TERESA MOLERES
SORBURUA

Hierbas de San Benito

H ierba o belarra de San Benito, Geum urbanum. Esta hierba común es una rosácea muy frecuente que tiene los carpelos acabados en una espina curvada, una especie de gancho pequeño muy práctico para colgarse de la piel de los mamíferos, que se encargan de diseminar sus semillas.

En otros tiempos, la hierba de San Benito se usaba en Gran Bretaña como planta mágica en los exorcismos, porque permitía detectar los demonios. Se echaba su rizoma al carbón de leña y si se asaba, es que los demonios se habían esfumado; si no, el rizoma «gemía y lanzaba gritos». Todavía se utiliza como planta purificadora y protectora, y dicen que su raíz sirve de amuleto.

No sé el porqué, pero en nuestro país, a las sacristanas de Ipar Euskal Herria se les llamaba benoite y a las de Hego Euskal Herria, anderserora. Era una mujer mayor de 30 años, generalmente soltera, que era la guardiana de las llaves de la iglesia, cuidaba del santuario y se ocupaba del altar, de las ropas consagradas y las vestimentas sacerdotales. Además, tañía las campanas para avisar de los oficios y alejar las tormentas y heladas. Distribuía el pan bendito, recibía el cortejo de los novios al casarse y les presentaba las alianzas. Algunas veces incluso se les pedía hacer las plegarias.

Estaba comprometida para el resto de su vida al servicio de la iglesia y por todo ello, la benoite vivía en una casa cerca del templo y percibía las retribuciones de las ceremonias religiosas. De esta tradición, hoy desaparecida, permanecen las casas llamadas benoiteries. Las benoites eran escogidas por los hombres de la comunidad y ratificadas por el obispo ante notarios y testigos. Tomaban posesión de sus casas, más bien casitas, provistas de tierra y un jardín. Algunas de estas casas están censadas como monumentos históricos, como la de Arbonne, que ya existía en el año 1100.

Este poder relativo de las benoites y anderseroras se acabó cuando los obispos de Iruñea y Baiona terminaron con esta costumbre y las alejaron de la iglesia, como al resto de las mujeres.

Volviendo a la planta, puede ser invasora por su sistema de estolones rampantes y se utiliza, sobre todo la variedad chilena de flores dobles anaranjadas, en jardinería como planta de rocalla, siempre cuidando de controlarla.