Ugo Lucio Borga y Loredana Taglieri / Echophotojournalism
LA GUERRA DE UCRANIA

Guerra de Ucrania, el punto de no retorno

Más de 6.000 muertos y 1.250.000 desplazados. Torturas, secuestros, bombardeos deliberados en zonas habitadas por civiles; crímenes de guerra que habrían sido cometidos por ambos bandos. Son datos del informe emitido el pasado 2 de marzo por el Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos. Datos de una guerra, la de Ucrania, que acoge en su seno docenas de guerras fratricidas.

Hay que caminar despacio, paso a paso, mirando al suelo. Lo que queda del aeropuerto de Donetsk es un amasijo de hierro. Bastaría un soplo de aire para levantar miles de fragmentos letales.

El batallón Somalia ha llegado esta mañana para tomar el relevo de las unidades de Esparta. Tropas de asalto dirigidas por el capitán Mikhail Tolstykh, nombre de guerra: Givi. Arrogante, delgado, nativo –se dice– de Abjasia, es el indiscutible señor de la guerra de esta tierra de nadie, donde los cadáveres se confunden con los escombros. Fue él quien se encargó de aplastar la resistencia de las fuerzas especiales ucranianas atrincheradas en el aeropuerto, concentrando durante meses el fuego de sus artilleros sobre las posiciones enemigas. El 9 de febrero de este año un decreto firmado por la responsable de Exteriores de la UE, Patrizia Mogherini, declaró al comandante Givi persona non grata.

Sasha y Dimitri combaten en el batallón Somalia desde el inicio del conflicto. «Los ucranianos nos atacan todos los días», dicen, señalando a los últimos recién llegados: los restos de un misil Grad, la cola de un proyectil de mortero…. Ambos crecieron en el mismo barrio de Donetsk, gris como el polvo de las minas que devoraron los pulmones de sus padres. Bajo el suelo que pisan yacen, a centenares, los restos de soldados ucranianos muertos en los combates y sepultados por toneladas de acero y hormigón. Imposibles de recuperar en estas condiciones.

El alto el fuego es muy frágil. El reciente nombramiento de Dmitro Yarosh, líder del ultraderechista Pravy Sector, como asesor militar del general Viktor Muzhenko, comandante en jefe de las fuerzas armadas de Ucrania, junto con la adopción de la nueva ley que equipara el nacionalsocialismo y el comunismo muestran la determinación, por no decir obcecación, de la Rada, el Parlamento de Ucrania, sobre la cuestión del Donbass.

Las posiciones de artillería desmanteladas en ambos lados tras los acuerdos de Minsk están de vuelta en su lugar, pero sin la fanfarria con la que fue recibida su retirada. Amnesty Internacional ha condenado la ejecución de al menos cuatro prisioneros ucranianos por las milicias del Donbass. Según Toro, nombre de guerra de un voluntario español que se alistó en el batallón Vostok para «defender los valores del comunismo y la lucha contra el capitalismo occidental», la tregua –constantemente violada– es útil a ambas partes para ultimar una nueva ofensiva.

El capitán Kor, exempresario ucraniano, está convencido de que el próximo huracán de fuego será sobre Mariupol. Alì, nacido en Afganistán y quien logró la nacionalidad al alistarse como soldado profesional, señala, por contra, a la misma Odessa. Propaganda, por supuesto. Pero no solo. En Jarkov se palpa la tensión. Se combate en los alrededores del aeropuerto de Donetsk, en Piski y Shirokine

El aparato militar en las repúblicas de Donetsk y Lugansk es impresionante. Un informe recientemente publicado por Rusi (Royal United Services Institute) indica como cierta la presencia en el Donbass de unos 10.000 soldados rusos desde diciembre de 2014, mientras que unidades de fuerzas especiales (Spetnaz) estarían operando en la zona desde julio. Vista la disponibilidad de vehículos blindados, artillería pesada y municiones, así como la organización puntual de los seis batallones que operan en las repúblicas de Novorossiya y la capacidad de combate demostrada durante el asedio de la ciudad de Debaltseve, importante centro ferroviario, resulta muy difícil creer que todo sea trabajo de voluntarios, cuyo aporte, según el mismo informe, no excedería el 50% de las unidades de combate en las filas de los pro-rusos. Chechenos, norteamericanos, franceses, suecos, italianos combaten en distintos batallones. Veteranos de otros conflictos, desde Chechenia a Bosnia.

