IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Si eso, ya mañana

Entre otras cosas, las vacaciones son un respiro del trajín rutinario que en los días laborables tenemos que afrontar. El reloj está detrás de nuestra organización personal, incluso en lo referente a nuestras necesidades más básicas. Tenemos que comer a las dos, porque a las tres y media hay que estar en el colegio de los niños; hay que ir a la cama pronto porque mañana a las seis y media suena el implacable despertador. Un largo etcétera podría seguir en cuanto a la cantidad de exigencias temporales que este mundo en el que vivimos nos impone. Construimos y nos imponemos plazos, horarios y fechas límite como estructuras mentales que nos ayudan a organizar nuestras actividades productivas, sociales y para algunas personas incluso íntimas. Y además, si dichos marcos son muy estrictos o están demasiado lejos de nuestro ritmo interno, el coste inmediato es por todos conocido: ansiedad y estrés.

Afortunadamente hay una estrategia sencilla, conocida por todos desde los tempranos años en los que había que recoger juguetes tras una maratoniana sesión de juego o hacer los deberes después de merendar: luego lo hago. El momento en el que tomamos esa decisión de dejarlo para más tarde, una pequeña parte de nosotros dice «¡Bien!» y se frota las manos echándose a descansar y sintiendo alivio. Sabemos en ese momento que nada nos va a librar de recoger los cubos de construcción más tarde e incluso podemos intuir y predecir una bronca de baja o media intensidad por parte de mamá o papá antes de que por fin nos pongamos a ello, pero aún así, parece una solución temporal.

En los años siguientes ya no serán los juguetes, pero quizá sí los deberes de otro tipo: las tareas domésticas, los trámites administrativos, los pasos necesarios para sacar adelante un trabajo concreto, etc. Aunque, en ese caso, dejarlo para luego sabemos que suele tener consecuencias más comprometidas.

Postergar para dar una respuesta a una situación que nos desafía nos da tiempo para hacernos cargo de lo que esa respuesta implica. Y en este sentido, algunos investigadores dicen que se trata de una estrategia para manejar el estrés. Sin embargo, al mismo tiempo, postergamos cosas que podríamos resolver de una tacada a favor del alivio inmediato, lo que termina generando ansiedad. «Sé que debería hacerlo, quiero hacerlo y si no lo hago, se me queda la mosca detrás de la oreja».

En el fondo, para las personas que tienen este hábito, cualquiera de las dos formas de afrontar la exigencia de una tarea parece pasar por afrontar la inquietud. Es algo más que falta de voluntad. En concreto, según investigadores de la Universidad de Calgary, tiene mucho que ver con la impulsividad para dejar de sentir esa ansiedad de la que hablábamos y buscar un alivio rápido. Así que se despliegan todo tipo de estrategias y justificaciones, incluso lo que llaman compensaciones morales, por ejemplo, ir al gimnasio, algo que nos viene bien y nos cuesta, pero que no resuelve lo que necesitamos resolver.

Nos despistamos en una especie de miopía temporal en la que las personas muy habituadas a posponer tienen dificultades para verse a sí mismas en un futuro más allá del corto plazo, y están menos apegadas emocionalmente a esa persona que serán, lo que hace difícil trazar la línea entre el hoy y el mañana, y seguir los pasos. El doctor Tymothy Pychyl, psicólogo de la Universidad de Carleton en Otawa, como investigador de esta estrategia, dice que «si postergas las cosas ocasionalmente, lo mejor es centrarse en la tarea e ir a por el siguiente paso, mirando en corto. Pero si esta postergación es habitual en ti, estará bien que puedas entender en terapia tus emociones y cómo las manejas a través de la evitación». En el primer caso, puede servir dividir un proyecto grande en pequeñas metas y empezar de inmediato, sin darle demasiadas vueltas ni pensarlo dos veces, de modo que uno se encuentre inmerso en la tarea «sin darse cuenta». También recordarse que hacerlo ahora nos ayudará en el futuro, o poner alguna traba a la postergación y finalmente recompensarnos por cumplir esas pequeñas metas. Puede sonar como jugar a engañarse a uno mismo, pero es una manera de empezar a romper un hábito que nos puede traer problemas serios si lo usamos muy a menudo.

Si no somos asiduos, bueno, también hay una pregunta interesante que hacerse: ¿Qué tiene esto que me cuesta tanto? y ¿Tengo que hacerlo, debo hacerlo o quiero hacerlo? Hay una gran diferencia, porque la pereza con lo importante pocas veces es solo pereza.