IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

En el momento justo

Piensa antes de hablar, dale una vuelta, escoge bien las palabras...». A menudo nos preguntamos qué decir ante esas situaciones de la vida cotidiana que son desafiantes y que parecen pedirnos tomar la iniciativa. Queremos transmitir un mensaje medido, con un propósito determinado y esperando un resultado deseado, y para ello echamos mano de todos nuestros recursos y energía. En especial cuando lo que queremos decir no es agradable. Empleamos todo lo que está a nuestra disposición para diseñar ese “qué” que transmita fielmente lo que tenemos en mente y, por supuesto, tenga el impacto que queremos. Sin embargo, pocas veces nos paramos a pensar en el “cuándo”. Un chiste contado a destiempo arruina la broma, mientras que en el momento adecuado, la potencia. De una manera similar, otras palabras que pretendan influir en los demás han de encontrar su momento.

Un tiempo para cada cosa. Unas de esas situaciones en las que podemos embrollarnos hasta perder la noción del tema son las que unen pasado y presente en la misma escena. Por ejemplo, la típica discusión que trata de esclarecer quién hizo qué allá y entonces, pero mientras se dilucida quién ha hecho qué hace veinte minutos. Normalmente, en busca de la razón (o el poder), saltamos de un tiempo a otro para nuestro interlocutor, lo que termina despistándonos. Si no jugamos al despiste, poder acotar el marco temporal y elegir entre uno de los dos para la conversación, y además quedarse, permite abrir y cerrar una escena cada vez. Hablemos hoy solo de lo que ha pasado hace veinte minutos y encontraremos un momento adecuado para hablar solo de aquel asunto pendiente.

Una de cal y una de arena. Por alguna razón, cuando de hacer cumplidos se trata, es una tendencia en nuestro entorno aderezarlos con alguna que otra crítica, que tenemos a bien llamar “constructiva” por el mero hecho de que es nuestra. Por ejemplo, «qué bien se te da dibujar, ojalá pusieras el mismo interés en tus obligaciones» o «muy buen trabajo, aunque ya me lo podías haber entregado antes». De estas dos expresiones, ¿con qué parte nos quedamos, la de antes o la de después de la coma? A pesar de que ambas partes tengan algo de verdad, mezclarlas en la misma frase hace que el peso recaiga en la parte negativa, algo así como si ese fuera el mensaje real y el cumplido un mero preámbulo. Para darle al halago la importancia que tiene, merece la pena buscar un momento para hablar de la parte que me ha gustado de lo que has hecho, dicho, etcétera, y otro distinto para decirte lo que me gustaría que hicieras diferente. Dejando que pase entre ellos desde unos minutos, hasta unos días.

Tiempo de evaluar, tiempo de acompañar. En particular, las personas que tienden a fijarse en cómo hacer mejor las cosas, habitualmente también lo hacen con quien está alrededor, señalando lo que podrían mejorar. A menudo es una postura valiosa, una opinión fundada y sincera; sin embargo, decir toda la verdad sobre lo que pensamos, cuando lo pensamos, no necesariamente apoya a esa mejora. La opinión fundada no siempre es lo más importante para que las cosas mejoren la próxima vez. A veces tiene más peso la compañía y el apoyo incondicional que la lista de pros y contras. Y es que, aunque lo veamos claramente, quizá esa otra persona no ha llegado todavía a esa conclusión, o quizá no llegue nunca a esa, sino a otra.

Cuándo decir o hacer qué depende de cada relación y las circunstancias de la misma. Y por eso, tiene un tanto de arte.