Chilla más, que no te escucho

Han pasado cinco años desde el inicio de la pandemia, ocho desde el primer mandato de Donald Trump en la Casa Blanca y seis meses desde su restitución. De la crisis sanitaria ya no queremos oír ni una palabra. Del señor del peluquín inquietante, tampoco. Ambos siguen afectándonos muy directamente, supongo, aunque aquí reabrimos sendos melones desde el cine en exclusiva.
Ari Aster ha estrenado el 12 de septiembre “Eddington”, una sátira ambientada en mayo de 2020 en un pequeño pueblo ficticio de Nuevo México. El fresco de Aster quiere destapar las heridas purulentas que hemos procurado olvidar detrás de tiritas de colores de lo más diverso; con sus dos horas y media de crueldad, “Eddington” quiere ser el alcohol etílico que las despierte al rojo vivo.
La construcción de un colosal centro de datos enciende la llama del conflicto en este pueblo roto y carcomido por la saña. Por un lado, el sheriff Joaquin Phoenix: estrella de seis puntas del desgraciado total de Beau en “Beau tiene miedo”, imberbe encarnación de la corruptela más visible, irrisoria. Asmático que se niega a llevar mascarilla en plena pandemia, incompetente y con ambiciones, machísimo anulado por su esposa (Emma Stone).
Por otra parte, el alcalde Pedro Pascal, engreído pero connivente, alineado con los hipócritas movimientos de izquierda y promotor de un liberalismo del sentido común (cuyo mejor postor es Silicon Valley). Solo hace falta tiempo para que la alfombra se levante, intuímos. El resto del pueblo, apunta Aster, obedece a los excesos y negacionismos comunes del presente: una juventud dispuesta a la caza de brujas, un cuerpo de policía analfabeto y militarizado, las redes sociales como única puerta a la verdad…
Ari Aster, como se diría, no deja a ninguno de sus títeres con cabeza. Ideólogo extremista antes que observador atento, el neoyorquino nunca ofrece salidas reales a sus personajes, cuyas primeras impresiones se demuestran siempre certeras: la madre histérica de “Hereditary” acaba por romperse entre llamaradas y alaridos, y el apocado Beau sucumbe enterrado al fin bajo una monstruosa riña. Los mínimos ápices de debilidad son la comidilla de la pluma de Aster. En su cine nadie aprende.
De hecho, en “Midsommar” el final feliz llega a una protagonista agraviada pero totalmente pasiva, a la que la trama ha tenido que montar en la fórmula clásica del horror folk para externalizar su venganza, hasta que todos los hombres han caído como moscas y esta finalmente puede acceder al renacimiento que merece.
En fin, tampoco en “Eddington” habrá ni cambio ni redención posible para los enclenques de la América de Trump. Sin embargo, en esta ocasión, Aster trabaja sobre una base de realidad, en estricto presente. ¿Es responsable, como cineasta, subrayar el descreimiento resabido y negar toda esperanza?
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