BERTA GARCIA
CONSUMO

El TTIP

S aben aquel que diù? Ojos que no ven, cartera que te levantan», que diría el gran Eugenio, humorista catalán ya fallecido. Y eso es lo que nos ha pasado a los europeitos de a pie con nuestros europarlamentarios. Entre el ruido de Grecia y que estamos en verano, parece que todo cuela y el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) ha irrumpido en nuestras vidas con nocturnidad y alevosía.

Un breve esquema de los ámbitos a los que afecta este acuerdo da la medida de su efecto en la vida de los europeos: en derechos laborales y política social, protección medioambiental, agricultura y consumo, sanidad y salud, sistema financiero, derechos de propiedad intelectual, como mecanismo de resolución de disputas entre inversiones y estados, entre otros asuntos. Estos tendrán su correlación en las limitaciones, prohibiciones o ingerencias privadas en el normal desarrollo y autonomía de los estados miembros y de las corporaciones municipales.

Según los análisis de expertos, sindicatos y organizaciones sociales, entre los que destaca ATTAC (el movimiento por el control de los mercados financieros), los objetivos del acuerdo bilateral son:

• Eliminar las normas y barreras reglamentarias que reducen los beneficios de las grandes corporaciones transnacionales.

• Eliminar las disposiciones legales que restringen la libre inversión de las grandes empresas y las prohibiciones de comercialización de alimentos genéticamente modificados.

• Privatizar la educación, los servicios de transporte, la salud, las pensiones... que serán un nicho para negocios de grandes empresas.

• Crear un mecanismo de resolución de conflictos entre inversiones y Estado, que permitirá a las empresas y corporaciones denunciar acciones de los gobiernos locales y territoriales. Es decir, se pasan por el arco del triunfo el derecho público nacional e internacional, por aquello de que en Europa hay escasa separación de poderes.

El acuerdo además resulta invisible por el secretismo llevado por la mayoría europarlamentaria durante todo el proceso, pero lo más grave y reprobable, de cara a los grupos políticos, ha sido el ninguneo que han ejercido de sus propios representados.