Guillaume Meyer
MIRADA AL MUNDO

Las mañanas bailongas de Los Ángeles

Sale el sol sobre Los Ángeles, en esa franja horaria en la que los noctámbulos vuelven a casa, agotados por sus excesos nocturnos. Por contra, en una discoteca ubicada en un barrio artístico muy en boga, en este momento arranca la verdadera fiesta.

La entrada cuesta 25 dólares. No es impedimento. En el interior, un DJ pincha música electrónica y unas 250 personas bailan desatadas sobre la pista. Parecería que estuviéramos en una discoteca normal, si no fuera por algunos detalles que se salen de lo “normal”. Son las 6.30 de la mañana, pero en la barra no se sirve alcohol, sino café, zumos de frutas y agua. En la pista de baile, se mezclan jóvenes ataviados con looks coloridos muy a la moda con madres de familia y sesentones vestidos con unos sencillos vaqueros y una camiseta.

«Esto va a la contra de lo que la gente relaciona con ir de fiesta: salir, beber, emborracharse, tal vez conocer a alguien (...) y tener una resaca monumental al día siguiente», explica Andre Rebaño, organizador de las fiestas Daybreakers en Los Ángeles. «Aquí también se puede bailar o conocer a alguien, porque hay una energía increíble»… sin tener que pasar en vela toda la noche. «Y todos los que están aquí han comprado su entrada porque tienen la intención de bailar. Así que todo el mundo baila».

Estas “matinées bailongas” se suelen celebrar aproximadamente una vez al mes y se accede por invitación. El ambiente es informal y agradable; el maquillaje, los brillos y los tacones se han quedado bien guardados en el armario de casa. Lenore, la única de todos sus amigos que no está casada, ya no sale de noche a recorrer las discotecas. «Me encanta salir a bailar, pero veo que ya no encuentro a gente de mi edad... Aquí vengo a divertirme, a sudar y no tengo que ponerme taconazos ni vestirme como una puta», dice entre risas esta rubia de pelo corto.

Frank, sesentón de barba blanca y vestido todo de negro, es la segunda vez que acude a una de estas fiestas matinales. «Me encanta bailar. Bailo solo la mayor parte del tiempo, y no puedo dejar de moverme», dice sonriendo. En medio de la frenética sesión de baile, a los que están en la pista se les unen unos músicos que tocan en directo el trombón y la trompeta.

Alrededor de las 9.00 se da por finalizada la fiesta. Para algunos, ha llegado la hora de ir a trabajar, cargados de energía para afrontar un día muy ocupado… a la manera de California, claro. «Primero iré a la playa con mi portátil, responderé a los correos electrónicos, luego iré a buscar a mi hija a la escuela al mediodía, donde doy también un curso de jardinería a los niños… ¡Luego tomaremos un helado y montaremos en bicicleta!», enumera vigorosamente Tawnya Calvillo, con sus gafas psicodélicas sobre su nariz.

Nacidas en Nueva York, estas particulares sesiones matinales para los bailones madrugadores se celebran regularmente en muchas ciudades de Estados Unidos, y también han empezado a extenderse en capitales como Londres o Tel Aviv.