IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Creatividad

Todo se mueve rápido alrededor, la estabilidad demuestra cada día ser un estado temporal y las cosas cambian como norma día sí y día también. Cada edad conlleva sus desafíos, alteraciones de un estado anterior, tanto física como mental y socialmente. Como dice el tópico, el cambio es la norma, a veces más de lo que nos gustaría. De hecho, hace muchos miles de años nuestra especie se regía mucho más por las variaciones del entorno que ahora: había que moverse en busca de comida, agua, caza. La llegada de la agricultura nos dio la oportunidad de asentarnos y, al mismo tiempo, fue el pistoletazo de salida a la formación de civilizaciones.

Unas investigaciones de 2008 sobre la creatividad replicaron otras anteriores de Paul Torrance en las que se estudiaban los logros adultos de estudiantes a los que se les había seguido a lo largo de su desarrollo académico y profesional. Los datos que se obtuvieron señalaban cómo la creatividad está mucho más relacionada (tres a uno) con los logros adultos que el famoso cociente intelectual. La capacidad para crear estas respuestas innovadoras a los problemas de supervivencia que planteaban los nuevos horizontes a nuestros antepasados, decía Torrance, probablemente aumentaba sus posibilidades de subsistir, pero también les ofrecía energías renovadas para una adaptación continua.

Hoy es habitual que permanezcamos la mayor parte de nuestra vida en un lugar concreto, pero con los ya mencionados cambios tecnológicos, económicos, científicos y sociales, nuestro propio entorno es el que nos exige una nueva adaptación cada día: «Voy a cambiar de trabajo», «Me he echado pareja», «Mis padres están envejeciendo muy rápido», «Mi ciudad ha cambiado urbanísticamente», «He terminado los estudios», «Los voy a empezar», «Ha muerto un amigo»... Todos estos hechos se convierten en eventos vitales que nos exigen una adaptación y, a menudo, una adaptación sin precedentes. Es ahí cuando la creatividad entra en juego. Para empezar, necesitamos acercarnos a esa experiencia, tal y como dice José Manuel Martínez, psiquiatra vallisoletano referencia en este artículo, «teniendo en cuenta quiénes somos, quiénes son los demás y las características de la situación, y a partir de ahí, desplegar la espontaneidad y la sensibilidad con las necesidades propias y ajenas, para encontrar de la manera más eficaz una respuesta, aún a veces desafiando las concepciones previas».

La búsqueda creativa de soluciones ante problemas nuevos implica utilizar un pensamiento divergente y después disponer la mente a converger sobre una serie concreta de ideas. Es decir, primero pensar en muchas ideas independientes para después combinarlas en el mejor resultado. Esta fluidez, esta facilidad para producir muchas ideas diferentes es una de las características principales de la creatividad, y con ella, la flexibilidad para cambiar maneras de pensar cuando no funcionan, habitualmente modificando pautas habituales y conocidas. A estas se suman la originalidad de las ideas y también la elaboración, es decir, la minuciosidad en el desarrollo y la organización de las ideas creativas. El pensamiento creativo nos ayuda a adaptarnos y es una de las características más propias del ser humano, nos llena de energía, nos dirige, nos estimula y funciona.

En otra investigación desarrollada en Estados Unidos en 2011, Kyung Hee Kim alertaba sobre el descenso de los coeficientes de creatividad desde los años 90, especialmente en los niños más pequeños. Aquí, al otro lado del mundo, sabemos que la creatividad se asocia al juego, a la dispersión o a lo puramente lúdico; sin embargo, esta concepción es inmensamente limitada ante las posibilidades de adaptación que nos asegura. ¿Podremos dar respuestas inesperadas a los problemas que esperamos en el futuro?