Asier Vera
RECUPERAR INFANCIAS PERDIDAS

EL PAYASO QUE PLANTA SUEÑOS

Los niños comienzan a estar nerviosos. Les han dicho que hoy vendrá una persona especial desde muy lejos para hacerles reír. Los profesores tratan de calmarles, pero es imposible. En medio de la nada, en un campo de refugiados de Ouagadougou, en Burkina Faso, o en una escuela perdida en el desierto de Mali está a punto de aparecer el payaso Anskari, que intercambia los sueños entre menores de todo el mundo.

La escena se repite cada vez que llega ataviado con sus pantalones de colores y sus estrafalarios gorros. Acompañado de su inseparable maleta desvencijada de color marrón, que solo puede portar un trotamundos, este payaso recorre desde hace doce años el planeta rescatando los sueños de aquellos niños que han nacido en un contexto de guerra, pobreza, enfermedad o abandono por parte de sus familias. Una vez abre su maleta mágica, donde es posible encontrar globos, marionetas y cajas de música, así como distintas narices y gorros, los menores olvidan por un momento el lugar en el que viven y comienzan a reír con las peripecias y los juegos de quien, en 2003, decidió hacer felices a los niños de los países más desfavorecidos. Pero su objetivo no se centra solo en arrancar carcajadas, sino que allí donde va, pide a los menores que le dibujen en un papel cuál es su sueño. Así, poco a poco, Anskari, cuyo alter ego es Óscar Navarro –nacido hace 46 años en Vilafranca del Penedés– ha recopilado más de mil sueños en diez países tras comenzar su aventura en Cuba y continuar en Nepal, India, Argentina, Mali, Burkina Faso, Israel, Palestina, los campos de refugiados saharauis de Tinduf y el Kurdistán iraquí.

Anskari puso en marcha lo que denomina “Taller de Sueños para hacer realidad”, con el fin de que los niños que viven en orfanatos o campos de refugiados «recuperen la infancia que han perdido». Su iniciativa no se queda ahí, sino que una vez que regresa a Catalunya, lleva todos esos sueños a escuelas de distintas comunidades, donde la realidad es bien diferente. Allí intercambia esos sueños recogidos en África, Asia o América por otros que plasmen los escolares para llevarlos, a su vez, a otros países. De esta manera, el payaso catalán viaja por todo el mundo recogiendo las ilusiones de los niños y concienciando a los del primer mundo de las necesidades que tienen chicos y chicas de su misma edad, al tiempo que los sueños de estos quedan en manos de menores que no tienen las mismas oportunidades.

«Hay niños del primer mundo que quieren ser ricos y dibujan como sueño una caja fuerte llena de dinero, mientras que muchos menores del tercer mundo sueñan únicamente con poder comer», explica Óscar Navarro, quien no deja de sorprenderse ni de aprender en cada viaje. El último fue entre marzo y abril de este año a Israel y Palestina, donde ya había estado en 2010. Su objetivo en esta ocasión era recoger los sueños de los niños de Gaza, tras el trauma vivido después del bombardeo en el verano de 2014, que dejó 2.200 palestinos muertos (538 menores de edad). Sin embargo, en esta ocasión se topó con la burocracia, que fue más fuerte que su ilusión por actuar en esta castigada zona, dado que el Gobierno israelí le impidió la entrada. El viaje no fue en balde, debido a que el payaso hizo las delicias de los más pequeños y recogió sueños en Hebrón, Nablús y Ramallah, así como en Jerusalén. Fue precisamente en la escuela Hand to Hand Max Rayne de Jerusalén, en la que estudian juntos árabes y judíos, donde un niño árabe le dijo que su sueño era morir en ese momento. Tras hablar con él, Anskari le pidió que soñara algo diferente, por lo que, tras mucho pensar, el menor decidió que quería ser como el futbolista Cristiano Ronaldo, de modo que acabó reconociendo que ya no quería morir.

Otros niños «solo desean que les quieran». El dibujo que más le impactó y que ilustra su proyecto de Taller de Sueños es el de un menor de Burkina Faso que dibujó a un soldado disparando a un niño por la espalda, al tiempo que pintó un helicóptero y un arco iris. Al regresar a Barcelona, llevó el dibujo a un psicólogo experto en la infancia, quien, tras analizarlo, llegó a la conclusión de que el niño quiso denunciar que había sufrido una violación por parte de un militar, pese a lo cual había dibujado un hilo de esperanza en su vida al pintar un arco iris.

La filosofía de Anskari es «plantar» una nariz roja en aquellos lugares donde más necesitan sonreír, tal como hizo en 2005 en un hospital de la ciudad india de Benarés destinado a niñas que han sido quemadas. «Sonreír es una ventana abierta a la esperanza, ya que es lo que provoca que un niño recupere su capacidad de soñar», subraya. Cuando en 2009 y 2010 recorrió Burkina Faso y Mali, rememora que había zonas en las que los niños jamás habían visto un blanco, ni habían tenido la capacidad de dibujar, al ser el papel y las pinturas unos objetos de lujo en unas escuelas en las que ni siquiera había sillas o mesas. Así que cuando les dio el material para que dibujaran su sueño, fueron muchos los que ni siquiera trazaron una línea. Por el contrario, una de las niñas dibujó un pequeño pájaro en una de las esquinas del papel, con la peculiaridad de que utilizó para ello los doce lápices de colores que le dio el payaso. Precisamente, el próximo mes de noviembre regresará a las catorce escuelas de Mali que ya visitó hace cinco años para recoger los sueños de quienes están «al límite de perder su infancia, pero que tienen mucha energía y ganas de recuperarla, porque no han podido ser niños, ya que lo primero en estos países es luchar contra el hambre». Navarro recalca que, pese a que estos menores pasen por dificultades, continúan siendo un «pozo de emociones» que hay que alimentar.

