MIKEL INSAUSTI
CINE

«Maggie»

A Arnold Schwarzenegger le está costando mucho recuperar su viejo estatus estelar en su regreso al cine, tanto que ya empieza a plantearse otras alternativas acordes con su edad avanzada, lejos ya de las películas de acción que solía protagonizar. Por primera vez en su carrera, se está tomando en serio lo de la interpretación, hasta el punto de que ha participado en la producción independiente “Maggie” por prestigio actoral y cobrando un sueldo muy por debajo del que tenía en Hollywood. La crítica desplazada al Festival de Tribeca, donde fue presentada esta ópera prima del debutante Henry Hobson, supo agradecerle el esfuerzo, reconociéndole que había probado con un nuevo y hasta ahora desconocido registro dramático. La película ha costado cuatro millones y medio de dólares, que seguramente se habrán ido en la contratación del reparto, ya que el trío principal se completa con las actrices Abigail Breslin y Joely Richardson.

“Maggie” es un producto sui géneris que, pese a contar en el cartel con el reclamo de Schwarzenegger, va a tener problemas para su distribución. Aun teniendo la apariencia genérica de una cinta de terror zombi, en realidad se trata de un drama familiar muy sentido. Si en las películas de ciencia-ficción independientes se ha desarrollado un estilo propio, basado en las limitaciones presupuestarias y que pone el énfasis en los personajes y sus relaciones, le llega ahora el turno al fantástico terrorífico de corte más intimista, dentro de esa misma lógica austera formal y conceptualmente. En su primer largometraje, Henry Hobson se arriesga con una fórmula que todavía resulta novedosa, sabedor de que le puede servir para darse a conocer y para que le ofrezcan otros proyectos más ambiciosos, por más que la película en sí no vaya a llegar muy lejos.

El guión de “Maggie”, escrito por John Scott III, fue rescatado de la famosa Black List por Henry Hobson. Y si estaba en esa lista negra era porque, siendo considerado por la industria como potencialmente interesante, ningún gran estudio había querido invertir en él. Su destino, qué duda cabe, pasaba por el cine de bajo presupuesto de todas todas. La clave radica en que el argumento habla de contaminación zombi en un escenario apocalíptico, pero la enfermedad es tratada como cualquier otra pandemia y lo que prima dentro de la historia es el modo en que el contagio afecta a toda una familia. Es el retrato de un hogar destrozado por culpa de una terrible enfermedad terminal para la que no existe cura.

La película entera dependía, por tanto, de la química entre Arnold Schwarzenegger en el rol paterno y Abigail Breslin en el filial, con Joely Richardson en el cometido de madrastra que es testigo de los desvelos de ese padre biológico por su querida hija. No deja de ser una obra interiorista, con un trasfondo de estilo bélico, toda vez que, en el exterior, el mundo se desmorona de forma violenta y caótica. Lógicamente, lo primero que hace el protagonista es rescatar a su chica de un campamento médico para contaminados, llevándola a casa para que pueda tener un final lo más digno posible.

Todos los esfuerzos de este hombre se concentrarán en conseguir un poco de paz para la joven, aislándola de la presión externa, si bien la granja ya no se sostiene y ha de quemar los campos de cultivo, a la vez que tendrá que deshacerse de los forasteros afectados por la enfermedad que llegan hasta el lugar. Una situación extrema que provoca la paradoja de un hombre de familia eliminando a otros clanes que ya han perdido sin remedio su saludable condición humana. La tragedia consiste, rodeada de doloroso suspense, en saber si será capaz de acabar con la vida de su hija o, por el contrario, habrá de darse otro tipo de solución no menos traumática en cualquier caso. Estos zombis no son los de Romero, ni nada que se le parezca.

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