IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Puntos ciegos

En el ojo humano, hay un punto que recibe este nombre. Ahora mismo, leyendo estas líneas y a pesar de que nuestros ojos funcionen perfectamente, convivimos con una pequeña área que no procesa ningún tipo de información visual. Está en el centro de nuestra retina, rodeada de conos y bastones, las células sensibles a la luz, que luego se convierte en impulso nervioso. Es difícil percibirlo a simple vista, pero existen experimentos muy sencillos para detectarlo (internet ofrece unos cuantos). Se trata del punto exacto donde nace el nervio óptico, que llevará la información lumínica, convertida ya en impulso eléctrico, al cerebro. Y justo ahí, donde traducimos la luz en electricidad, no vemos nada, dejamos de ver el exterior. Es un punto minúsculo y la ceguera es brillantemente suplida por la información del otro ojo gracias a nuestra visión tridimensional, de modo que podríamos decir que casi no existe para nuestra percepción, a pesar de ser totalmente real.

La visión y la razón han estado siempre íntimamente relacionadas. Existe un montón de expresiones en castellano que lo ilustran, como «Ver es creer» u «Ojos que no ven, corazón que no siente». La percepción externa e interna nos ayuda a pensar sobre el mundo o, de forma más precisa, lo hace posible. Y aun así, nuestra razón, nuestra capacidad para dirigir nuestros pasos hacia lo que queremos, también se enfrenta a sus propios puntos ciegos, que la anulan, la limitan y la dirigen en otra dirección. Al pensar en ellos, soy consciente de que pueden cambiar nuestras decisiones drásticamente, a veces con mejor resultado, a veces con uno peor y a menudo sin dar opción.

Y es que es muy difícil actual con voluntad sobre aquello que no percibimos conscientemente (a pesar de que otros lo vean nítido en nosotros). Por ejemplo, uno de esos puntos ciegos es provocado por la emoción. La implicación emocional intensa nos impide a menudo tomar las decisiones que rápidamente podríamos ofrecer a una tercera persona que nos contara una situación idéntica. Optamos entonces por caminos más conservadores, nos quedamos más inmóviles o reaccionamos torpemente, y no “vemos” con claridad cómo actuar hasta que no hablamos de la emoción y le damos su espacio.

Otro de esos puntos ciegos tiene que ver con la homogeneidad de los grupos a los que pertenecemos. Hay muchos experimentos (algunos muy divertidos) en los que una persona cambia de actitud drásticamente cuando los de su alrededor lo hacen al unísono. Por ejemplo, dando la espalda a la puerta de un ascensor cuando otras ocho personas se giran, como si el ascensor se fuera a abrir por la pared del fondo al llegar al siguiente piso. La puerta está ahí en frente, pero no “se ve” como tal. La ideología afianzada tiene a veces este efecto en nosotros, las coordenadas culturales y la opinión formada por los medios que ofrecen una ventana escogida a la realidad. Podemos pensar en muchos ejemplos dolorosos en los que la capacidad humana para pensar en el bien superior se ve mermada por el discurso impecablemente armado de dirigentes o colectivos, despersonalizando a otros seres humanos y haciéndoles elegibles para su eliminación por un objetivo aparentemente elevado… y lógico (que no necesariamente racional).

Otro punto ciego de nuestra capacidad para pensar y decidir sobre el mundo, uno más íntimo, es el que se impone cuando nuestro marco de referencia es estrecho y rígido, cuando nuestra historia de vida nos ha obligado a construir una manera de entender el mundo con márgenes nítidos y no revisables. Si hemos sufrido una agresión que nos ha traumatizado o hemos vivido en un contexto en el que han faltado apoyo y cuidado de forma regular, quizá nuestra idea de la confianza se distorsione o incluso excluya esa posibilidad. Convencer a alguien para que confíe es harto difícil cuando sus experiencias, conclusiones y creencias sobre lo poco confiables que son las personas están afianzadas.

Son solo unos pocos ejemplos. Hay muchos más límites a nuestra a veces sobrestimada capacidad para razonar relacionados con los prejuicios, la inercia, la influencia de otros. Y en algunos de estos casos, incluso nos volvemos ciegos a la esperanza de que las cosas sean diferentes. Pero igual que en la visión nuestros ojos se prestan la información mutuamente para cubrir sus puntos ciegos, las nuevas experiencias y las percepciones de otros también nos ayudan a cubrir esos lugares racionales a los que solos no podemos llegar.