolutiva, la psicodinámica o la psicología fenomenológica o la neurociencia, han diferenciado entre el ‘self’, el ‘ego’ -no en la acepción popular peyorativa, sino en la más clínica- y el ‘self social’. Tres capas de nuestro ser psicológico que se van superponiendo desde el nacimiento, en interacción con otras personas cercanas o más distantes, presentes en la vida social.
Por un lado, nuestro ‘self nuclear’ hace referencia a esa experiencia que se percibe como propia sin mediación de la interpretación o la explicación, simplemente «esto es lo que me pasa». Cuando tenemos frío, sueño, hambre, no podemos discutir la sensación, no es argumentable o negociable, simplemente es. Del mismo modo, cuando nos sentimos perdidas, enfadadas, tristes, entusiasmadas, etc. esas sensaciones son incuestionables, entre otras cosas, porque ya están ahí, ya se están sintiendo y, por tanto, ya son una realidad para la persona. Intentar cambiar esa vivencia en ese momento, negándola, solo añade confusión o crítica al proceso. Decirle a un niño «no tengas miedo», que «no pasa nada»; o a una pareja que «no es para tanto», pretende incidir en el sentir -cosa ya inútil- más que en sus causas o la pertinencia de la reacción. Las experiencias sentidas necesitan ser reconocidas como tales, como parte, eso sí, de la subjetividad de quien las siente, no de la objetividad de la situación o del sentir de otros.
Sobre esa experiencia sentida de una misma, de uno mismo, se apoya el ‘ego’, que es un self reflexivo, y se le añade la propia interpretación de los porqués, de la historia autobiográfica, de la memoria, una parte de nosotros, de nosotras, que surge a partir de los dos años, cuando ya el cerebro está expuesto a la socialización temprana y está ya biológicamente preparado para empezar a recibir e incorporar la mirada de los demás a la propia identidad. Aquí empezamos a distinguir psicológicamente lo que sentimos en ese self nuclear, en esa experiencia primera y ‘sentida’, de lo que pensamos al respecto o nos dicen que somos. Se da una especie de fusión en los infantes de esa edad con la mirada externa, que podrá ser, o no, sintónica con la experiencia primera.
Y, finalmente, sobre esas dos capas, sentidas y reflexionadas, emerge el ‘self social’, esa parte de la personalidad y de la identidad que se transmite a los demás, en amplio espectro, o que se utiliza para las relaciones sociales, algo así como el ‘yo público’ que otros podrían describir tras un encuentro con nosotros, con nosotras. Evidentemente, para este momento del crecimiento, ya hemos decidido qué es tolerable, aceptable o peligroso mostrar, qué se espera o qué se requiere para que lo social funcione.
Estas tres capas tienen sus propios códigos, y conforman la identidad o el sentido de ser ‘yo’, y las tres necesitan de nuestra consideración y cuidado. Todas las personas tienen y son estas tres capas. De modo que alguien a quien identificamos como su yo social, también tiene pensamientos y sensaciones más íntimas; o a quien identificamos solo por sus reflexiones sobre sí, tiene sentimientos y necesita algo de los demás; o a quien identificamos con sus sensaciones fisiológicas o sus emociones, también puede pensar al respecto y conectarse con los demás para modularlas.

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