Por ello, defiende la necesidad de hacerles soñar aunque sea por un día. «Me impacta que aquí haya gente que diga que no tiene ningún sueño, cuando en zonas de pobreza necesitan creer que algún día pueden ser felices». Como ejemplo, recuerda que las niñas de Erbil, en Irak, le confesaron que sus sueños eran ser peluqueras, médicas o arquitectas, cuando la realidad es que la mayoría de ellas acabarán siendo casadas muy jóvenes. Una de las menores, además de entregarle su dibujo, le escribió una carta en la que pedía al payaso que convenciera a sus padres para que la dejasen ser una cantante, ya que solo así sería «muy feliz». Esta ilusión, lamenta Navarro, no la ha visto en los niños de aquí, debido a que en los países con mayores problemas «hay más deseo de creer que los sueños se pueden hacer realidad, mientras que en el primer mundo el sueño suele ser tener algo material».

¿Quien es Anskari? Óscar Navarro es una persona que desde que tenía cuatro años ya tenía claro que su sueño era ser payaso, algo que cree que aún no ha conseguido, porque está todavía en proceso de aprendizaje. Para este catalán que vive sin teléfono móvil y sin estar conectado a ninguna red social, cada vez que se pone en la piel de Anskari vuelve a su infancia, que es sinónimo de «felicidad». «Busco la sonrisa y es por lo que merece la pena vivir», afirma, al tiempo que admite que su abuelo fue uno de sus referentes, ya que en los últimos años de su vida quería mantener siempre vivo al niño que fue para que le diera «frescura e imaginación». Respecto a su decisión de no utilizar teléfono móvil, afirma que en caso de tener uno, «estaría con todos menos conmigo mismo y yo también necesito conocerme para no perder de vista mi sueño, que es ser un niño toda la vida, porque es el que tiene la llave para conectarme a la felicidad». Tiene muy claro que su manera de ver el mundo comporta una mayor soledad, pero la asume al mostrarse muy crítico con la sociedad actual que reclama a los niños que «espabilen y crezcan rápido para que no les tomen el pelo» Así, censura que si se le pregunta a cualquier niño del primer mundo a ver qué quiere ser de mayor, responderá que desea ser «médico, bombero, policía o Superman, pero ninguno dirá que quiere ser buena persona, porque nadie le enseña eso». Por ello, incide en que a los menores se les está obligando a crecer demasiado rápido, hasta el punto de que a veces tiene la sensación, cuando actúa en colegios de Catalunya u otros territorios, de que él es el único que cree en la imaginación. No obstante, Óscar Navarro no se reconoce pesimista, de ahí que el lema de su vida y de todos sus proyectos sea «Siempre adelante», ya que «mientras uno se mueve tiene posibilidades de ser feliz».

«Semillas de esperanza» Cada vez que Anskari actúa, considera que planta una «semilla de esperanza», dado que durante un instante, aquel niño con menos posibilidades ha aprendido que tiene una «luz». Por tanto, si el payaso la ha podido encender, en cualquier momento de su vida, que «va a ser terrible», quizá se acuerde de que por un instante fue feliz y que puede volver a serlo. «No puedo pretender arreglar el mundo, pero sí puedo hacer que los menores crean en sí mismos y en que su niñez es lo más bonito que hay», sostiene Navarro, quien admite haber pasado por episodios muy duros en su familia, con la muerte de un hermano por sobredosis, que le han hecho valorar aún más si cabe el hecho de sonreír. Tras haber desempeñado múltiples empleos, desde atención al público en una exposición de bonsáis, hasta educador en una granja pedagógica para niños discapacitados, Navarro ha encontrado su verdadera vocación como payaso, a la que no se atreve a llamarle trabajo. Todos sus viajes son autofinanciados, aunque en ocasiones cuenta con el respaldo económico o de material de alguna empresa, al tiempo que colabora con la CC ONG Ayuda al Desarrollo.

Desde hace unos meses, recorre distintos colegios con el kit pedagógico que ha creado como herramienta lúdico-educativa para trabajar con los escolares los valores de la libertad, la solidaridad, la amistad y la felicidad. Además de mostrarles los sueños de otros niños y fotografías de los lugares que ha visitado, entrega a cada alumno una caja con una hoja, pinturas, un globo y una piruleta. Con esta iniciativa pretende financiarse sus próximos viajes, en los que le acompañará su omnipresente nariz roja, que siempre coloca en aquellos menores que están más tristes. Aún recuerda el día en el que un niño le preguntó qué hará cuando se muera, a lo que él respondió que «los payasos nunca mueren», por lo que continuará plantando narices rojas mientras alguien tenga un sueño y luche por hacerlo realidad.