¿Mercenarios? Muy difícil de determinar esto con certeza. Todos afirman ser simples voluntarios. La guerra de Ucrania es una matryoshka. En su seno acoge a docenas de guerras fratricidas que testifican la desintegración de una civilización, la europea, rehén de conflictos permanentes y llenos de contradicciones.

Vivir en la guerra. El hospital número 3 de Donetsk, distrito Kievkj, es un montón de escombros y planchas de metal retorcido. Se levantan en vuelo llevadas por el viento y aterrizan con un gemido metálico en la plaza desierta. La vida sigue en los subterráneos. Anya y Alexander, 62 y 65 años, han encontrado refugio en un sótano. Sobreviven con la ayuda alimentaria llegada desde Rusia en largos convoyes. Una vela ilumina las paredes de ladrillos ennegrecidos por la humedad, una hogaza de pan, un tanque de agua, una imagen religiosa… Solo tienen mantas para calentarse. No hay agua ni electricidad.

La salida a la calle está bloqueada parcialmente por cajas de granadas de mortero. Un tanque preside la Plaza, rodeado por sacos de arena. Son aproximadamente 90 las familias de Kievki y Petrovka que viven todavía en los subterráneos de los edificios deshabitados. Marika, 45 años, comparte una habitación de dos metros por dos con tres niños y un gato. No tiene hogar al que volver. Su casa fue destruida por una granada. «Necesitamos el apoyo de psicólogos para superar todo esto. La sola idea de salir de este refugio es insoportable para mí».

El pasado 2 de marzo, el Alto Comisionado para los derechos humanos emitió un informe que cifra en más de 6.000 los muertos y en 1.250.000 los desplazados. Torturas, secuestros, bombardeos deliberados en zonas habitadas por civiles; crímenes de guerra que habrían sido cometidos por ambos bandos. Fuentes militares del Donbass afirman que los soldados ucranianos muertos en combate son 19.000, casi diez veces las pérdidas registradas entre sus filas. Los observadores de la OSCE se mueven en el terreno con gran dificultad. Imposible, como en cualquier guerra, establecer la frontera entre la verdad y la propaganda. En el plano diplomático, la última reunión entre Angela Merkel y Vladimir Putin no parece haber tenido éxito, solamente un compromiso general para apoyar la implementación de los acuerdos de Minsk.

Surgiendo de la niebla como fantasmas, figuras de soldados avanzan lentamente rodeando los cráteres en el asfalto. A pocos pasos se distinguen las características largas barbas sobre caras sucias. Un disparo de cañón no es suficiente para sacudirlos. Más allá de la pared de sacos de arena, un oficial se acerca. «Siga la calle principal, les llevará al centro de la ciudad. Pero no dejen la carretera y no entren en las casas. Está todo minado».

De Debaltsevo no quedan más que las órbitas vacias de edificios deshechos. No se ve una vivienda que no haya sido atacada. Dos tanques ucranianos aplastados por proyectiles de gran calibre se encuentran junto a un bosque del que no quedan más que esqueletos ennegrecidos por las llamas. En la Plaza Lenin, unas treinta personas se ponen a la cola para recibir un poco de comida y cargar los teléfonos móviles bajo el molesto zumbido de un generador diésel. Un clérigo ruso ortodoxo en uniforme militar se mueve entre la gente, seguido por un soldado. Lleva una imagen religiosa colgada al cuello, apoyada sobre su vientre. Los cuerpos se doblan para besar el santo. Ni una palabra. Bastan las miradas. Más que un acto espontáneo de devoción, es el tributo necesario a sus nuevos jefes. De los 30.000 habitantes quedan solo unos 3.000. Y un solo médico pasa consulta en lo que queda del hospital, la sala de espera del ambulatorio está habitada por perros callejeros. Falta de todo. Medicinas, electricidad. Viven hasta doce personas en una habitación, y a menudo las habitaciones son sótanos abarrotados de mantas y camillas que pueden transformarse en trampas mortales. Más de 500 civiles han muerto durante los bombardeos.

Una verdad compleja. Para Dasha ha empezado una nueva vida con la guerra. Trabajadora en una acería, ahora es coordinadora logística de un batallón del Pravy Sektor en Dnipropetrovsk. «Si no tuviese dos hijos estaría en el frente, con los otros». Muchos de los «otros» son militares del ejército ucraniano que han abandonado las filas para unirse al batallón de voluntarios ultraderechistas. Cuerpos especiales, en su mayoría. No confían en los generales. Les acusan de ser muy prudentes, poco combativos y, en el fondo, comprometidos con el régimen ruso. «Los verdaderos enemigos están detrás de nosotros, son nuestros comandantes», dice Ivan, 33 años, soldado profesional.

Muchos son extranjeros: chechenos, polacos, franceses, y hasta rusos, como Yuri, 28 años, ex miembro del FSB (servicio secreto). Esta aquí para luchar «contra el régimen de Putin. Enfrente no hay rusos. Hay solamente soviéticos», asegura.

Para continuar la lucha han saqueado museos militares. Muestran pistolas y fusiles de los años 60, que utilizan en el frente. Del alto el fuego piensan una sola cosa: se hablará cuando todo el territorio ucraniano haya sido reconquistado, incluida Crimea. Advierten de que entonces, tal vez, será necesario otro Maidan para desalojar a los oligarcas filoamericanos que tomaron el lugar de Yanukovich. El concepto es claro: ni con Rusia ni con la Unión Europea. Ucrania debe lograr una plena independencia.

Masha huyó a Kiev. Vive con su esposo y dos hijos en un centro que antes de la guerra alojaba a enfermos y toxicodependientes. Ahora acoge también a los desplazados de las regiones orientales. Aunque la guerra se acabase no volvería nunca a Sloviansk «Me da miedo. No me fío de los vecinos, a quienes consideraba amigos y han demostrado lo contrario. Somos de fe protestante. Los separatistas han cerrado todas las iglesias excepto las ruso-ortodoxas. Secuestraron y mataron a nuestro pastor y a sus dos hijos, Alberto y Ruvym Pavenkov, y los arrojaron a una fosa común. Nos consideraban espías». Nacionalismo y ortodoxia rusa son dos caras de una misma moneda. Las recientes declaraciones del Patriarca de Kiev, Filleret, para quien en Ucrania se da actualmente una guerra no declarada, son testimonio de una profunda brecha también entre las autoridades religiosas.

La cicatriz en el cuello de Zaur aún está fresca. Es el único que no se mueve cuando los kalash ladran ráfagas esporádicas. Checheno, se alistó en Vostok, combate en Donbass desde el comienzo de la guerra. En su compañía, la mayoría de los combatientes son ucranianos de Donbass. Casi todos exmineros, nuevos en la profesión de las armas. Repiten todos las mismas palabras. Ninguno de ellos considera que esta sea una guerra civil. Combaten contra el fascismo neoliberal y financiero occidental, contra la agresión de la OTAN a la madre patria Rusia. La verdad es mucho más compleja. Que en Donbass se enfrentan dos fascismos contrapuestos, pero básicamente idénticos, es una duda que en el frente nadie puede permitirse.